urrito, que nos han jodido a los dos a base de bien”. Antonio Matas, de 72 años, remueve con su bastón los pocos pimientos que se han librado de la quema. Lo que era un terreno fértil ha sido desbastado por el fuego. La cosecha venía buena, pero ni vainas ni lechugas, ni nada. “Todo se perdió”, balbucea maldiciendo su suerte. El hombre coge una regadera y vierte agua sobre los rescoldos que todavía humean en su huerta, ocho horas después del desastre.

Camina sobre lo que parecen restos de nieve en pleno verano, que no es más que el concentrado de espuma y agua utilizado por los bomberos de la Diputación para aplacar el ansia del voraz fuego. “Sí que nos han jodido, sí”, le responde a Antonio Marcos, de 64 años. Tras él se ve al fondo la bocana de la Bahía de Pasaia, que se adivina como un soplo de aire fresco en medio de este terreno asolado.

Los dos acuden desde hace años a este recoleto paraje, en la muga entre Errenteria y Donostia. “O alguien ha venido a hacer algo raro, o ha sido un rayo”, sospechan. A unos diez o quince metros hay una torre eléctrica de alta tensión que, afortunadamente, no ha resultado dañada. No se conocen las causas del incendio, aunque los vecinos aseguran que de cuando en cuando merodea gente “que no es precisamente de bien”.

Durante la noche del miércoles todo prendió por causas que se desconocen y se elevaron llamas que alcanzaron varios metros. “El huerto era nuestra vida en medio de tanta pandemia; ahora todo ha quedado arrasado”, lamentan junto al camino de San Marcos.

Los hechos sucedieron poco después de las 21.30 horas. Más de un vecino de Oarsoaldea se asomó a la ventana extrañado por lo que parecía el estruendo de fuegos artificiales, algo que no conciliaba con la prohibición de toda actividad festiva por el COVID-19. Enseguida supieron el porqué. El sonido provenía de la combustión. Junto al fuego, se levantó una densa humareda, al tiempo que varios domicilios cercanos despedían destellos vivos y rápidos de manera intermitente. Eran los flashes de móviles de vecinos de Beraun, que tomaban fotografías sin saber muy bien qué ocurría.

Bomberos de Donostia acudieron a esta zona de huertos, colaborando con los de Diputación en el suministro de agua. Fuentes del ente foral indicaron a este periódico que una dotación de bomberos se desplazó a las 21.55 horas y permaneció hasta las 23.20, una vez extinguido el incendio.

A Marcos un amigo le avisó a las 22.00 horas de que el fuego parecía rondar sus terrenos. Ayer, cuando se adentró cruzando los dedos en este intrincado paraje, se le cayó el alma a los pies. “Tenía alguna esperanza, pero viendo cómo ha quedado se te quitan las ganas de todo”, se sincera.

Algo más que ocio encontraba aquí desde hace dos décadas, con especial dedicación el último año, una vez jubilado. Tomates, guindillas, pimientos, calabacines, alguna lechuga, apio... “Tanto tiempo de trabajo para nada, aunque lo que más me fastidia es perder la caseta de madera. En ella guardaba todo, la ropa, los aperos de labranza... En mi vida profesional me he dedicado al sector de la madera, y traía material con el que construí la chabola. Me costó muchísimo hacerla, pero ya no tengo ni material ni ganas”. Junto a la caseta se ve una higuera ennegrecida. Marcos, que la conoce bien, dice que reverdecerá. Más dudas tiene sobre si lo hará su estado de ánimo. “En fin. Aquí poco más se puede hacer. Me marcho a andar”.