Cuando Juliette Binoche, que ayer recibió el Premio Donostia (en la imagen), comenzó en el mundo de la interpretación hizo un casting para un papel en Yo te saludo, María (1984) del cineasta francés recientemente fallecido Jean-Luc Godard. El padre de la modernidad en el cine, el enfant terrible de la nouvelle vague pidió a Binoche que posase desnuda mientras, recitando poesía, peinaba su morena cabellera con un cepillo. La anécdota no nos habla solo de cómo era Godard, nos interpela a nosotros directamente. Ulrich Seidl, que no ha tenido el valor de venir a Donostia a defender su excelente película, decidió meter desnudo al protagonista de Sparta, Georg Friedrich, en una ducha rodeado de niños en calzoncillos y filmarlo para sugerir inclinaciones pedófilas del adulto. Esto, como el capricho de Godard, no es constitutivo de delito, si acaso, un insulto a la moral más puritana. Son dos ejemplos separados por casi 40 años que nos deberían hacer pensar qué ha cambiado, si algo lo ha hecho, para que ahora, más que nunca, sea necesaria una figura tan importante en los rodajes como es la de la coordinadora de intimidad. Pero claro, ese puesto lo ostenta un profesional; como lo son los jueces, que son quienes deben juzgar los hechos con base en la ley, siempre garantizando la presunción de inocencia, y no cualquier vierteopiniones del tres al cuarto, como este que escribe, y que por el efecto amplificatorio de las redes sociales, que solo siguen los que siguen las redes sociales, hacen que un festival, que se presupone serio, como el de Toronto, se ponga nervioso. Hay que soltar carga de tanto prejuicio, y exigir más juicio(s). l