aralar - Los buitres habían atacado a una vaca y se la estaban comiendo aún viva. Era el comentario del lunes entre varios pastores de Aralar. Está siendo un año bueno en los pastos del parque natural y los animales, 17.000 ovejas y 1.500 vacas y yeguas que pastan allí, no tienen que acceder a lugares peligrosos para obtener comida y pocas mueren despeñadas, lo que hace pasar hambre a la población de buitres. Esta especie protegida es solo una de las muchas preocupaciones de los 40 pastores que ocupan las chabolas del parque natural en el lado guipuzcoano, el más amplio. Son ellos y su ganado quienes mantienen Aralar como lo que es: un auténtico paraíso. Son sus guardianes. Y hoy, feria especial en Ordizia, es su momento.

Producen queso en sus explotaciones durante todo el año y pasan desde mayo hasta octubre grandes temporadas en los pastos de Aralar. Sobre todo en el periodo de ordeño, en mayo y junio, hasta sanfermines aproximadamente. Familias enteras se trasladan allí cuando termina el curso escolar y regresan, primero los pequeños y las mujeres, hacia septiembre; y ya los últimos pastores tras el Pilar.

Su vida en los cielos guipuzcoanos, a más de mil metros de altitud, es “atada”. Bajan cuando pueden; a “hacer compras”, ya que no todos tienen acceso rodado a sus chabolas; estas están equipadas desde más de una década con corriente eléctrica -tienen paneles solares- y agua corriente. “Aunque si hace tres días seguidos muy nublados, hay que controlar el consumo de luz”, explican.

Pero familias como la de Kontxi Lertxundi o Ainhoa Zuriarrain tienen que hacer tramos a caballo con un carro para transportar sus enseres y a sus hijos. “Es como vivir en otra era”, lamentan. NOTICIAS DE GIPUZKOA ha compartido una jornada con ellos.

Son las 11.10 horas. Nos ha costado una hora y media llegar hasta la chabola Beaskin, (30 minutos en todoterreno y una hora a pie) de Jon Arregi, un pastor natural de Usurbil que reside en Zerain junto a su mujer, Martina (33 años), natural de Sara; y sus dos hijos, Ortzi y Elorri, de 10 y 6 años, respectivamente. Esta semana comienzan en la escuela.

Arregi puede acceder a su chabola en vehículo dando un rodeo de hora y media por el lado navarro: Etzegarate, Uharte Arakil, San Miguel de Aralar, Igaratza... 70 kilómetros (140 ida y vuelta) y hora y media de trayecto para ir y otro tanto para volver, cuando habilitar una pista para vehículos autorizados en un tramo de 2,5 kilómetros en el lado guipuzcoano, desde Enirio, le permitiría llegar a casa en la mitad de tiempo.

vivir sin cobertura Tiene 40 años y es de la calle (kalekoa), no de caserío. “Yo era cocinero, y había trabajo, pero no me hacía. Me gustaban el monte y los animales y me decidí a ir a la Artzai Eskola”, dice. Empezó como pastor a los 27 años.

A más de mil metros de altitud, tiene un teléfono móvil dentro de un vaso en una estantería alta. Es el único lugar de la chabola con cobertura. No tiene tele, solo una radio. Juegan a cartas “a tope”.

Dos operarios le están construyendo una caseta para una máquina de ordeño. Jon aún lo hace a mano. 200 cabezas, dos veces al día: cuatro horas diarias. El resto se pasa haciendo queso, preparando comidas y vigilando el rebaño. Para los niños hay juegos de mesa, deberes de clase, bici de montaña y “una Nintendo”, confiesa Ortzi.

La actividad ganadera en Aralar es parte de la cultura vasca. “Hay constancia de que algunas chabolas tienen hasta 3.000 años de antigüedad”, confirma el miembro de la Mancomunidad de Enirio Aralar que nos acompaña. Pero la oveja solo lleva 300 años en Aralar. “Antes había vacas y cerdos”, explica.

de las oficinas de caf, a pastor Arregi no tiene tanque para guardar la leche que ordeña a la tarde y tiene que hacer queso dos veces al día. Juega con esa ventaja otro vecino que vive un poco más abajo, en Doniturrieta Garakoa II. “Es uno de los pastores de mayor peso”, nos dicen.

Antes de conocerlo, nos cuentan que “hace 30 años trabajaba en las oficinas de CAF y lo dejó”. Gerardo Garmendia, Mozo, de 58 años y natural de Zaldibia, nos recibe en la entrada de la chabola junto con su pareja, Modes, de 56 años. A ella ni siquiera le gustan los animales. “Dicen que el amor es ciego... Lo que sí hace es producir ceguera”, bromea.

Nos sacan vino y queso de montaña. Extraordinario. Aunque solo cuatro lo producen aún de forma regulada con control sanitario para su venta, tres más están en proceso de regularización y obtendrán el permiso de Sanidad este año. “El queso de montaña es de toda la vida, lo único es que ahora se está haciendo con garantía legal a través de Sanidad”, dice Mozo.

Tienen dos hijos de 22 y 19 años. “Hace tiempo que no quieren saber nada de la vida en las chabolas de Aralar. Hasta los 12 o 13 años los aguantas bien, pero luego no quieren venir. Se aburren”, asegura ella.

ser madre a 1.000 metros de altitud El ordeño de los animales dura hasta San Pedro o San Fermín. No más allá porque las ovejas “se van quedando secas y ya no dan leche”. Y a partir de ahí la carga de trabajo en Aralar se reduce. Y llega el tiempo de cría. Kontxi Lertxundi y su marido, Katxiñe, lo saben bien. Tienen en Lazkaomendi una explotación con 700 ovejas y 500 de ellas están preñadas ya. A partir de octubre comenzarán a nacer los corderos. Para Navidad.

Nos reunimos con ella un poco más abajo, en las chabolas de Esnaurreta, en la linde con Zaldibia. Nos reciben tres madres. Allí vive estos meses con su familia Maider Murua (37 años), pastora de tercera generación. Es de Itsasondo pero gestiona junto a su marido, José Antonio Garmendia, una explotación en Orendain.

Lo que peor lleva de esta vida es que “es como ser madre soltera. Si hay una merendola de cumpleaños de los niños, siempre estás sola para todo. Es una profesión muy atada”, lamenta. Sus hijos Ioritz, Oier y Uxue tienen ocho, siete años y 17 meses, respectivamente. “Antes, de soltera, ya era pastora y entonces disfrutaba más con el ganado”. Ahora sufre las limitaciones de cuidar de sus hijos lejos de los núcleos urbanos y con malos accesos.

Piden mejores accesos Kontxi también cuenta su experiencia tras 29 años en la pomada. Se casó con un pastor, también de Orio, como ella. “Hacer planes es muy difícil. Ir a la playa, o hacer algo con los niños, por ejemplo... Las ovejas no esperan. El trabajo no se puede dejar para mañana. Y la mujer está sola”, dice.

Del mismo modo, Ainhoa Zuriarrain, que vive con su marido Jon Ander Goñi en Amezketa, confirma ese reparto de roles: los hombres con los rebaños y las mujeres con el queso, los niños y el “papeleo”. Lo que más lamentan, dentro de las limitaciones propias de su trabajo, es la ausencia de facilidades en los accesos.

“Mira, ahí está nuestra Nacional I”. Señalan a la zona donde está proyectada la construcción de una pista de montaña en un futuro próximo. La esperan como agua de mayo. Kontxi es una de las afectadas por la falta de acceso rodado a las chabolas de una zona de Aralar. “Cuando nuestra hija tenía un año, la teníamos que bajar a diario a hacer rehabilitación. Y mi marido tenía que bajar con ella a caballo hasta Larraitz, cambiarla allí, y luego vuelta, a caballo”, exclama.

“¿Y cuando un niño tiene fiebre y tienes que ir a Urgencias de noche? ¿Por un sitio que no hay camino a dónde voy?”, se pregunta Ainhoa.

“Los últimos navegantes” Les preguntamos si querrían que sus hijos siguiesen el oficio. Ainhoa y Maider coinciden en que “primero deben estudiar para tener una alternativa y luego decidir”. Y añaden que este oficio es muy “atado y difícil”.

Kontxi, por su parte, dice rotundamente que no. “Yo no quiero ver a mis hijos así, en este modo de vida”, confiesa. A su lado, su hijo Xabat, de 16 años, hace ver que quiere seguir el oficio de sus padres. Vuelve a intervenir Kontxi, con 29 años de experiencia en el pastoreo. “Yo veo que una persona sola es muy complicado que pueda llevar a cabo esto. Hacen falta dos personas al menos y veo muy difícil que otra persona se sacrifique como nos hemos sacrificado nosotras en su día. Creo que somos los últimos navegantes”, asegura. Maider coincide en que “el futuro son las cooperativas”.

El día avanza. Son ya las 15.00 horas y regresamos al todoterreno, dejándoles en sus chabolas. A 30 minutos en coche está la civilización. Ataun.