Alberto Rodríguez vuelve a la Sección Oficial con Los tigres, un thriller submarino que solo dejará fríos a los apneístas más experimentados. Al resto del público lo mantendrá sin respiración, al borde de la asfixia. Protagonizado por Antonio de la Torre y Bárbara Lennie, el largometraje compite por la Concha de Oro y se ha presentado este sábado en el Zinemaldia con un importante despliegue de su equipo. Rodríguez, Lennie y De la Torre han estado acompañados por el coguionista Rafael Cobos, el productor donostiarra Koldo Zuazua y el también productor Guillermo Farré.
Ambientada en el sur del Estado, en el entorno de la petroquímica de Huelva, la historia sigue a dos hermanos: Antonio —el personaje se llama igual que su intérprete, ya que Rodríguez y Cobos pensaron directamente en el actor malagueño— y Estrella —Lennie—, que se ganan la vida como “obreros del mar”, realizando labores submarinas en un oficio poco glamuroso. Ellos son Los tigres, referencia explícita a Los tigres de Mompracem, la primera novela de Emilio Salgari protagonizada por Sandokán, que además da nombre al único perro que aparece en la película, casi en forma de cameo.
Se trata de una historia de amor fraternal que impulsa a hacer cualquier cosa por el ser querido, aunque esa relación resulte tóxica porque ata a un lugar marcado por el dolor y los traumas del pasado. Los hermanos viven en una “extraña orfandad”, tal y como ha señalado Lennie, determinada por el fantasma de un padre que les transmitió un oficio tan duro y cruel que acabó con la salud de Antonio y provocó a Estrella sordera en su infancia. Aunque el thriller es la forma en la que se presenta la película, el verdadero motor narrativo es el drama paternofilial: un paralelismo entre los lazos de los hermanos y la sombra del progenitor, y entre los problemas de Antonio con sus hijas, alejadas por una madre que lo considera una figura inadecuada.
La precariedad y la necesidad empujan a los personajes a tomar siempre la peor de las decisiones, hasta convertir un posible golpe a unos narcotraficantes en una salida desesperada al filo del abismo y en el macguffin que tiñe de desdicha este relato de cine negro.
Rodaje bajo la línea del mar
Rodríguez entrega al espectador un largometraje lleno de imágenes poderosas filmadas bajo el agua, tan realistas que hacen dudar de si no hay efectos digitales en ellas. “Narrar tanto tiempo bajo el agua no se había hecho antes en el Estado”, ha recordado el cineasta, habitual de la Sección Oficial —ha competido en ella en media docena de ocasiones—, quien asegura que ninguna de las técnicas concebidas para filmar en seco sirve en el medio marino. Para ello, el elenco tuvo que formarse en técnicas de submarinismo, y De la Torre y Lennie incluso obtuvieron la licencia de patrón de barco. Los actores reconocen que fue un rodaje “muy intenso”, al igual que la preproducción, en la que recibieron formación de un equipo de profesionales llegados desde Malta. Ni siquiera esta preparación, sin embargo, alivió la exigencia de actuar con equipos de buceo increíblemente pesados.
El resultado, en cualquier caso, es el de una película que funciona tanto en el plano dramático como en el del cine negro, y en la que destaca la interpretación de una Lennie muy cercana a la verdad de la “austeridad emocional” —en sus propias palabras—. Su personaje devuelve una mirada de añoranza hacia oportunidades que pudieron ser y no fueron, de renuncias asumidas por los cuidados familiares que recaen sobre las mujeres, mientras los hombres se lanzan a vivir aventuras, como los piratas de Mompracem, en tierras lejanas.