- En plena emergencia sanitaria, los conflictos armados no cesan. El último de ellos ha estallado en Etiopía, más concretamente en la región norteña de Tigray, que colinda con Eritrea. Una lucha armada que ha hecho paralizar todos los proyectos de la fundación donostiarra Etiopía Utopía en el país africano y de la que difícilmente ha podido escapar uno de sus cooperantes, David Unzueta.

“Ha sido una auténtica odisea salir de allí. He vivido mucha tensión e incertidumbre”, relata para este periódico Unzueta, ya desde su casa en Agurain. El cooperante volvió a Etiopía a comienzos de octubre, una vez que la situación coronavírica parecía mejorar, con el fin de continuar la labores de la fundación en la región de Tigray, entre las que destaca la construcción de aljibes en zonas rurales para la recogida del agua de la lluvia que los alumnos de las escuelas puedan consumir.

Dado que en más de una ocasión anterior los rifirrafes entre el gobierno local de la región y el federal habían quedado en agua de borrajas, Unzueta, al igual que otros compañeros de otras ONG, no le dieron importancia a un nuevo desencuentro entre las dos partes. No obstante, todo cambió el día 3 del pasado mes, cuando se escucharon disparos en la zona del aeropuerto. Y, sobre todo, un día después, al despertarse sin luz, Internet, red telefónica y bancos. “Estaba todo bloqueado. Traté de informarme, pero no sé sabía nada. Por aquel entonces incluso se decía que el gobierno de Tigray estaba tratando de solucionar el conflicto”, explica.

La dirección de esta región había tratado de sublevarse ante las últimas acciones del presidente del país y Nobel de la Paz 2019, Abiy Ahmed Ali, quien, desde su llegada al poder, había ido apartando -en ocasiones mediante supuestos casos de corrupción- a los altos cargos de la etnia tigray de la coalición gubernamental, conocida como Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF), que dirigía el país desde 1991. Aunque esta minoría solo supone un 6% de los más de 110 millones de habitantes del país, desde entonces había tenido una gran influencia en la toma de decisiones, algo que irritaba al resto de etíopes.

Ante estos ceses, el gobierno local de Tigray hizo oídos sordos a la orden de suspender las elecciones en septiembre a causa del coronavirus, e incluso contó con observadores internacionales para avalarla. Como era de esperar, el gobierno federal no dio por bueno el proceso electoral, a lo que sus homólogos regionales respondieron no reconociendo el mandato de Abiy Ahmed Ali al haber vencido su plazo.

“La sensación que había en Tigray es que iban a ganar la guerra. Me decían que estuviese tranquilo, que allí estaba seguro”, relata Unzueta. Sin embargo, tras una serie de visitas a las oficinas de Unicef y Cruz Roja, y el contacto con otros cooperantes que decidían salir del país en coche, empezó a cambiar su percepción. “A pesar de no tener luz, la gente trataba de hacer vida normal, pero cada vez faltaba más gasolina, los taxis dejaban de funcionar, y la situación se estaba poniendo tensa”, añade.

El primer contacto para poder salir llegó a través de la embajada. Gracias a que la ONU cuenta con conexión vía satélite, pudo hablar con una compañera suya en Euskadi y con la oficina española en Etiopía.

Mientras se buscaba una posible salida, Unzueta se unió a otros extranjeros en la zona para formar un grupo de información. No obstante, según avanzaban los días, cada vez más cooperantes abandonaban el país en coches particulares sin saberse si conseguían cruzar la frontera o morían en el intento. “Entré en pánico”, confiesa, al tiempo que añade que dejar a su familia sin ninguna noticia de él era lo que más le preocupaba.

Finalmente, el alavés conoció a una etíope con pasaporte belga que le puso en contacto con el dueño de una agencia de viajes que le organizó una salida en coche con otros extranjeros. Para poder salir de Etiopía, no obstante, quedaban más de 20 controles militares. “El momento de más tensión fue en el segundo, cuando nos dijeron que nuestro permiso era falso porque estaba firmado por una persona muerta”, cuenta. Gracias a la intervención del conductor -“que no sé qué les dijo”-, el grupo pudo cruzar la frontera y coger un avión a casa.

Atrás han quedado los proyectos de la fundación, aunque tratan de trabajar desde Euskadi. “Lo importante son las personas, no los proyectos. Trabajas mucho con ellos y se convierten en tus amigos y no saber qué va a pasar ahora con ellos es muy duro”, se lamenta Unzueta.

Las últimas noticias que llegan desde Etiopía no son buenas. La capital de Tigray ha caído en manos del ejército federal, por lo que los combatientes tigreses han huido a otras zonas y se prevé el inicio de una guerra de guerrillas.

Además, a esta situación hay que sumarle la pandemia del coronavirus y una plaga de langostas que está arrasando las plantaciones del país. “Son muchos factores a la vez y realmente no sabemos cómo se va a salir de esta”, concluye el cooperante.

“Ha sido una odisea salir de Etiopía. He vivido mucha tensión e incertidumbre”

“Trabajas mucho allí y se convierten en tus amigos. No saber qué va a pasar con ellos es duro”

Cooperante Fundación Etiopía Utopía