NOS situamos en el corazón del valle de Akua, una pequeña altiplanicie a los pies del monte Ertxin ubicada en el término municipal de Zestoa. En la hondonada, solo el blanco de los caseríos rompe la monotonía del verde imperante en prados y bosques. En el porche de uno de los caserones, en Lopene, espera Josu Arregi, al que sus amigos conocen por el nombre de su caserío familiar, en compañía de su primo, Markel Martija. Reciben a NOTICIAS DE GIPUZKOA a lomos de un tractor, con el motor en marcha, el particular autobús para mostrar al visitante su más preciado tesoro: sus vacas, becerros y toros bravos.

El vehículo avanza hasta donde le deja el camino. A partir de ahí, la ruta es a pie. Destino: el corral de las vacas. El cercado abarca una amplia extensión, pero el epicentro de la finca se halla en una hondonada del terreno, cerca de lo alto de una de las lomas por las que se extiende el Ertxin. Aquí, el visitante se refugia en una pequeña chabola para contemplar el espectáculo. A la vista, solo el verdor del prado en un soleado día de verano.

Es el propio Lopene quien rompe la aparente calma del paisaje. Agarra un saco lleno de hogazas de pan y se planta a pegar gritos en medio del pastizal. De las alturas colindantes empiezan a surgir astados. Tímidos al principio, cogen confianza en cuanto el ganadero empieza a esparcir pan por el prado. Terminan bajando al trote y rodean a Lopene, que les da de comer de la mano.

Según relata, todo empezó como un capricho. Hay quien se gasta el dinero en coches, en ropa o en viajar alrededor del mundo. Él no. Su hobby son los toros. Consecuente con ello, hace unos tres o cuatro años, tampoco recuerda con exactitud el cuándo, compró cinco vacas bravas. Terreno disponible, en el caserío, lo tenía. Era la primera piedra.

A partir de ahí, astados procedentes tanto de ganaderías cercanas como de encastes de prestigio en el mundo de la lidia, como Alcurrucén o Miranda de Pericalvo, empezaron a desembarcar en la cuadra de su caserío familiar. La escalada de llegadas, a partir de ahí, ha sido vertiginosa: de las cinco iniciales a las cuarenta cabezas por las que anda ahora la familia vacuna de Lopene.

De vuelta del corral, bajando de nuevo al caserío a lomos del autobús-tractor, el ganadero cuenta que hará poco más de un año llegó el primer toro. Navarro, para más señas. "Son mejores para el recorte", explica el ganadero. Este encaste rebosa bravura e inteligencia, pero no es noble. No gusta para el toreo, para la lidia; demasiado listo para el capote. Sin embargo, hace las delicias de los recortadores. "Así es como quiero mi ganado".

Por todo ello, la elección del patriarca de la recién fundada manada era una cuestión de capital importancia para Lopene. No fue el único candidato. "Trajimos un toro de una ganadería cercana. Lo metimos en el corral y lo probamos, pero apenas embestía", cuenta el ganadero. Rechazado, por tanto. El nuevo, explica, pasó sin problemas la reválida.

Tras la llegada del macho al corral, este año ha nacido la primera camada: una docena de becerros. Por tanto, la nómina de astados es ya muy alta. Demasiado. Pero como no quiere prescindir del ganado, Lopene ha ideado darles alguna utilidad: la ganadería que lleva su nombre.

Sokamuturra, vaquillas, becerros para niños... Ofrece de todo. Como dispone de un camión y su pertinente carné, Lopene es el ganadero total: transportista, tratante, mozo de cuadra... Sus vacas debutaron en su localidad natal, Azpeitia, en unos juegos con vaquillas. Luego llegó Arroa, y más tarde de nuevo Azpeitia, en fiestas. Su agenda para los próximos meses no es muy apretada, pero poco a poco se va haciendo hueco en el negocio, llegando hasta a La Rioja. El poco dinero que saca, dice, le sirve para cubrir gastos.

Tirando de cuadra, Lopene amplia su oferta, por ejemplo, con ponis, de los que tiene varios ejemplares trabajando en la limpieza de montes. O con jabatos. "Sueltas uno y los niños juegan a pillarlo. La verdad es que les encanta", comenta.

Los guarda en un edificio adyacente a su cuadra. Atada con una correa de perro, su primo Markel, el "mayoral" de la ganadería, saca a pasear a la jabata Dolores. "Es bastante rápida. En Arroa se nos escapó nada más salir, y nos costó horrores atraparla", explica Markel, mientras Dolores corre de un lado para otro en el porche del caserío. La cuadra de Lopene es un zoo en potencia.

EL DÍA A DÍA DEL GANADERO

De la fábrica al corral

Según cuenta Lopene, el asunto no le da mucho trabajo. Vive y trabaja en Azpeitia, pero invierte escasos quince minutos en subir al caserío. Cada día, tras las ocho horas de rigor en la fábrica, sube a visitar a los toros, a los que echa un vistazo y da de comer. Poco más.

Si nota algo raro en algún astado, lo baja a la cuadra, su particular clínica veterinaria. En el momento de la visita tiene tres vacas en reposo: dos van al matadero, una porque es vieja, la otra porque no embiste. La tercera no come. "Tiene problemas estomacales", explica. Toca reposo. "Cuando se recupere volverá al monte".

Los animales, además, son muy dóciles en el día a día. En calma, y sin la presencia de visitantes, resultan tan manejables como las ovejas. La cosa se complica cuando, para ir a algún pueblo, toca subir el ganado al camión. "Lo más difícil es separar a los becerros de sus madres. Las vacas son muy protectoras con los terneros, y se generan momentos de tensión", señala el ganadero.

No obstante, casi siempre cuenta con la inestimable ayuda de su primo Markel, que aparte de conducir jabatos, también se defiende entre astados. Además, el entramado de vallas y cercas que han ido construyendo con el tiempo en las inmediaciones del caserío facilita aún más las cosas.

Todo lo que Lopene hace con los toros, sea lo que sea, lo hace con auténtica pasión: lo que tiene es el sueño que ha perseguido desde pequeñito. Sus compañeros de colegio le recuerdan vestido de torero en carnavales, llenando blocs de toros y bueyes en las clases de dibujo. Apuntaba maneras. Ahora, en las lomas del monte Ertxin, día a día, está haciendo realidad ese sueño.