- Madrid, según la consigna de aluvión, iba a ser la tumba del fascismo. Pero eso tendrá que esperar. De momento, hoy y mañana, la capital del reino español será, más bien, el punto de encuentro del ultramonte más desorejado de Europa. El papel de anfitrión, como ya imaginarán, lo ejerce Vox, esa bola de odio y falta de escrúpulos que hemos ido viendo crecer, primero con media sonrisa y ya últimamente, con congoja y susto. La gran estrella invitada será Viktor Orbán, caudillo de Hungría que arrasa, ¡ay!, en las urnas. Medio peldaño detrás se sitúa Mateusz Morawiecki, primer ministro de la eternamente malparada Polonia, que comparte con el anterior el gusto por sacar los colores a las autoridades de la Unión Europea. De momento, con gran éxito, pues pese a las mil y una amenazas de expulsión y a alguna que otra sancioncilla, este es el minuto en que ambos estados no han sido expulsados del paraíso de la bandera azul. Y no será porque no han hecho méritos a fuerza de fumarse varias cajas de puros con los principios básicos de un Estado de Derecho.

- También merece la pena destacar la presencia de la ahora mismo en horas bajísimas Marine Le Pen. A la líder de Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) le está comiendo la tostada en la Carpetovetonia gala Éric Zemmour, un tipejo sin pelos en la lengua ni entrañas que, por comparación, casi la ha convertido en socialdemócrata. El resto de los participantes en la parada de los monstruos organizada por Abascal son lo peor de cada casa. No se los cito, aunque me permito hacer una excepción con el flamenco Tom Van Grieken, líder del movimiento racista hasta la náusea Vlaams Belang, que entre otras extravagancias, se permitió mostrar su apoyo a Carles Puigdemont, sin que ni este ni sus seguidores mostraran el menor signo de rechazo o distanciamiento.

- Más allá de las paradojas, este happening madrileño de la ponzoña más perniciosa de la política en el continente al que pertenecemos por geografía y (supongo) vocación, nos muestra el retrato a escala 1:1 del monstruo que nos acecha. Un monstruo, ojo, que ha ido aumentando de tamaño entre la dejadez de quienes se reclaman progresistas y, todavía peor, el cálculo interesado. Y no tenemos ejemplo más obvio que Vox. Los abascálidos jamás hubieran pasado de excrecencia de no haber sido por el interés en crear una figura fantasmagórica que pusiera el culo prieto al personal, de modo que optáramos por el mal menor. De momento, funciona. Pero jugamos con fuego.