Apa. Antes de todo, en Bruselas, donde lagrimea un cielo tan oscuro como la noche, se hace la luz: aparece Eddy Merckx. Camina como corría El Caníbal. O sea, rápido, rapidísimo, en cabeza de un grupo de trajeados que le sigue con la lengua fuera. Merckx, 65 años recién cumplidos, un aspecto envidiable, ve el perfil de la etapa y piensa que si tuviera 35 años menos podría destrozar ese mismo día el Tour que corre por las Ardenas y que tiene un aroma inconfundible a la Lieja-Bastogne-Lieja, su perfil de sierra, su belleza destructora que atrae y mata como un amor adictivo y maldito. Podría sacar la guadaña, por ejemplo, en Stockeu, la montaña más alta de Bélgica. El monumento recuerda que el belga es el ciclista que más Liejas ha ganado en la historia, cinco, aunque para la historia Stockeu quede como el reducto de Hinault porque allí atacó en 1980 para glorificarse en un monólogo de 80 kilómetros antológicos, de museo, bajo la nieve. No nevaba ayer en Stockeu, no en julio, pero llovía a rabiar.

La lluvia en Stockeu, clave Debe ser porque con la lluvia afloran los nervios, crece la tensión, el ambiente se hace denso, irrespirable, hasta que todo explota. En la subida, quizás. Una liberación física de algún incontenible que decide romper por lo sano, y que se lanza sin pensar. Así lo hicieron Chavanel y Roelandst, que se catapultaron camino de Stockeu. También lo gastaron todo cuesta arriba el francés y el belga. Si sale, bien; si no… También. La gloria siempre fue para los que algún día apostaron. Lo mismo pensó Amets Txurruka, el tenaz Amets que quiso subirse a ese tren sobre la misma cima de Stockeu y se quedó a nada, a un palmo de hacerlo. Luego, lo lamentaría. Hubiese sido su gran oportunidad.

Porque superado el muro, los nervios aún latentes, Armstrong, el americano que tiene metido en la cabeza como una orden directa del mismísimo acabar con Contador, los Schleck, Cancellara, el propio Alberto, Samuel, Evans, Basso, todos la mirada caliza, fría, pensativa, el mundo se vino abajo. Era el fin. El cielo desplomado. El paisaje de la desolación. Los cuerpos esparcidos por el asfalto, la sangre, los gemidos… El caos. Y los transmisores resoplando, vociferando de todo. "Caída". "Rueda". "Bicicleta". "¿Dónde estoy?".

"Había algo en el suelo. No era lógico. Ibas parado y la bicicleta se te iba. No hacía falta ni tocar el freno", relataba Iñaki Isasi. El asfalto, la bajada de Stockeu, estrecha, tétrica bajo una techumbre de árboles frondosos que secuestraba la luz, era de cristal. Dicen que por el gasoil o el aceite de una moto accidentada cinco minutos antes; acusan también a la resina que había caído de los árboles y para mezclarse con el agua, que perpetró el atentado contra los ciclistas. Algo extraño, en cualquier caso.

En el descontrol, nadie acertaba a ver nada, a saber nada, a entender nada. "Sólo sé que allí estaba todo el mundo en el suelo", explicaba Luis León Sánchez. "Yo mismo, Armstrong, Contador, Basso, Wiggins…". "¡Era la guerra!", exclamó, parco y rotundo, Armstrong. También los Schleck, sobre todo Andy sobre la hierba húmeda, a punto de romper a llorar, a punto de dejar escapar el Tour que se le iba porque no arrancaba, porque se miraba el codo derecho cubierto de sangre, se palpaba el costado izquierdo, y gesticulaba dolorido sin menear los pies. Tardó tres minutos en hacerlo. En una situación normal, el Tour hubiese volado para él. No fue así.

El parón de Cancellara Lo peor, con la caída, fue la desorganización la terrible sensación de que las decisiones en el ciclismo siguen siendo arbitrarias. Depende de quién, cómo, dónde, cuándo, qué… Hay quien no alcanza a entender lo de ayer -aquí uno-, cuando en pie, delante, sólo quedaron, de los favoritos, Cancellara, Menchov, Sastre, Samuel y Evans. Cortados pero juntos, Armstrong y sus muchachos, Contador y sus chicos, Basso, Wiggins o Gesink. Mientras, Andy Schleck no se había subido todavía a la bicicleta. Llegó a perder cuatro minutos. Y lo que pudo ser una escabechina, la deseada batalla que quería el Tour en la primera semana, el ciclismo de antes, se esfumó repentinamente.

"Era normal que pasara porque la carretera estaba peligrosa y así no se podía correr", justificaba Armstrong, uno de los beneficiados, con el propio Contador, de un parón que recuerda al de Luz Ardiden en 2003, cuando el texano cayó, lo que hizo que Iban Mayo se revolviera molesto una año después, cuando fue él el que cayó y a nadie, mucho menos a Lance, se le pasase por la cabeza parar y esperar.

Ayer, dicen que fue Cancellara el que organizó la tregua. "Él iba diciendo que la carrera había sido neutralizada, pero a nosotros no nos llegaba nada de eso por radio", dijo Carlos Sastre, el capitán del Cervélo que puso a tirar a Jeremy Hunt para alejar a Armstrong, Contador y compañía -lo lógico, vamos- pero que paró después "porque nadie nos ayudaba". "Si se llega a caer sólo Contador, nadie para", protestaba Iván Gutiérrez. "Ocurre que mañana yo me caigo y nadie me espera", reflexionaba Luis León, uno de los que dialogó con Cancellara cuando la situación era presa del descontrol; "pero hoy -por ayer- hemos decidido parar y así lo hemos hecho".

Entraron todos juntos, ocupando el ancho de la calzada a modo de propuesta después de pactar, lo hizo Cancellara, con Pescheux que no habría puntos para la regularidad. Casi cuatro minutos antes había aparecido en Spa Sylvain Chavanel, superviviente en Stockeu, ganador de la etapa y nuevo líder.

Sylvain Chavanel (QST)4h.40:48

Maxime Bouet (ALM)a 3:56

Fabian Wegmann (MRM)m. t.

GENERAL

Sylvain Chavanel (QST)10h.01:25

Fabian Cancellara (SAX)a 2:57

Tony Martin (THR)a 3:07

La etapa de hoy, 3ª: Wanze-Arenberg Porte du Hainaut , 213 kms. Teledeporte, 14.30; ETB 1, 14.55; Eurosport, 14.15