ay imágenes que persiguen a uno. En este caso, a cuatro trabajadores del servicio de mantenimiento de carreteras de la Diputación de Gipuzkoa. Se encargan de cortar la hierba de los bordes de la carretera, de limpiar las cunetas, y el pasado día 2 asistieron en persona a una pesadilla en vivo. Sin filtros. La muerte de tres jóvenes de entre 19 y 20 años en un accidente de tráfico justo donde ellos trabajaban, la AP-1, a la altura de Soraluze. Dos de estos trabajadores, Alex y Asier, vieron con sus propios ojos el impacto, la pérdida de control del vehículo y cómo este se incrustaba bajo un camión cargado de bolas de hierba. Aitor y Josetxo no estaban mirando, pero tienen grabado el “sonido seco” del golpe.

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“Necesitamos contarlo”, dicen. No dejan de pensar en que podían haber caído ellos también. Que podía haber sido cualquiera y lanzan un mensaje. Prevenir y extremar las medidas de seguridad en cualquier actuación en nuestra red viaria, dicen, es “por el bien de todos”. Al volante, en el trabajo, y en la gestión de las vías.

Asier Baztarrika está desencajado aún. Las imágenes se le pasan por la cabeza sin que él les de paso. Le asaltan. “Ver morir a tres jóvenes delante de tus narices es muy duro. Nadie está preparado para eso”, reconoce. “Estaba ahí mismo, y nosotros, aquí”, apunta en un croquis hecho por un compañero en un cuaderno.

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Tras la bionda, él y sus tres compañeros charlaban junto a su furgoneta, aparcada en el arcén de la AP-1, mientras se quitaban las siras (estaba parando de llover) y rellenaban de gasolina la sopladora con la que limpiar una segunda cuneta. Aún estaban de risas, las últimas de ese día.

Un turismo pasó junto a su furgoneta, “muy rápido”, perdió el control, y al enderezarlo el conductor, se empotró bajo un camión cargado de bolas de hierba que estaba parado en el arcén 50 metros delante de los jardineros. Así lo relatan.

Su reacción fue instantánea. Dos de ellos, Aitor y Alex, se fueron corriendo sin pensarlo 50 metros carretera arriba a detener el tráfico, a parar al resto de vehículos, mientras Josetxo y Asier se fueron corriendo a retirar una bola de paja que, fruto del impacto, salió disparada del camión a la mitad de la carretera, para que ningún otro vehículo se estrellase contra ella.

Josetxo Zeberio no había visto el accidente, solo lo había oído. Un ruido que aún le machaca la cabeza. “Yo la primera cosa que vi fue una de las bolas de paja en la carretera y lo primero que hice fue, automáticamente, ir a retirarla y hasta que no fui a quitar la bola, no vi el coche y al copiloto...”, recuerda.

Pero la cosa no se iba a quedar ahí. “Fuego, fuego”, se percataron. La hierba estaba comenzando a arder y otras dos bolas estaban encima del coche, que empezaba a prender en llamas. Lo primero fue ir corriendo hacia sus vehículos y coger sus extintores. “El camionero también sacó el suyo”. “Luego el camionero echó el camión un poco para adelante” y pudieron sofocar las llamas del vehículo, mientras los fardos de hierba del camión se quemaban.

Así actuaron. Sin pensarlo, sin saber si otro vehículo se los llevaría por delante. “Nos salió así”, dicen ahora, satisfechos, dentro de la tristeza, porque están convencidos de que evitaron que más vehículos impactasen por detrás contra la bola de paja de más de 400 kilos que se había desprendido del camión y ocupaba la calzada.

“Si quieres que te diga la verdad”, dice Aitor, “sin hablar, dos fuimos a señalizar y dos a quitar la bola..., creo que fue una actuación perfecta, porque si no se habrían estampado detrás otros diez coches. Una de las cosas más peligrosas, según nos explicó un bombero luego, es que frenes para mirar el accidente y que te pegue el de atrás”, precisa.

Y así fue. No hay que darle más vueltas. “En mi opinión -apostilla Josetxo-, si hubiera pasado otra cosa, si otro vehículo hubiese impactado contra la bola, o si a alguno de nosotros nos hubiesen llevado por delante, pensaríamos mil cosas, pero el hostión ya estaba ahí y no pasó nada más. Tal como pasó, y aunque luego fallecieron los tres, yo creo que les dimos una oportunidad, al apagar el fuego, porque si no se habrían quemado todos. Contuvimos el fuego”, incluso echando agua mineral que tenían para beber, cuando se les gastaron los extintores. “Una botella de litro y medio de Insalus”, recuerda Alex, medio aturdido. Todo improvisado.

Los primeros recuerdos, el simple ejercicio de recordar los hechos, provoca en ellos miradas perdidas. Uno habla y el resto mira a ninguna parte. “Fue impresionante”, sentencia Zeberio: “Sientes impotencia, porque pasa el tiempo y ves que no puedes hacer nada más”.

“Y ahí estuvimos toda la mañana...”. De nuevo miradas perdidas y silencio. Calculan que pasaron unos 20 minutos hasta que llegó todo el dispositivo. “Para nosotros fue larguísimo, como si fuesen dos horas”. ¿Pero cuándo van a llegar?, se repetían entre ellos.

“Una pick up de Bidegi fue la primera en llegar y una patrulla de la Ertzaintza llegó bastante rápido”, pero los bomberos (“tres camiones del parque de Oñati y otros tres de Eibar”) y las ambulancias tardaron algo más.

Alex Gurrutxaga lo vio todo perfectamente. “Fue un golpe seco. La parte delantera del chasis... Yo veía cómo venía el coche, pero no escuchaba y no pegó ni en la bionda; entró directo...” La mirada se le pierde. ¿Qué tal estás ahora?, le preguntamos. “Yo no estoy bien. De día estoy entretenido. Lo peor es de noche. A mí me viene por la noche. A mí ese ruido se me ha quedado ahí y cuando me despierta, me cuesta una hora dormir”, lamenta.

Gurrutxaga es el más veterano del servicio. Lleva 30 años en este trabajo y aunque ha estado de guardia atendiendo accidentes, “y han sido muchos”, añade, “verlo en vivo es la primera vez”, dice. Josetxo continúa: “Yo, la mano y el pecho del copiloto los tengo metidos en la cabeza y esa impotencia de ver que está ahí y no puedes hacer nada... Al principio no se movía, pero luego vimos que respiraba...”.

Aitor Bereziartua es el más joven de los cuatro (31 años) y rememora el cuadro: “el airbag”, “los cristales tintados de atrás”. No sabían exactamente cuántos ocupantes había en el vehículo. “Que había dos, fijo. Pero atrás no se veía. Y cuando llegó la Er-tzaintza, resulta que había un tercero y no se le veía. Un francés y un magrebí que venían detrás pararon sus coches y uno me dijo que se escuchaba el ruido de un crío. Asier también decía que escuchó la voz de una mujer pero por teléfono...”. Momentos de confusión, admiten.

Trabajar al borde de la carretera es “muy peligroso”, aseguran Alex Gurrutxaga, Josetxo Zeberio, Asier Baztarrika y Aitor Bereziartua, y en situaciones así “te entra miedo”, dicen. “Eso pasó el 2 de septiembre y la siguiente semana nos tocó trabajar de noche. Estábamos poniendo las bandas laterales, y había como una koxka en la carretera, y cuando pasaban los camiones, del ruido, te ponías en tensión”, dice Bereziartua.

Ante una situación así, estamos vendidos”, dice Joaquín Kintxo Garaiar, el delegado sindical (ELA) de estos trabajadores. Nadie se pone en nuestro pellejo. Estos trabajadores físicamente estaban bien, pero las secuelas eran mentales y estaban trabajando como si no hubiese pasado nada”.

“Los bomberos que atendieron ese accidente recibieron atención psicológica. No es normal que al día siguiente, después de ir a declarar como testigos a comisaría durante tres horas y media (de 8.00 a 11.30 horas), tengan que ir a trabajar al mismo sitio y terminar”, afirma Garaiar.

La reacción de los trabajadores fue escribir una carta a los responsables del servicio. La misma fue suscrita, asegura Garaiar, “por 30 de los 36 trabajadores” de su servicio: “El accidente fue terrible, es difícil describir lo que vimos ahí; las imágenes las tenemos clavadas en la cabeza noche y día”, advertían los trabajadores en el documento.

A raíz de esa misiva, reconocen, “se articularon algunas cosas en la empresa, pero vamos a posteriori con todo. Nosotros cortamos hierba y limpiamos cunetas y se tienen que meter en nuestro pellejo”. Es fácil de hacerlo si se piensa: su oficina son las cunetas de las autopistas principalmente y los vehículos pasan por allí a más de 100 kilómetros por hora. Cada mañana toca un punto kilométrico diferente, pero es el mismo trabajo, “el mismo peligro” y “el mismo miedo”. “Siempre aparcamos en el arcén” y los coches, admiten, pasan a gran velocidad al otro lado de la línea de conos.

Pero ese día todo se torció. “Pasaron junto a nuestra furgoneta y nosotros estábamos al lado. El coche se podría haber ido contra nosotros tranquilamente, por supuesto”, explican los cuatro. El camión estaba más adelante. “Se le había soltado una cercha para sujetar la carga y venía con ella suelta. Nos dijo el camionero que tenía mal sitio para parar y que por eso no lo había hecho antes. Y cuando nos vio aparcados en el arcén, se metió delante nuestro, en el arcén”, explican. Allí estaba, parado, cuando sucedió lo inesperado. Zeberio subraya que “la carretera estaba muy resbaladiza. Hacías así con el pie (simula un paso) y resbalaba mucho”. “Venían muy rápido”, zanja Gurrutxaga.

“Se podía haber ido contra nuestra furgoneta tranquilamente, por supuesto. Habíamos terminado una cuneta y estábamos a punto de hacer la segunda, hacia la parte donde estaba el camión. Si hubiésemos empezado, nos habría tocado a la par. Podríamos haber sido nosotros”, reflexionan estos trabajadores. Mejor no pensarlo.

Piden ser más escrupulosos con los avisos al centro de control y las alertas en los paneles de información, también cuando hay jardineros trabajando, aunque estén al otro lado de la bionda, fuera de la calzada. Y que esta desgracia sirva para “extremar las medidas de seguridad en nuestras carreteras. Tienen que cambiar muchas cosas. Es por el bien de todos. Esta vez han sido tres jóvenes, pero cualquiera puede perder la vida en una situación así”, dice Garaiar.

“Ver morir a tres jóvenes delante de tus narices es muy duro; nadie está preparado para eso”

Trabajador de mantenimiento viario

“Hay que extremar las medidas de seguridad en las carreteras. Podía haber sido cualquiera”

Delegado sindical de ELA

“Yo no estoy bien; a mí ese ruido (del golpe) me ha quedado ahí; me viene de noche, me despierta”

Trabajador de mantenimiento viario

“El coche se podría haber ido contra nosotros tranquilamente; la vía estaba muy resbaladiza”

Trabajador de mantenimiento viario

“La semana siguiente, de noche, había una koxka cerca y el ruido al pasar un coche te ponía en tensión”

Trabajador de mantenimiento viario