sto se pone feo. La pandemia se ensancha sin remisión. El histerismo se apodera sin datos del nuevo curso escolar. Borbotones de trabajadores en ERTE temen irse al paro en apenas dos meses. La hecatombe turística aterra. El déficit público sigue desbocado. Los presupuestos tan necesarios abren un boquete en el Gobierno. La persecución a Pablo Iglesias se extiende por tierra, mar y aire. El PP cambia de portavoz, no de agresividad, y así consolida su aislamiento mientras Ciudadanos acapara centralidad. Y Pedro Sánchez coloca a Pablo Casado ante el espejo de su comprometido futuro desplegando una estratégica cascada de reuniones propias del perfil de un mandatario responsable en tiempos de amenazantes nubarrones. Todo ello en un país donde en medio de controversias científicas sobre el tratamiento y la vacuna de la COVID-19 y apelaciones a una unidad política, una televisión de reconocida audiencia se pregunta si Belén Esteban o Irene Montero son líderes de opinión.

Sánchez sobrevive con estudiados golpes de efecto. Ahí estarán desde el lunes esas fotografías junto a la crema del Ibex, los agentes sociales y la cita telemática de presidentes autonómicos que redoblan su protagonismo en el arranque del nuevo curso político al tiempo que silencian las razonables críticas por su permanente declaración de buenas intenciones. El presidente se pertrecha así ante el doloroso impacto del inminente vendaval económico. Lo hace, además, con una apelación a la imperiosa unidad del esfuerzo compartido ante la catástrofe y que, de paso, retrata al disidente. Es ahí donde pilla con el pie cambiado al desnortado líder del PP.

Casado sigue poniendo de los nervios a sus presidentes autonómicos más sensatos. Es decir, a todos menos a Isabel Díaz Ayuso. La desesperante resistencia a acordar con el PSOE la apremiante renovación de cargos trascendentes en la maquinaria del Estado y el ninguneo a dialogar sobre presupuestos confirman meridianamente que la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo no conllevaba atisbo alguno de tibieza en el discurso inmisericorde contra ese Gobierno en manos de socialcomunistas e independentistas. La nueva portavoz no se ha recatado en martillear el discurso oficial, dilapidando desde el día del estreno la expectación creada. El PP se ha hecho un lío con la malévola invitación de Sánchez a los estados de alarma autonómicos. Un ofrecimiento tan poco responsable en tiempos de urgencia era todo un pretexto ideal para que Casado lo hubiera afeado. No lo pudo hacer porque le pesa la mochila.

Llegan los tiempos de arremangarse y cada movimiento dejará huella. El presidente ya ha dado el primer paso apelando a la conciencia empresarial y sindical que, al menos, puntúa de salida. El PP, en cambio, no se mueve. Alentado por consejeros mediáticos y demoscópicos, parece fiar todo su futuro a la salida de Unidas Podemos del Gobierno y así proyectarse como alternativa consistente. Una terquedad argumental que exaspera a la patronal y, posiblemente, al sentido común porque le lleva a pelear con ruedas de molino. Esta derecha no ha aprendido del revés político sufrido en el estado de alarma. Ninguna encuesta valoró su implacable oposición. En su hoja de ruta, solo confían en el hundimiento de Sánchez por los perversos efectos de la crisis interminable sin darse cuenta de que la UE detesta la inestabilidad cuando se juega tanto dinero en el envite. Casado sigue empeñado en su cruzada. Cree que la división al Gobierno de coalición llegará antes del invierno porque el rechazo de Iglesias a unos presupuestos socialistas con Ciudadanos y el impacto de sus causas judiciales desestabilizarán la unidad de izquierdas. Ni siquiera en Génova se han preguntado si a Iglesias le interesaría abandonar el poder del Consejo de Ministros, quedarse a la intemperie política y parlamentaria de un partido venido a menos en las urnas y ser pasto inmediato de las llamas judiciales y periodísticas. Sánchez se sabe las respuestas y por eso no le tiembla el pulso cuando concede una ostensible preferencia a Inés Arrimadas para llegar a un acuerdo mientras arrecian las críticas de Podemos.

Mientras, en La Moncloa han sacado a ERC de la ecuación. No esperan nada de los republicanos catalanes y quizá tampoco los necesiten cuando llegue el momento de la verdad. En sus previsiones creen que sus socios aplacarán progresivamente la indignación inicial del entendimiento con los liberales de Ciudadanos y así, al menos, escampará ese nubarrón.