Fui uno de los muchos gipuzkoarras que vivió con emoción el ascenso de la Real el pasado domingo. Como no podía ser de otra manera, una oleada txuri urdin invadió Donostia para gozar, después de tres años durísimos, de un logro deportivo que devuelve a la Real a donde nunca debió dejar de estar. Un ascenso después de una liga dura, competitiva.
Según nos íbamos acercando a la Parte Vieja, van llegando rumores (por lo visto se había publicado, pero yo no tenía esa información) de que los bares podrían cerrar dos horas más tarde. ¡Estupendo! ¡¡Ambientazo en lo Viejo!!
Muchos de los que allí estábamos, teníamos que trabajar, estudiar, o hacer lo que cada uno tuviera que hacer al día siguiente. Y viendo que el Ayuntamiento había previsto el gentío que iba a haber, dado que permitió a los bares abrir hasta tarde, se me ocurrió -ingenuo de mí- que también habría transporte público. ¡Zas! ¡En toda la boca!
No entiendo cómo se puede hacer una previsión de la gente que va a haber y en consecuencia permitir que los bares abran dos horas más y en cambio no poner transporte público. Así estaban las paradas de taxis. La del Bulevar llegaba hasta el puente del Kursaal (exagero) y en la de la Avenida de la Libertad habría, como mínimo, unas cincuenta personas.
Desde estamentos municipales, se nos aconseja y se nos pide que hagamos uso del transporte público y que dejemos el coche en casa. Pero da la casualidad que en eventos importantes como el del domingo, la única posibilidad de llegar a casa era precisamente sacando el coche del garaje y yendo al partido en coche.
A quien corresponda: estoy seguro de que más pronto que tarde, la Real, el Lagun Aro, la Donostiarra o cualquier deportista donostiarra, nos dará alegrías que habrá que celebrar en la calle. Para esas ocasiones, pongan transporte público para los que no podemos o no quieren ver amanecer y coger el primer autobús de la mañana.