“La hermana mayor, raíz de nuestra historia”, según canta Benito Lertxundi en su singular jota dedicada a la Ribera. Nafarroa, tan cerca y para muchos de nosotros tan desconocida. Precisamente por ese desconocimiento es posible que en el resto de los herrialdes no se alcance a valorar lo que suponen otros cuatro años más para una Nafarroa liderada por un Gobierno progresista y plural. Tres legislaturas consecutivas con la derecha en la oposición suponen un cambio radical para el progreso y la convivencia de la Comunidad Foral.
Para apreciar mejor esta evolución positiva es preciso conocer el talante con que la derecha de UPN gobernó de un modo u otro durante tres décadas, en solitario o en compañía de un PSN lastrado por las trapacerías de Urralburu y su cuadrilla. Rica en recursos agrícolas, dinámica en iniciativas empresariales, avanzada en desarrollo económico y equilibrada en estabilidad social, Nafarroa ha ido evolucionando desde la ruralidad de la primera mitad del siglo XX hasta situarse hoy entre las comunidades más avanzadas y estables. Las décadas de UPN en el poder, sin embargo, implantaron una dinámica de amiguismo en su desarrollo económico, una escandalosa desatención a los sectores más desfavorecidos, un rechazo permanente a cualquier iniciativa económica, social o cultural planteada por los adversarios políticos y, de manera ostensible, un rechazo frontal, cazurro, de todo lo que supusiera el reconocimiento de la vasquidad. Rara vez los gobiernos de UPN han tomado en serio, ni siquiera apenas visitado las zonas en las que fuera incontestable una mayoría social y cultural vasca. Téngase en cuenta que Jesús Aizpun fundó UPN en 1979 desde el navarrismo español como parapeto a lo que consideraba el expansionismo nacionalista vasco. La derecha navarra de UPN, desde la “Navarra Foral y Española” destrozó la pluralidad de la ciudadanía bajo la amenaza “¡Que vienen los vascos!”. Como para la derecha española, el fantasma de ETA ha sido banderín de enganche, marginación de oponentes y pretexto para decisiones antidemocráticas. Desde el primer día hasta el último, UPN sólo gobernó para los suyos y, por supuesto, desatendió ostensiblemente las necesidades y reivindicaciones de los adversarios que, como se ha evidenciado, representaban a la mayoría de la sociedad navarra.
Cuando en 2015 Uxue Barkos lideró un Gobierno progresista y plural, UPN casi ni se lo creyó. Todavía el PSN tampoco se creía que pudiera incorporarse al vuelco que dieron la libertad y la convivencia en Nafarroa. En 2019, los socialistas de María Chivite dejaron claro a la derecha que se acabaron los complejos y que había vida política y social lejos de aquella UPN arrogante, intransigente y caciquil que les tenía sometidos por culpas pasadas y prejuicios electorales presentes. Se ha vuelto a firmar el acuerdo para un tripartito en Nafarroa que dé continuidad al cambio ostensible que ha experimentado la sociedad y lo que ha ganado en progreso y convivencia. Habrá dificultades, por supuesto, pero nunca de la envergadura del desmoronamiento del Régimen implantado durante décadas por una derecha incapaz de mantenerse en la oposición con dignidad, reducida hoy a una UPN de la que huyen tránsfugas por si les cae algo de un PP que quería y no puede gobernar España y un Vox recompuesto del viejo requeté integrista y el residuo falangista. Se acabó. Otros cuatro años a la oposición, eso sí que desgasta.