Son los 80 en Copenhague. Un adolescente llamado Jan despierta de la siesta con una erección. Un hombre considerablemente mayor se acerca a él y, de forma muy explícita y ante la cámara, comienza a masturbar al joven. Posteriormente, le practica sexo oral. “¿Cómo puede algo ser tan duro y suave al mismo tiempo?”, pregunta antes de meterse el pene en la boca. Cambia la escena. Son finales de los 90, Jan ha crecido y vive en Nuuk, Groenlandia, con su mujer y sus dos hijos. Busca convertirse en un kalak, un verdadero groenlandés. En definitiva, encontrar un lugar en el mundo. No obstante, su vida se altera cuando recibe una carta de su abusador. Es su padre, que le pide que vuelva a Dinamarca, ante su inminente final a causa de un cáncer de garganta. 

De esta manera tan cruda y perturbadora comienza Kalak, de Isabella Eklöf, que compite por la Concha de Oro y que se enmarca en las recientes propuestas del Zinemaldia que parecen buscar la incomodidad del público. Ocurrió el año pasado con Sparta, de Ulrich Seidl, y también con La consagración de la primavera, de Fernando Franco.

Emil Johnsen interpreta a Jan, el enfermero que huye a Groenlandia para escapar de una largo periodo de abusos. Pero Jan no huye sólo de su padre, huye también de sí mismo, de la potencial culpa por haber permitido los mismos y por, incluso, haber sentido placer con ellos. Ahora, de adulto, es un adicto –primero al sexo y luego a las drogas– y vive en una relación abierta con su esposa y con cada mujer que se cruza en su camino. Jan quiere sentirse amado y amarse a sí mismo, quiere ser parte de la comunidad groenlandesa transitando por un camino que sólo lo lleva a la destrucción.

Kalak se basa en la autobiografía de Kim Leine, que ha trabajado también en el libreto del largometraje. El escritor, que ha acompañado a Eklöf y al elenco del largometraje en su presentación en Donostia que ha tenido lugar en la tarde de este sábado, ha querido dejar claro que el libro y el largometraje son obras distintas. 

“Me gusta trabajar contra las expectativas, porque la vida no es dramatúrgicamente limpia y simple y es más interesante explorar otros caminos”, ha expuesto Eklöf, en referencia a los territorios moralmente cuestionables que atraviesa la película, en la que uno de sus personajes, de hecho, llega a hacer una enfermiza defensa de los abusos y la pederastia, bajo el pretexto del “amor”.

“¿Se me puede querer si han abusado de mí?”. Esta es una de las preguntas que atenaza al protagonista. Así lo ha explicado Johnsen, que ha añadido que para preparar el papel leyó dos docenas de veces el libro de Leine. Además se propuso hacer un profundo trabajo introspectivo para comprender a su personaje: “Busca una validación constante”.

En esa búsqueda, la directora, responsable de Holiday (2018) y también coguionista del éxito Border, intenta provocar al espectador rompiendo con la tradicional narración hollywoodiense en la que es previsible qué es lo que ocurrirá después. Así, pasan por la pantalla médicos que recomiendan a sus pacientes que se droguen mucho, mujeres que aceptan las infidelidades de su esposos con la mayor de las naturalidades y hombres que, en vez de esconderse, se jactan de haber abusado de niños y de necesitar, cada vez, un nuevo estímulo más “fresco” que devorar, una nueva línea roja que transgredir.

De esta manera, ha renegado de un clásico de la narrativa, de la fórmula del arma de Chéjov, por la que si una pistola aparece en el primer acto de una obra esta debe dispararse en el tercero. En contra de ello, la realizadora ha preferido mantener la tensión sobre determinados elementos, no para dispararlos, al contrario, para pasar a otra cuestión y desconcertar al público. Sin duda, lo ha logrado.