El silencio, incómodo para unos, anhelado por otros. Habitar en las urbes es vivir con ruido. La contaminación acústica está presente en todo momento. Al sonido de los motores se le une el griterío de las terrazas urbanas. Ya sea el mañaneo, el aperitivo, el tardeo o la nocturnidad, la buena climatología es fuente de consumidores a la intemperie. También el ruido está presente en las épocas veraniegas en los distintos espacios de costa y playa de la geografía nacional e internacional. No sabemos hablar con un tono de voz pausado y suave. El pabellón auditivo humano está soportando niveles de contaminación acústica impensables en el pasado, haciéndonos elevar el tono de voz. Ya sea en el trabajo o en la movilidad urbana, así como en el ocio de un simple paseo al ir acompañados de inalámbricos, el sonido exterior es el protagonista.

El ruido estridente genera tensión y estrés. La modernidad no está caracterizada por el silencio tan necesario en determinados momentos, a fin de encontrar la calma necesaria para descansar y reflexionar.

El ser humano, aunque su fisonomía exterior no ha cambiado, sí lo está haciendo en unos usos y costumbres que van en contra de su bienestar emocional e incluso intelectual.

A los problemas personales, económicos, laborales, educativos, sociales y los del descanso en el dormir, el ruido incómodo no ayuda a disminuirlos. Sin darnos cuenta, somos una sociedad rodeada de ruido. Vivir en silencio, aunque al menos sea durante un breve espacio de tiempo, es todo un reto.

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