Aquel 22 de abril del año 1995, mítico para el deporte vascoSlavko Goluža (Pješivac-Kula, actual Bosnia y Herzegovina, 1971) también estaba allí, pero en las filas rivales. El entonces central es uno de los grandes del balonmano balcánico.

Sin añoranza y fiel al espíritu competitivo balcánico que no negocia una gota de esfuerzo y sacrificio, agradece hasta en tres ocasiones el recibimiento que Artaleku le tributó cuando 20 años después de la final, volvió a Irun al frente del Tatran Presov eslovaco.

Su palmarés como jugador asusta: con la selección croata, dos oros olímpicos, uno mundial, platas y bronces se suman a las dos Champions con Badel Zagreb y la Copa EHF con Metkovic, amén de nueve Ligas con Zagreb y 11 copas de Croacia (dos, con Metkovic); y un doblete Liga-Copa con Veszprem en Hungría.

Como entrenador, dirigió al Siscia, tres etapas al Zagreb, al Tatran Presov eslovaco y a la selección croata entre 2010 y 2015, luce tres bronces en las tres grandes: Juegos (2012), Mundial (2013) y Europeo (2012).

Tras pasar por Kuwait, hoy trata de salvar del descenso al Varaždin 1930, donde juega su hijo Ivan, un extremo de más de dos metros de altura.

La de Zagreb fue la etapa más exitosa de su carrera como jugador. ¿Tanto marca un club como aquel?

Fiché por el Zagreb muy joven y a base de mucho trabajo duro conseguí convertirme en un jugador de balonmano como el que fui, me hice un nombre en el balonmano. Zagreb me dio mucho.

Disputó seis finales europeas en ocho años. ¿Cuál fue la clave del éxito?

Para mí, fue algo tan simple como tener mucha calidad y una gran afición, un apoyo enorme para nosotros en todos los partidos. Me pongo en la piel del rival y no era fácil para ningún club aguantar la presión que generaban nuestros hinchas en nuestro pabellón.

Ganaron varias finales, pero perdieron contra el Bidasoa en 1995, que hubiera sido su tercera Copa de Europa en cuatro años.

Yo era feliz con cada trofeo y con medalla que ganábamos, me daba igual si era la primera o la tercera. En cada una de ellas, me sacrificaba, me desvivía para intentar lograr el éxito, entrenaba duro y daba lo mejor de mí. A veces lo consigues, a veces no, pero lo más importante es que siempre daba lo mejor de mí.

¿Cuáles eran los puntos fuertes del Bidasoa? ¿Se esperaba ese ambiente en Irun?

El Bidasoa tenía un equipo con mucha calidad y mucha potencia. Nenad Perunicic, Tomas Svensson y los demás eran los mejores en ese momento, y a eso hay que sumar que tenían el apoyo de una maravillosa afición.

¿Creía en la posibilidad de la remontada en el Dom Sportova con 12.000 personas?

Sí, en alguna ocasión habíamos hecho algo similar y siempre creí que podíamos remontar. Teníamos muy claro que teníamos que salir a intentar conseguir el resultado que necesitábamos para darle la vuelta al 30-20 de la ida, pero el Bidasoa fue mejor y yo también me sentía ganador porque lo había dado todo.

Desde 1999 ningún equipo croata ha llegado a la final de la Liga de Campeones. ¿Cómo ve el balonmano en el país?

Hoy en día es muy difícil llegar a la Final Four de Colonia, porque los clubes más ricos son los que al final imponen su ley, lo copan todo. Aunque RK Zagreb todavía juega en la Champions League, todo gira en torno a cuánto dinero tienes o no tienes. A pesar de eso, el club es capaz de conseguir resultados sólidos, los jóvenes talentos se desarrollan, crecen, y entonces es cuando se van a clubes más ricos.

¿Cómo ve la situación actual del balonmano en general?

Es el dinero el que lo dicta todo, el que manda, porque el balonmano se ha convertido en un negocio.

Rodrigo Salinas, durante el partido entre el Bidasoa Irun y Tatran Presov en la EHF Champions League de 2019 Iker Azurmendi

La de 1995 no fue la única vez que el Bidasoa se cruzó en su carrera: 20 años después volvió a Artaleku. ¿Cómo la recuerda?

Volver como entrenador a Artaleku después de tantos años, y verlo lleno y de pie, aplaudiendo para recibirme, fue un momento de respeto y honor absoluto para mí. Estoy muy agradecido al público de Artaleku. Me di cuenta entonces de cuánta gente me aprecia en Irun. Eso es algo bonito que nunca olvidaré. Solo tengo palabras de agradecimiento.