- Mascarilla, desinfección de calzado, gel de manos, nervios, dos metros de distancia, "recuerda no tocar", incertidumbre... Loli es muy "besucona" y tener a su madre, Dolores, frente a frente" después de más dos meses y medio" sin verla en persona, se le hizo extraño ayer. "Se te pasa la hora volando, la verdad... parece que te sientas a hablar con ella y ya te llaman para terminar, pero es así, somos mucha gente y tenemos que repartirnos el tiempo y coordinarnos". Con un punto de tristeza, "con ganas de más", pero "contenta, porque sé que está en buenas manos". Así salió Loli Luna de su encuentro con su madre en la residencia Fraisoro de Zizurkil, gestionada por Matia Fundazioa. Era el primer día de visitas autorizadas en las residencias de personas mayores desde que estalló la crisis sanitaria del COVID-19.

Loli, vecina de Andoain de 58 años, había solicitado cita el pasado jueves, en cuanto supo que podía hacerlo. Dolores, su madre, tiene 85 años y padece demencia senil congénita. Ingresó en este centro hace exactamente un año, poco después de que falleciese su marido, Felipe, el 27 de marzo de 2019, de forma repentina. De golpe, toda la arquitectura familiar estalló por los aires; Loli acogió durante un tiempo en su casa de Andoain a su madre, pero en junio, todos se convencieron de que ingresarla era la mejor opción.

Lunes a las 16.00 horas. La cita estaba grabada a fuego en su mente. Habían tenido que pactar en la familia -Loli es la mayor de tres hermanos- quién haría uso del derecho a visita. Tendrá que ser la misma persona la próxima semana. "Una tablet, un móvil" y "fotos y vídeos de la familia", aderezados con "conversaciones ligeras"; nada trascendente. Ese era el plan de Loli y lo ejecutó a la perfección. "Ella no es consciente de lo que ha pasado, tiene demencia senil, y lo que no quiero es que olvide las caras, por eso insisto con las fotos y vídeos. Allí mismo le hago vídeos y se los enseño: flipa con esas cosas. A mí, lo que más miedo me da es que se olvide de la gente", asegura.

La primera sensación de Dolores fue de "sorpresa" al ver a su hija. "Le había dicho tantas veces que no podía ir... Y ahora, que sí podía, ella creía que le estaba mintiendo. Yo le digo que hay una gripe muy mala y si entro le puedo contagiar; tiene que ser un mensaje directo, porque si generalizas, no lo capta", dice la hija.

Sus argumentos, sin embargo, no convencen a una madre por muy enferma que esté. "Puedes venir, yo no te voy a contagiar a ti, me dice, y luego ya empieza a quejarse como los niños, es que lloro por las noches, es que estoy sola aquí... Es un poco chantajista", bromea Loli.

Antes de la emergencia sanitaria provocada por el COVID-19 se turnaban entre los dos hermanos que viven en Gipuzkoa, Iñaki y ella misma, de modo que su madre recibía una visita "prácticamente todos los días de la semana, salvo los lunes," reconoce Loli. También la trajeron las pasadas navidades a casa y la llevaron a comer fuera el Día de Reyes... Pasar de golpe a no poder verla durante tanto tiempo ha sido un palo.

"Yo he sentido mucha angustia, en el sentido de sentirme culpable, repitiéndome a diario que es por su bien. Al principio, como era un encerramiento total de todo el mundo, y no había más remedio, lo hemos llevado mejor. Sé que está bien cuidada en Fraisoro; lo elegimos por la profesionalidad que tienen y la calidad humana de la gente que trabaja con ella, porque aparte de los cuidados médicos que tiene en una residencia, lo que necesita es que sea lo más parecida a un hogar", afirma Loli.

Sin embargo, "cuando hemos empezado la fase cero, a poder salir, a poder tomar algo en una terraza, me empecé a sentir peor por no poder verla", admite. Estaban las videollamadas, sí, casi a diario, pero cada vez que sonaba el móvil y veía que le llamaban de la residencia, que no ha registrado ningún positivo en toda esta crisis, sus miedos se disparaban. "Tranquila, la ama está bien, me decían; igual era para hacerme una consulta sobre el enjuague bucal...". Ahora, dice, "la angustia esa, esa obligación que sentía", se ha aliviado, reconocía ayer a NOTICIAS DE GIPUZKOA justo después de ver a su madre. "Ya la he visto", confesaba : "Y la he visto muy bien físicamente".

Antes de fallecer Felipe, el padre de Loli, ella y su hermano Iñaki se encargaban de cocinar, guardar en táperes la comida, metérsela en el congelador ya hecha y hacer la compra semanal a sus padres, que vivían en Lasarte-Oria. Dolores llevaba diez años en un centro de día. "Meterla en el centro de día ya fue duro para mí, estuve dos años en el psicólogo, porque me sentía culpable, pero no había más remedio para despejar a mi padre, así que dar el paso a ingresarla en la residencia no fue fácil", confiesa Loli.

Durante el confinamiento, ha habido momentos especiales, como el 85º cumpleaños de Dolores, el pasado 1 de abril. "Le hicimos una videollamada los tres hijos a la vez y toda la familia", pero tanta pantalla agotó a la anciana, quien sí advertía, sin embargo, "los pelos" que tenía su hija y ella misma, al verse reflejada en la pantalla. "Me decía: ¡uy, qué pelos tienes! Tiene esos prontos que te hacen gracia. Ella no es consciente del riesgo que han pasado", asegura Loli, quien se conforma con "aprovechar el tiempo" que les queda, confiar en que "vuelva la normalidad" y que el próximo lunes, a las 16.00 horas, haga buen tiempo. "La visita en el jardín sería otra cosa", reconoce.

"He sentido angustia, en el sentido de sentirme culpable: me repetía una y otra vez: 'es por su bien"

HIja de residente en el centro Fraisoro