EN pleno siglo XXI, cuando se añaden carriles a las autopistas, se construyen viales y se inauguran segundos cinturones, el pavés francés, los atajos a un pasado de minas, de carbón y de las que explotan, sobrevive gracias a la París-Roubaix. Hoy lo visita el Tour, ante el temor del pelotón.
Los adoquines han estado presentes siempre en la Grande Boucle. En sus inicios, porque su carreteras, o caminos, eran simples carreteruchas. Ahora, porque, de cuando en vez, la organización se permite un capricho. La última vez data de 2004, de ingrato recuerdo para Haimar Zubeldia, Iban Mayo y Denis Menchov, grandes damnificados en el infierno camino de Wasquehal. En 2007, se llegó a Compiègne, la preciosa localidad que desde 1968 alberga la salida de la París-Roubaix, y Cancellara, siendo líder, atacó en los 500 metros de empedrado en el kilómetro final y sorprendió a todos.
La jornada de hoy arriba a Arenberg, pero no se transitará la terrible recta que divide en dos el bosque más mítico del ciclismo. Este tramo lo descubrió Jean Stablinski, campeón del mundo en 1962, y que como minero bajaba a diario los 500 metros en busca de hulla. La Roubaix incluyó el sector en 1968.
El Bosque de Arenberg, que se traga a los más débiles en el infierno del Norte, provocaría una masacre en el Tour, donde no hace falta tanto para hacer daño a un pelotón menos ducho en este terreno. En los últimos 30 años, la ronda gala ha introducido el pavés en siete ediciones. Casi siempre, para hacer sangre. Sobre todo, sangre española. Y eso que ya no se pasaban 30 ó 40 kilómetros como años anteriores.
En 1980, la quinta etapa, Lieja-Li-lle, tenía 19,8 de sus 236,5 kilómetros de pavés. La lluvia y el viento sazonaron la épica. La víspera, Hinault había ganado la crono de Spa, y el bretón repitió triunfo, tras batir al holandés Hennie Kuiper, el único que vio de cerca su exhibición -atacó en el tercer tramo adoquinado-, además del belga Ludo Delcroix, que pinchó en las calles de Lille.
El pelotón llegó a 2:11, con el líder, Rudi Pevenage, y sólo tres españoles: los Teka Alberto Fernández y su gregario Bernardo Alfonsel, y el Kelme Pedro Torres. Los siguientes, a 11:12, fueron Vicente Belda y los vascos José Luis Mayoz e Ismael Lejarreta. El alavés Paco Galdós, cuatro veces top 10, abandonó en su decimoprimer y último Tour. Las crónicas de la época relatan que los españoles habían ido "de estacazo en estacazo" en las siete primeras jornadas entre Alemania y Bélgica.
Pevenage mantuvo el liderato, que cedería a Hinault en la segunda crono. El Caimán aguantaría otro día de líder, y la mañana siguiente no salió de Pau por una tendinitis rotuliana. Zoetemelk ganó aquel Tour.
Año 1981
El calvario del Teka
Un año después, en la undécima etapa, se abrió otra puerta al infierno: 28,8 kilómetros, de los 246 de Compiègne a Roubaix. "Las carreteras de tercer orden de España, que son bastante malas, parecen autopistas al lado del pavés", afirmó el bravo Belda, un bache más en el pavés. Daniel Willems ganó en el velódromo a Gilbert Duclos-Lassalle -que diez años después ganó la primera de sus dos Roubaix consecutivas- y Joaquim Agostinho, que habían demarrado a 5 kilómetros de meta de un pelotón de 35 unidades, entre ellos el líder Hinault y el catalán Jordi Fortiá (Kelme). Alberto Fernández (Teka), de nuevo arropado por Alfonsel, llegó a 1:52, agradeciendo la ayuda del madrileño. Con ellos también llegó Imanol Murga. Ismael Lejarreta perdió 9:34 y cargó contra su hermano Marino, que cruzó la meta a 13:18 con Juan Fernández y Mayoz. Avelino Perea lo hizo a 17:31 y Peio Ruiz Cabestany, un enamorado del pavés pero aún demasiado tierno, a 28:35.
"Me he caído no sé cuántas veces, y para colmo Marino no anda nada -lamentó Ismael-. En el tercer tramo de pavés, el negro se ha quedado y no ha habido forma de recuperarlo". Los de Berriz estaban algo picados aquellos días, pues el mayor de la saga criticó al menor cuando perdió "minuto y medio por las buenas" en una etapa llana en la que, supuestamente, lo atenazó el miedo a una caída. El Junco no puso paños calientes: "He ido a tope todo el rato, pero me he quedado en todas partes. Conocí el pavés en los Cuatro Días de Dunkerque, pero aquello es vaselina en comparación con esto".
En 1982, hubo nuevo naufragio en los 233 kilómetros con salida y final en Lille. Los 16,9 kilómetros de piedra "decepcionaron" y 75 ciclistas llegaron casi en el mismo tiempo que Jan Raas, que en abril había ganado la París-Roubaix. El único equipo español fue el Teka de Marino, que salvó el honor con una deuda de sólo 3:15. En meta, el vizcaino fue gráfico: "Entré en el pavés en cabeza y resistí hasta la mitad de los tramos". Después, "me hundí. No tuve averías ni pinchazos. Tenía agua y comida, pero reventé".
Su compañero Alberto Fernández pinchó cuatro veces. La primera, en el primer sector de pavés, pero enlazó gracias al equipo Sunair, que reincorporaba a su líder, Willems. Tras cazar, "volví a pinchar y me pasó toda la carrera". Aún sufrió una caída y dijo "adiós a la general" al perder 8:52. Tres días después, el Teka fue último en otra especialidad otrora aciaga para el ciclismo estatal: la crono por equipos. Pese a todo, el Galletas sería décimo en París, a 17:19 de Hinault.
Año 1983
El duro debut del Reynolds
El Tour presentó, en la tercera etapa, 28,5 kilómetros de pavés, de los 149,5 entre Valenciennes y Roubaix. Fue el estreno del Reynolds, cuando el ciclismo estatal se quitó complejos, pero no el de la crono colectiva, de 100 kilómetros, pues el navarro fue décimo entre catorce equipos, a 5:50 del Coop-Mercier.
Al día siguiente, los adoquines se tragaron a Julián Gorospe, que a sus 23 años venía de ganar la Vuelta al País Vasco y liderar la Vuelta a España hasta Serranillos, donde Hinault lo fustigó a costa de su rodilla. El de Mañaria pinchó dos veces "y luego pagué el esfuerzo por enlazar". Su pájara le costó 24:41 y casi el abandono. "Estaba tan muerto, que me paré y me senté en una piedra. Quería irme a casa, pero llegaron Carlos Hernández y Anastasio Greciano y me abroncaron. Si no es por ellos, allí me quedo", relató.
José Miguel Echávarri, director del Reynolds, declaró que "hemos pagado la novatada, pues a veinte kilómetros de meta teníamos seis corredores en el pelotón. Al final, sólo Ángel Arroyo aguantó en cabeza, a 2:09 de Rudy Matthys -vencedor- y Kim Andersen. El belga pertenecía al Boule d"Or, una firma de tabaco, publicidad que estaba prohibida en el Tour, por lo que en la ronda gala los patrocinó una firma de queso de igual nombre. El abulense se vio envuelto en una montonera en el velódromo, pese a que los tiempos se tomaban en la entrada al anillo. Laguía llegó a 4:24, Celestino Prieto, a 6:49; Pedro Delgado, a 9:48.
El pavés regresó al Tour en 1985, cuando Bernard Hinault logró su quinto triunfo absoluto. Los adoquines llegaron el quinto día, de 224 kilómetros con final en Roubaix -no en el velódromo-, donde el desconocido Herni Manders culminó una fuga de 160 kilómetros con el pelotón en el cogote... Los adoquines fueron 10,5 kilómetros entre nueve tramos. Pecata minuta para el Reynolds, el Zor y el Seat-Orbea, y Cabestany (28º), Prieto, Eduardo Chozas, Delgado, Faustino Rupérez y Pedro Muñoz llegaron con los mejores. Jokin Mujika tardó dos minutos más, y el colombiano Pacho Rodríguez, 26:07.
Año 2004
Mayo cayó antes del pavés
En el Tour de 1989, el del histórico despiste de Delgado en el prólogo de Luxemburgo, el pavés fue más simbólico: sobre un total de nueve, los dos puntos negros más largos sumaban entre ambos 1.300 metros, en un trazado complicado de 255 kilómetros de Lieja a Wasquehal, donde ganó Jelle Nijdam. El holandés protagonizó un ataque de esos que ahora se dan con cuentagotas: atacó a 1.500 metros del final, y aguantó.
También a Wasquehal se llegó en 2004. Se salió de Waterloo (210 km.). Sólo había dos sectores de 2.800 y 1.200 metros, pero la tensión por buscar la mejor colocación provocó la montonera que descolgó a Mayo antes de zambullirse en el infierno. Justo lo que pretenden evitar hoy Contador y compañía.