Entró el Giro en Italia a través de la punta del tacón de la bota tras el puntapié de Albania, que duró tres días pero parecieron más por eso de que la carrera amaneció un viernes, un día antes de lo que dice la tradición, la liturgia y las costumbres.

"El viaje a Italia se ha terminado: volvemos a lo feo", afirmó Stendhal, el escritor francés, cuando acabó su periplo por un país que le subyugó y le enfermó, aplastado por la belleza.

Afortunadamente, la frase tenía un reverso. La carrera regresaba a Italia, de retorno a la belleza tras la experiencia albanesa que rompió a Mikel Landa en un pasaje muy feo.

El de Murgia, encorsetado por la fractura de vértebra que se produjo en su espeluznante caída en Tirana, no verá Italia. El viaje de lo bello comenzaba en Alberobello.

De Stendhalazo a Stendhalazo floreció Casper van Uden, un velocista desconocido, desvirgado en el Giro en su primera victoria en una grande. De estreno. El bautismo de la felicidad y lo inopinado. La emoción del viaje iniciático. Nada como las primeras veces.

“No miro al futuro, solo al ahora”, dijo el neerlandés que impuso al caballaje de Kooij, Zijlaard y Pedersen, velocistas más célebres. El futuro puede esperar. Con todos pudo el joven Van Uden, 23 años. Pedersen, cuarto en un esprint que se le quedó cortó, seguirá luciendo el rosa. El neerlandés acabó con su monopolio.

Van Uden fue una aparición, un turista accidental en Lecce, porque nadie esperaba su apogeo después de un final de Moto GP, con curvas veloces y un embudo que asustaba al miedo.

Ni el desfiladero pudo con el neerlandés, en las filas del Picnic, una formación que pelea por la supervivencia en el WorldTour. La victoria era alimento para la moral de un equipo en crisis.

Bajo el embrujo de Italia nació el síndrome de Stendhal, el mareo que le provocó su visita a Santa Croce, en Florencia. El escritor francés lo describió así.

“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

El síndrome puede catalogarse como una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, felicidad, palpitaciones, sentimientos incomparables y emoción cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son consideradas extremadamente bellas .

Roglic gana dos segundos

El síndrome, en todo su apogeo en la Florencia del sur, enaltecida Lecce con su barroquismo, con su templos de piedras rubias, como las de los rizos de los querubines. La Basílica di Santa Croce y al Convento dei Celestini, son las cumbres del barroco de la ciudad.

Los bajorrelieves, las esculturas de piedra, los frisos florales y el gran rosetón tallado hacen despliegan en Santa Croce ricas formas, refinadas y elegantes. El Convento de los Padres Celestinos es otro símbolo barroco de la capital de Salento. Nunca es accesorio vencer en el corazón de la belleza.

Giro de Italia

Cuarta etapa

1. Casper van Uden (Picnic) 4h02:21

2. Olav Kooij (Visma) m.t.

3. Maikel Zijlaard (Tudor) m.t.

4. Mads Pedersen (Lidl) m.t.

53. Jonathan Lastra (Cofidis) m.t.

114. Igor Arrieta (UAE) a 34’’

168. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 2:21

169. Xabier Mikel Azparren (Q36.5) m.t.

172. Pello Bilbao (Bahrain) a 2:37

178. Jon Barrenetxea (Movistar) a 4:54


General

1. Mads Pedersen (Lidl) 11h44:31

2. Primoz Roglic (Red Bull) a 7’’

3. Mathias Vacek (Lidl) a 14’’

4. Brandon McNulty (UAE) a 21’’

66. Igor Arrieta (UAE) a 5:01

74. Jonathan Lastra (Cofidis) a 7:11

83. Pello Bilbao (Bahrain) a 10:17

90. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 12:32

125. Jon Barrenetxea (Movistar) a 25:53

147. Xabier Mikel Azparren (Q36.5) a 31:04

Ostuni, un pueblo encalado, de fachadas blancas y calles laberínticas, festoneado por olivos, midió a los jerarcas en el kilómetro de los premios y la bonificaciones, una cuña para realzar la competición.

Roglic, siempre atento, logró un par de segundos más para su causa en su duelo con Del Toro, que esprintó para que no llenara las alforjas del tiempo. El mexicano se dio prisa por Ayuso, que no pudo con el esloveno.

Fuga en solitario

El premio de los seis segundos lo había cosechado Francisco Muñoz, un hombre en fuga con la esperanza de descubrir Italia a su ritmo, lejos de la algarabía del pelotón, que contó la caída de Pedersen en una montonera. Nada serio.

Estaba de fiesta la región de la Apulia, con los vecinos en las aceras festejando el paso de la carrera entre ánimos, gritos, banderolas y ornamentación rosa para darle entusiasmo a un día soleado, ideal para la holganza y la serenidad. El pelotón adoptó una pose contemplativa. Sin apenas pulso. Le bastaba con la inercia.

Muñoz era un punto en la lejanía. Una expectativa sin frustración porque en realidad era una certeza de que no llegaría nunca en solitario. Así que disfrutó del viaje porque el final, como en la vida, estaba escrito. Solo, sin más presencia que la de sus pensamientos, fue acumulando vistas y paisajes en el cuentakilómetros de la memoria visual.

Postales alegres a pesar de la melancolía del viaje. El pelotón se relajaba, estirado en ocasiones como un gato vago que se despereza para que los músculos no se le entumezcan del todo. El gen depredador tardó en aparecer. Esperaba en Lecce, en el esprint, donde el síndrome de Stendhal acarició el triunfo chispeante del joven Van Uden.