pocas veces la catedral del Buen Pastor ha acogido semejante trasiego de gentes. Ya los primeros compases de la mañana dejaban un gusto amargo de despedida, con un constante ir y venir de fieles, deseosos de visitar la capilla ardiente con los restos mortales del obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, fallecido como consecuencia de un ictus el pasado martes.
Su inmenso legado y, sobre todo, la extraordinaria dimensión social de su incansable labor pastoral ha dejado una huella indeleble en la sociedad guipuzcoana, que ayer, de algún modo, quiso devolverle su impagable labor con su asistencia a los funerales en su memoria.
Se dieron cita feligreses y laicos, e incluso turistas que se dejaban arrastrar por la curiosidad de una celebración solemne convertida en acontecimiento histórico. “Qué voy a decir de él. Que fue un hombre que siempre me respetó muchísimo en la diferencia”, suscribía a la entrada de la catedral Javier Hernáez, párroco del barrio donostiarra de Larratxo, uno de esos sacerdotes progresistas que no tienen reparo en alzar su voz, de los que trabaja a pie de calle tratando de acomodar la acción evangelizadora con las acuciantes necesidades de la sociedad actual.
El sacerdote saludaba afectuosamente al teólogo José Antonio Pagola, llevado hace más de una década por la Conferencia Episcopal ante la Inquisición romana por la publicación de su aproximación histórica sobre Jesús. Un encuentro casual que se resolvió con el semblante distendido de ambos, lejos de la tensión de otras ocasiones en el seno de la Iglesia vasca.
La charla tenía lugar apenas unos minutos antes de que llegara el cardenal Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal, que accedió a la catedral sin perder un segundo. No había tiempo para miramientos. El obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, le aguardaba en el interior de la catedral, para presidir la Eucaristía. Junto a ellos lo harían también el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, que entró muy sonriente; el obispo de Bilbao, Mario Iceta, y el obispo emérito de Donostia Juan María Uriarte.
Identidad eclesiástica
Las campanas repicaban minutos antes de la ceremonia, y el órgano de la catedral sonaba apremiando a los asistentes a tomar asiento. Uno de los primeros en hacerlo fue el exlehendakari José Antonio Ardanza y el ex diputado general de Gipuzkoa Román Sudupe, que ocupó un banco de las últimas filas.
Con más discreción acudió al oficio el sacerdote Juan Kruz Mendizabal, Kakux, exvicario general de la diócesis de San Sebastián, que se declaró culpable de tocamientos deshonestos a dos menores en 2001 y 2005, llegando a ser recluido en un monasterio.
Su llegada pasó desapercibida para los medios de comunicación, nada que ver con la del portavoz del Gobierno Vasco, Josu Erkoreka, que, acompañado por el consejero de Cultura, Bingen Zupiria, glosó la figura de Setién ante una nube de micrófonos. “Fue un hombre que no hizo pronunciamientos identitarios, su identidad fue siempre eclesiástica, y ese fue su legado. Fue un hombre con un enorme compromiso ético y una profunda vocación social”.
Ambos tomaron asiento junto al altar, en el banco más próximo a la cripta de la catedral. Les acompañaban, entre otros, la presidenta del Parlamento Vasco, Bakartxo Tejería; el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano; el alcalde de Donostia, Eneko Goia, y la presidenta de las Juntas de Gipuzkoa, Eider Mendoza. Los familiares de Setién se sentaron también en la primera fila a la izquierda. En un plano más discreto podía verse al presidente del PNV de Gipuzkoa, Joseba Egibar, y a la portavoz del grupo juntero nacionalista, María Eugenia Arrizabalaga.
Para los feligreses fue una cita casi obligada. De hecho, el obispado cesó su actividad durante toda la mañana para sumarse a la multitudinaria despedida. Al menos un centenar de sacerdotes flanqueaban el féretro en el que descansaba el cuerpo sin vida de José María Setién, que tras el oficio fue enterrado en el presbiterio de la catedral por expreso deseo suyo, convirtiéndose en el cuarto obispo en recibir sepultura en la cripta del templo.
Durante la celebración de las exequias, el obispo Munilla se dirigió a los familiares de Setién, a los sacerdotes y fieles, para trasladarles por expreso deseo del papa Francisco “su más profundo pésame y su paternal cercanía”. El obispo indicó en su homilía que los restos mortales de Setién descansarán junto al altar de la catedral, ante los ojos de cuantos visiten el templo en el futuro. “Su sepultura será como un signo visible, a modo de recordatorio, de esta gran verdad: en esta vida estamos para encaminarnos hacia el cielo, arrastrando con nosotros al mayor número posible de compañeros de camino. Esta es la única verdad, la llamada a peregrinar hacia la vida eterna, ante la que palidecen todos los demás objetivos”.
Fue muy mencionado durante las exequias el lema episcopal que hizo suyo Setién, tomado de la carta de San Pablo a los Romanos: No me avergüenzo del Evangelio. Munilla incidió en que esta frase adquiere en el tercer milenio una actualidad especial debido a la “progresiva secularización, unida al clima de crispación”.
El obispo resaltó la aportación de José María a la convivencia social, su compromiso caritativo, educación y promoción humana. “Creo -reflexionó durante la homilía- que no se ha destacado suficientemente el legado de don José María, sus referencias explícitas a la centralidad del encuentro con la persona de Jesucristo”.
Más incisivo fue el vicario general de la Diócesis de Gipuzkoa, Juan Mari Olaetxea, quien después de repasar la biografía de Setién dijo lo siguiente: “Todos sabemos que le tocaron vivir momentos difíciles en los que ETA estaba en plena actividad, y todos sabemos que la paz fue siempre su profundo anhelo. Amó la tierra donde nació. Fue recio al mantener su postura en cuestiones fundamentales, pero siempre se mostró flexible cuando así lo requería la situación. Fue discreto en el acompañamiento del proceso personal de todos aquellos que lo necesitaron. Leía mucho, su cultura era inmensa, pero sobre todo consagró su vida a Jesús. Su labor pastoral acredita que fue un trabajador infatigable por la paz”.