Este año no habrá foto cruzando la verja de Larraitz, en Abaltzisketa. La tradicional fiesta de apertura de los pastos de Aralar se queda sin sus protagonistas, los pastores y sus animales: miles de ovejas y yeguas que durante la primavera y el verano pastarán en las alturas de Gipuzkoa. Este año también lo harán, como siempre, pero sin participar en el "teatro" organizado por la Mancomunidad de Enirio-Aralar, el ente integrado por quince municipios de Gipuzkoa y encargado de gestionar este espacio natural; acusan a sus responsables de "dejadez" y de poner trabas a la actividad ganadera.

Jerónimo Nazabal Etxeberria, más conocido como Beltza, es el pastor más veterano de todo Aralar. Los hay mayores que él, sí, pero ninguno que haya hecho 60 primaveras y veranos de su vida allí, desde niño. Nunca ha faltado a la cita con los pastos altos, ni cuando hizo el servicio militar, en 1981, "el año del golpe de Estado y de la primera liga de la Real", que celebró "con mucha emoción", aunque siempre ha sido fan de José Ángel Iribar y por extensión aficionado del Athletic. Incluso entonces pidió un permiso de un mes para acompañar a su padre en junio con las ovejas.

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Nadie como Beltza representa la tradición de la apertura de pastos. Sube a primeros de mayo con sus ovejas y es de los que no baja hasta noviembre. El día de Todos los Santos (1 de noviembre) es que el marca la época de retirada a los valles, pero los que realmente marca la bajada a los pueblos es la climatología y sobre todo el nacimiento de los corderos, unos 200 al año en su caso. En Aralar convivirán durante los próximos meses varios pastores y sus familias con el ganado.En Aralar

Su abuelo y su padre fueron pastores. Él lo ha sido toda su vida, sin excepción ni otras actividades secundarias. Reconoce a cada una de sus 270 ovejas. Dice que todas son distintas, como las personas, y sufre cuando una de ellas se lastima. A sus voz, reaccionan en su establo de Oiartzun, a los pies del parque natural de Peñas de Aia. Sus palabras son órdenes para ellas, aunque modestamente reconoce que solo le hacen caso "cuando ellas quieren".

Ya tiene todo listo. Subirá a Aralar el miércoles por la tarde, día 4 de mayo. En dos viajes, un camión trasladará a sus ovejas desde Oiartzun, donde vive desde noviembre hasta abril; hasta las puertas de Aralar. Desde allí, le quedarán dos horas a pie con el ganado, vara en mano, una de sus makilas, y con la compañía de sus perro Bixar, de cinco años; y de su caballo, el encargado de ayudarle en la escalada y llevar los enseres necesarios para la vida cotidiana en el monte. No falta la referencia a la escasez de pistas de montaña.

Le acompañarán también su hijo e hija, de 33 y 28 años, respectivamente. Ellos no son pastores. Ambos tienen sus trabajos, pero han mamado desde niños la cultura ancestral de los pastores que representa mejor que nadie su padre, y no suelen fallar a la cita.

A 1.070 metros de altitud

A 1.070 metros de altitud, en el cielo guipuzcoano, se encuentra su txabola: Kutixao. La misma que habitaba su padre desde que a los 27 años dejó "la fábrica grande", como se conoce a CAF (Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles) en la comarca de Goierri, para hacerse pastor de por vida, como lo había hecho su propio padre, el abuelo de Jerónimo, en otra txabola, Orabiel, a una cota menor. El monte Ganbo, el más alto de la sierra, tiene 1.412 metros y Txindoki, el más emblemático, 1.341.

En Kutixao, Jerónimo ha vivido media vida, desde que era bebé, hasta hoy: 62 años, que son los que cumplió el domingo pasado. Se considera un "pastor de pura cepa"; ordeña a sus animales a mano todavía. A la vieja usanza. Nada de máquinas. Dice que "solo le lleva unas tres horas al día" ordeñar a 100 de sus ovejas, pero reconoce que las manos se le endurecen de tanto apretar, pese a su depurada técnica. Solo lamenta que en estos difíciles tiempos para los ganaderos, haya "gente que se piensa que la leche sale de un tetra brik".

Feliz y contento de volver a la montaña. Su vida. A Jerónimo le esperan seis meses con muchas horas de soledad. Es de los pocos que no baja a la civilización. Seis meses de aire puro, evasión, respiro y trabajo. Sube preparado para todo. La lluvia nunca ha sido obstáculo, aunque recuerda especialmente el duro año de 1972, con "nevadas durante ocho días" que le forzaron a bajar con el ganado hasta los depósitos de agua de Zaldibia, su pueblo natal.

Los aproximadamente 40 metros cuadrados que tiene su txabola de Kutixao no se le hacen pequeños. Con su televisión y un montón de canales que le llegan. Su teléfono móvil, un dispositivo sencillo y con números bien grandes para poder distinguirlos bien, es otra de las herramientas esenciales. Nada de teléfonos inteligentes. "Tiene más de diez años, pero es muy bueno: duro, aguanta golpes y la batería dura tres o cuatro días sin problemas", dice orgulloso. "¿Para qué quiero más?", dice. Nada de WhatsApp, reconoce. No lo echa en falta.

Beltza es como el último mohicano. La mayoría de pastores bajan a los pueblos a menudo. Él no lo haría, ni aunque tuviese una pista que se lo permitiera. "Yo no tengo nada qué hacer abajo. Bajaría de vez en cuando si pudiera, pero me arreglo bien", asegura. El día se le hace ameno. "Tengo televisión, me gusta el deporte, el Tour de Francia (prueba ciclista de tres semanas), y luego siempre hay trabajo: hacer madera para el año que viene, hacer algo de huerta".

La electricidad supuso "un cambio terrible" en la vida de estos sacrificados profesionales. Antes de que a mediados de los 90 se instalasen placas solares en las txabolas, "no había ni tele ni leches". La otra gran mejora, asegura, serían los accesos, las pistas de montaña, envueltas en la polémica por el rechazo de sectores conservacionistaslas pistas de montaña: Cuando han hecho algún camino, a los que les ha llegado, les ha supuesto una mejora muy grande. Yo no tengo pista hasta mi chabola, pero ahora tengo una más cerca", lo que se traduce en menos trabajo para su caballo y sus maltrechas rodillas.

Jerónimo es un hombre de costumbres y muy madrugador. Se despierta todos los días del año a las 5.30, aunque en Aralar aprovecha hasta cerca de las seis de la mañana, y se acuesta a las 23.30 horas. El día da para mucho en el monte. "Ahora durante dos meses ordeñamos a las ovejas y hacemos queso y desde San Pedro en adelante (29 de junio), cuando ya se deja de ordeñar, las ovejas suben hacia Alotza, y suelo subir arriba con ellas. No es necesario acompañarlas, pero voy con ellas al amanecer, hacia las seis de la mañana. Allí nos juntamos tres o cuatro pastores. Yo me llevo muy bien con ellos y charlamos mucho", reconoce.

Asegura que la vida para los pastores es cada vez más difícil, pero le encanta su profesión. Recuerda, con cierta nostalgia, que "ya no queda nadie de los que estaba entonces", cuando él era un joven pastor. "En estos momentos el más veterano en Aralar, soy yo. Los hay más viejos, pero no tan veteranos. De los que yo conocí entonces no queda nadie. Y son unos cuantos", afirma.

Jubilación sin relevo generacional

Con 66 años, le espera la jubilación. Cuatro años le quedan y ya mira de reojo a su futuro inmediato. Se pregunta si ¿aguantaré el verano aquí abajo?, en Oiartzun. "Me da pena, porque los hijos también van muy a gusto a la txabola del monte, han estado allí desde pequeños. Me conozco todas las piedras y rocas de allí.

Será el adiós a Aralar, a su cabaña de Kutixao, la que heredó de su padre. En cuanto se jubile, si ninguno de sus familiares lo solicita, la Mancomunidad se la asignará a otro solicitante, si lo hay. Lo dice sin resentimiento, asumiendo que el futuro de sus hijos se encuentra por debajo de los 1.000 metros de altitud. "Yo no les voy a fastidiar en su trabajo. Si tienen ganas, les voy a apoyar, pero si no... Es en balde.

Sin embargo, "sí animaría a los jóvenes si es lo que les gusta, pero que tengan claro que ahora está difícil, que cada vez hay más trabas, y que son necesarias grandes inversiones. Si tienes apoyo de la familia, un rebaño, yo les diría que lo hagan, pero hacer todo nuevo es muy difícil, primero te exigen terrenos, unas instalaciones y hay que saber dónde se mete uno".