Tras años en los que el protagonismo era para jugadores y entrenador mientras el Bidasoa ganaba dos Ligas, dos Copas, una Copa de Europa, una Recopa de Europa, una Copa ASOBAL y una Supercopa de España, la concesión de la Medalla de Oro de Irun por unanimidad convertirá este sábado a Beñardo García Echeverría en el protagonista. Y de manera indirecta, a los directivos que trabajaron junto a él durante más de 16 años (1979/1987, 1988/1992 y 1994/1999), que lo acompañarán en el acto del Ayuntamiento y en la comida posterior, con invitados llegados de muchos puntos.

¿Qué supone que la ciudad le conceda la Medalla por unanimidad?

No tengo absolutamente nada del Ayuntamiento y después de 25 años de dejar el club no pensaba que me darían nada. Cuando le daban una distinción a alguien, ya pensaba que algo había hecho yo también, pero me duraba cinco minutos, porque como sabía que no había nada que hacer… Pasado este tiempo, me llamó (el alcalde, José Antonio) Santano y vino a casa a anunciármelo. “¿Cómo?”, dije yo. Me preguntó a ver si no quería, ¡y cómo no voy a querer, soy de Irun, joder! No lo esperaba con el tiempo que ha pasado y lo agradezco en el alma. Puedo decir aquello de ser profeta en mi tierra. Los de casa somos los peores. A mí me habrá pasado con otros igual, pero estas cosas pasan. Claro, si no hay quien propone, pues no hay manera…

Con 31 años, accede a la presidencia en 1979. ¿Cómo era aquel Beñardo?

La primera semana como presidente me dieron cuatro hostias seguidas, no sabía ni de dónde me daba el aire. Me di cuenta en seguida de que no pintábamos nada ninguno de los que estábamos en la junta directiva: éramos meros obreros del Bidasoa para que esos que iban a jugar estuvieran lo mejor posible y contentarlos...

¿Cómo era aquel Bidasoa?

Empezamos haciendo socios y con publicidad estática. No son las pantallas LED de hoy –que me han gustado mucho, porque se recupera el amarillo original del club–, pero en el frontón hicimos agujeros para colgar la publicidad. Se enteraron los de pelota, los del Kurpil, y bronca. Pero ya estaba hecho. También sacábamos dinero con Vertiz, con Antonio y José Mari. Era mucho dinero entonces.

De la mítica rifa de la langosta a presidente

Antes que directivo y presidente, Beñardo García fue jugador del club. "En 1972 me dieron la boleta del club y dejé de entrenar y jugar, aunque iba a verles", reconoce de una época en la que en la Aduana comentaba los partidos con Manolo López (otro expresidente). Tras la dimisión del fundador José Miguel Arana, los siete socios más antiguos conforman una junta gestora que terminará en una directiva presidida por Emilio Visiers. Con aquel grupo llegó de Errenteria Juantxo Villarreal, que en su primera temporada se anotó el descenso de División de Honor. En una de las decisiones estratégicas más acertadas de la historia del club, la dirección decidió mantener a Villarreal en el banquillo: ascenso inmediato y entrenador para otros 20 años.

En lo institucional, Visiers dijo que había cubierto su compromiso y José Luis Quiñones ganó las elecciones a Arana por estrecho margen en las elecciones que se celebraron en el gimnasio del frontón Uranzu. "Allí todo el mundo quería votar, fue un lío increíble", rememora García, que aceptó la propuesta de seguir como directivo. "Fichamos a Sagarzazu, Díaz de Mendibil… para ver si intentábamos dar un salto, pero quedamos séptimos o así. El segundo año, en el que fichamos a Sagastui, Ruiz y Loinaz, del Salleko, tampoco funcionó".

El club tenía una deuda "de más de 200.000 pesetas". Quiñones propuso una derrama, a la que supeditó su continuidad: "¿Y si recaudábamos 2.000 pesetas menos? Hubo gente que no aportó, aunque se pasaron las 200.000 pesetas, pero se fue". Nadie se presentó a las elecciones y el tándem García-José Antonio Errazquin empezó a maquinar: "Miramos a ver cómo estaba el presupuesto, a ver de dónde sacábamos el dinero".

Dos semanas después de las fiestas de Hondarribia de 1979, García se encontró con las chicas del Salleko en La Marina "vendiendo una rifa. Me acerqué y les pregunté. Que lo hacían todos los sábados, recorriendo Gipuzkoa. Yo ya dije que eso no iba a hacer ni por el forro, pero hice números y vi que aquello daba pasta: semanas por mes, por doce, cerca de 600.000 pesetas. Cogimos una urna de cristal, y los sábados, en el mercadillo de la plaza Urdanibia, poníamos la langosta, dando coletazos… ¡Vendíamos boletos volando!".

Para cuando se dio cuenta, era presidente organizando la rifa de la langosta...

¡Claro! Con aquello teníamos el presupuesto cubierto.

En la década de los 80 y en los 90, se ganaron la fama de “molestos” por que un “equipo de pueblo” se codeara con la elite, tanto en España como europea. ¿Les motivaba?

A mí no me decía nada, eran cuatro bocazas. En los campos de balonmano nos decían de todo, también etarras o asesinos, pero no me paré ni un minuto a perder el tiempo. A partir de ahí, por envidia, sí, porque sacábamos chavales y les ganábamos partidos, y no entendían. El año que fuimos campeones (Liga de 1987) alguno ya decía, “estos vascos todavía saldrán campeones”...

Uno de los que no le haría mucha gracia el Bidasoa era Jesús Gil. Con él y Enrique Cerezo tuvieron muchos encontronazos en los primeros años de ASOBAL.

Aquel era un ignorante, no sabía de nada. Le programaban todo y aparecía a cumplir lo que le decían. Yo era presidente de ASOBAL cuando apareció en la asamblea con (el gerente del Atlético, José Luis) Sierra, que tenía unos líos tremendos en Marbella. ¡No sabían cómo era un balón! Gil allí se puso: [imita la voz de Gil] “Bueno, a ver, ¿cómo va esto?”. “Pues va como va”, le respondí. Dijo que no había nada que hacer, y al final lo cabreé y se salió de la asamblea. Le pidieron que esperara a que terminara la asamblea, que daríamos la rueda de prensa y rajó. Que éramos una cuadrilla de sinvergüenzas, etc. Tuvimos que convencer a la gente que nosotros éramos calmados y que venían a joder la marrana. Algo ya conseguimos, que había que seguir hablando, con la Federación yendo a la contra…

Nace ASOBAL, que ahora vive profundos cambios, y el balonmano cambiaba. ¿Sentían la presión de que aquel “equipo de pueblo” tenía que acelerar en lo deportivo y en lo extradeportivo?

Sí notábamos, sí. En aquel momento el primer gerente fue Joan Lacueva y se manejaba bien, curtido en mil batallas. Cayó enfermo y llegó Miquel Roca, que se liaba con uno, con otro… Yo le decía que cualquier día metería la pata, porque a todo el mundo le decía que sí, pero conseguía las cosas. Había mucho trabajo que hacer.

En aquella época menos que hoy, pero mientras los jugadores vienen y van, apostaron por mantener la fórmula, con Juantxo Villarreal al mando. ¿Que él fuera creciendo con el proyecto fue una de las claves para llegar a la cima?

Yo creo que sí. Él vino aquí sabiendo más que nosotros, pero era un ignorante en cuanto a la hora de llevar un grupo. No sabía lo que era pasarlas canutas cuando el equipo pierde, etc. Él aprendió al mismo tiempo que nos enseñaba a nosotros y al equipo. A él le vino bien, porque era muy vehemente, pero a los cinco minutos, se paraba a pensar si era bueno lo que pensaba. Le duraba poco.

Junto a él en la dirección deportiva, José Antonio Errazquin al frente de la gestión y unos grupos directivos a piñón con lo que el ‘triunvirato’ pedía. ¿La fórmula de la Coca Cola?

¡Encontramos la botella y el tapón, el contenido no! Ibas a ASOBAL, estabas con unos y otros, te contaban sus historias, etc. Te preguntaban a ver cómo hacías. Les decíamos que en el club hay que estar. Ellos solo aparecían en los suyos al partido, pero querían saberlo todo. Para eso, hay que estar en el ajo, vivir los momentos, los de gozo, los de felicidad, los de cabreo, los de mandar todo a paseo… Ellos solo iban al partido; durante la semana, aquí mendigábamos duro a duro para cubrir el presupuesto al final de año. “Que ponga el dinero la Diputación de Valencia”, me decían. ¿Y si no ponía?

¿Cómo vivía los partidos?

Nunca me contuve. Estaba nervioso y si tenía que decir “cabrón”, decía. Alguno ya me decía y le mandaba a paseo, ¡de monja no iba a estar! Lo vivía con mucha intensidad. Demasiada…

La Federación les amenaza por el frontón Uranzu. Primero, para cubrirlo. Después, para prohibirles jugar ahí. ¿Cuánto les costó convencer a las autoridades de la necesidad de Artaleku?

Fue en la época de Quiñones como presidente, que yo era directivo. Tuvo mucho trabajo en liderarlo, porque pasa lo que pasa, cuando dice la Federación que se cubra, hablamos con el Ayuntamiento y, bueno, que sí, que vale… lo de siempre, bota y bota la pelota, pero nadie tira a canasta. Cada vez que querías hacer algo, pelea. Entonces, el Bidasoa, junto al Kurpil, acordamos vender unos bonos para la cubrición del frontón. Con esos ingresos más la ayuda del Ayuntamiento, serviría. De concejal estaba Germán Arana, el contable, y arreglamos lo de los bonos, etc. Al final el Ayuntamiento comprobó los costes y el Pleno aprobó la ayuda. El paso a Artaleku terminaría siendo clave.

Con usted como presidente, el Bidasoa mancha la camiseta. Entra la firma azpeitiarra Danona.

Nos suponía un millón de pesetas. Para conseguirlo, había que vender muchas rifas de la langosta como las que vendíamos… No teníamos mucho más margen: ya teníamos cesta, rifas… Danona aportaba un millón de pesetas, que en aquel presupuesto podía ser el 25%-30%.

Y en 1983, Elgorriaga. ¿Cómo se cuida la gallina de los huevos de oro?

Fue un tema rarísimo. Empecé a ir a hablar con el francés (se refiere así a Jean Claude Poirrier, empresario del grupo francés que compró Chocolates Elgorriaga) y se firmó por un año. Millón y medio de pesetas. No ponía ninguna pega, pagaba religiosamente… Si teníamos un partido televisado, otras 500.000 pesetas, y renovaban un año más. Lo tuvimos, lo jugamos en Lasarte-Oria creo. Nos renovaron, pero le lloré un poco, que no era lo mismo un año que el siguiente. Entre medias apareció un tal Suevos, que su abuelo fue alcalde de Madrid, de una empresa de publicidad que andaba con regatas, coches… nos dijo que iba a traernos una millonada. Movía mucho dinero, y le dijimos que moviera un poco para aquí. No hice mucho caso. Hablé con el francés y le dije que había esa opción.

¿Qué respondió Elgorriaga?

Le explicaba quiénes éramos, de dónde veníamos, qué chavales teníamos… No sé por qué, a ese hombre le caí bien y creía en lo que yo decía. Le dije que si el patrocinio subía a cuatro o cinco millones, era posible que fuéramos campeones… Pero que si me daba diez más, seguro. Me dijo: “Mañana le llamo”. Y llamó a la oficina en la que trabajaba: “Dejen eso de la publicidad que me ha dicho. Seguirán con nosotros”. Le pregunté a ver las cantidades o algo: “No se preocupe usted”. No le di mucha importancia, algo ya me diría… A los 20 días aparece un nuevo director y que Poirrier le había dado la orden que le dijera qué necesitábamos. Otra vez, pensé, con la pelota a vueltas y nadie va a tirar a canasta… Le puse en un escrito cantidades, mensualidades, etc. Creció el porcentaje de lo que nos suponía y nos permitía viajar de otra manera; si había coger un avión, se cogía, o si el autobús tenía que estar parado una noche, estaba. Antes nos volvíamos locos por la oferta de un hotel.

El deporte guipuzcoano les debe a Iñaki Almandoz (Askatuak) y a usted el impulso de Kirolgi…

[Interrumpe] No, esto se debe a que Román Sudupe (diputado general de Gipuzkoa entre 1995 y 2003) decidió tomar cartas en el asunto. Le llamamos porque varios clubes no podíamos estar como estábamos con el área de Deportes. Nos dijo que no había dinero y le decíamos que sí, que dinero claro que había. Nos preguntó cuánto hacía falta, y le dijimos que había una serie de clubes que había que ayudar para que no plegaran. Se ocupó personalmente de aquello y consiguió publicidad de seis-ocho empresas y se repartió. Alguno se quejó de que era para nosotros. Y no, aquel sistema que se instauró permitió beneficiarse de Kirolgi a otros clubes que no eran los iniciales. El que se quejaba, también logró.

¿Tan importante es una herramienta así, con las principales empresas y un club como la Real, apostando por los proyectos deportivos referentes de Gipuzkoa?

Creo que sí, porque hay un déficit de fe, de que con el deporte se pueden conseguir cosas. La gente no se preocupa. Quieras o no, poner tu nombre en un equipo te lleva a estar pendiente de lo que pasa ahí, y la gente no quiere eso.

Desde 1979, el Bidasoa fue creciendo, también con sinsabores que la memoria olvida, hasta la Liga de 1987. ¿Le tienen más cariño a aquella Liga que a la Copa de Europa?

Son cariños diferentes. La del 87 es como si fuese mi hijo: eran chavales de casa y apostamos por dos yugoslavos que salieron bien, porque salen mal y terminas media tabla sin pena ni gloria. A aquel equipo le tengo un cariño tremendo, aunque con muchos no tengo relación porque me enfrenté a ellos. Algunos querían cobrar hasta por ganar la Copa que no ganaron… Es el título con el que más he disfrutado habiendo sido después campeones de Liga, de Europa… pero alrededor había ya muchos tupamaros a por dinero… Lo del 87 fue con los de casa, plantando cara al Barcelona, al Atlético, al Cajamadrid, al Teka…

Debut en Europa, en toda una Copa de Europa ni más ni menos. Llegan a semifinales. Pierden 22-7 la ida ante Tussem Essen en Alemania. ¿Tierra trágame?

¡Y tanto, joder! Veníamos crecidos: íbamos a jugar las semifinales habiendo eliminado al Wybrzeze Gdansk de Bogdan Wenta, pero qué cojones, nos dieron una hostia… No nos quedó más que apelar a que el arbitraje fue horroroso. Lo fue, pero nosotros no jugamos nada.

Cuatro años después, la derrota en el partido de vuelta de la final de la Recopa contra Milbertshofen, con arbitraje de Jug y Jeglic. ¿Su peor momento como presidente?

Sí, sin duda. Me dieron ganas de mandar todo a tomar viento. Solo porque pensé un minuto en los jugadores, que no tenían la culpa. La tenían aquellos dos que tenían que desaparecer de allí. Años después, Alfred Gislason, cuando hacía el curso de entrenador en Alemania, les pusieron el vídeo de aquellos árbitros para ver lo que no se podía hacer. Todos se quedaron alucinando del partido, pero fue real. Creo que dejaron de arbitrar tras aquel partido.

Aquel Bidasoa de la gran década no se clasifica a Europa algunos años, porque de todo hubo, pero deja el récord de cinco veces consecutivas. ¿Tenía la percepción, que hoy también puede suceder con el Bidasoa actual o con la Real en fútbol, de que no se valora la dificultad de lograr un billete europeo cada año?

Cuando hacíamos los equipos, pensábamos que podíamos quedar terceros, cuartos, quintos… Y Juantxo nos decía: “Oye, no digáis tonterías, porque eso que decís, se rompe rápido. ¿Con base en qué lo decís? ¿En puntos? ¿Los conseguís sin jugar?”. ¡Siempre crees que no te va a ganar nadie! El último que nos eliminó en Europa en 1997 fue el Stavanger. En la cena oficial, hablamos con la otra directiva y a ver mañana qué. “Venimos a ganar”, nos soltaron. Bueno, bueno, bueno…, pensé yo. Y nos ganaron. En la ida y en la vuelta. A casa casi sin empezar la competición europea.

El año siguiente a la Copa de Europa de 1995, el equipo vuelve a la final y pierde contra el Barcelona. “Qué pena, ¿no?”, le espetaron en el paseo Colón. ¿Nos acostumbramos fácil al solomillo?

Aquel año fuimos subcampeones de Europa, terceros en Liga, campeones de la Copa del Rey y campeones de la Supercopa de España. Uno me dijo que “este año, peor que el año pasado, ¿no?”. Si analizas lo que había, igual te quedas con lo conseguido ese año en lugar de lo del año anterior. La Copa, la Supercopa, etc., están muy bien, pero ¡lo que perduraba era que has perdido la final de la Copa de Europa! Lo otro al parecer eran trofeos de poco prestigio y lo que valía era la Copa de Europa. Aquel solo fue uno, pero te deja mal cuerpo.

¿Con el paso del tiempo es capaz de entender por qué alguien llega a esa reflexión?

Creo que es porque no han tenido nunca posibilidad de hacer deporte y sufrir para ganar. Esa gente no lo sabe. Va al campo, si es que va, y “hemos ganado”, tal y Pascual... ¡No sabes lo que hay que hacer para ganar partidos! Tienes que saber quién está enfrente, por qué tiene a esos jugadores tan buenos que juegan tan bien. Tienes que ir a ganarles. ¿Cómo les ganas? Fíjate en los jugadores del Barça qué chispa tienen. Una maravilla. A eso te enfrentas, y no es solo dinero: preparar partidos, psicólogos, rutinas de enfrentarte a Kiel, Veszprem…

Copa de Europa de 1995. ¿Qué momento de aquellos días guarda con cariño?

El día que llegamos de Croacia me sorprendió tremendamente que en el aeropuerto de Bilbao hubiera diez-doce personas, gente que conocía de Irun pero que no tenía relación. ¡Qué sentimiento tenía aquella gente! Mendiburu, que fue portero de fútbol, también estaba allí. Le pregunté a ver qué hacía allí si no iba ni a un partido. “¿Qué voy a hacer? ¡Habéis conseguido una gesta tremenda para Irun!”, me respondió. Hay gente que se apasiona por el deporte, como las cien personas que estaban en la grada de Zagreb apoyando… Luchábamos por algo.

¿Fue el momento más perfecto de la historia del club?

¿Perfecto? No sé... Todo iba sobre ruedas. No había ni una bronca.

¿Llegar a eso lleva años?

Eso viene, no lo planificas. Tienes hábito de hacer las cosas, la gente cree en ti… Y las cosas salen con la mano izquierda. No hicimos nada. Jugabas un partido y lo pasabas. Luego, la liguilla de semifinales contra Kiel, Olympique de Marseille Vitrolles y Dukla Praga, liguilla en la que ganamos hasta tres partidos de un gol. Todo iba bien.

Fue concejal (1995-1999) en una época en la que acaban de caer las Aduanas y desaparecen grandes empresas de la ciudad, como la propia Elgorriaga. ¿El Bidasoa pervive como una de las pocas entidades que une a Irun con ese pasado glorioso?

La ciudad y el Bidasoa ahora tienen que estar orgullosos de su equipo, de un club en orden, que cuesta muchísimo conseguir. Eso es muy importante para un club, más si hay otros que no hacen.

"Articular una fórmula para que el talento no se vaya tan joven de la Liga ASOBAL sería fructífero"

Acostumbrado a torear en grandes plazas, Beñardo García no tiene problemas en pronunciarse sobre la situación de la Liga. Tampoco le asusta la existencia de un dominador Barça, a quien ve muchos más efectos positivos que negativos para la Liga ASOBAL.

ASOBAL hoy no está entre las dos ligas más fuertes de Europa, pero es la tercera con más internacionales en el Mundial y con un perfil definido: mucho jugador joven, tanto español como latinoamericano. Una de tus quejas como presidente era que la inversión en la cantera se echaba a perder cuando con 18-19 años el jugador se iba. ¿Habría que articular fórmulas para fortalecer la Liga en ese sentido?

–Si articulas alguna fórmula, será buena, porque si el jugador se queda es porque cobrará más dinero. El jugador no se va a quedar ocho años más cobrando lo de antes. Se quedará cobrando más y el club verá que sus esfuerzos repercuten en la pista, no se los lleva el equipo francés o alemán de turno, y la Liga se fortalece. Sería fructífero.

Vemos cada vez más ligas en Europa con grandes dominadores, como pasa en la propia Liga ASOBAL. ¿Cómo valora el dominio del Barça?

–El Barça hace un equipo para ganar la Champions, es lo que les importa. Si la ganan pero no ganan nada más, estarán orgullosísimos. Si ganan más, la Liga, la Copa, la Copa Asobal, la Liga de los Pirineos… estarán en el cielo. Justifican lo que gastan con la Copa de Europa. Yo creo que es bueno que exista el Barcelona, con cinco más que le hagan sombra. Lo que ocurre es que cinco no, estamos siete, pero un poco más abajo. Lo que pasa es que dan miedo, y también en Europa, no solo en la Liga. Hacen muy buenos equipos, no pierden el tiempo. Tienen gente que mira, ve y negocia bien.