Esta psicoterapeuta revela en su publicación las claves que "nos permiten vivir esta experiencia junto a los adolescentes en positivo", explica sonriente, "porque para muchos progenitores la palabra adolescencia es sinónimo de rebeldía, de incertidumbre y sobre todo de confusión. Cuando surge un problema con ellos lo solemos interpretar como una bandera roja, olvidando que esa señal de alerta casi nunca llega motivada por una sola causa. Y cuando aparece no suele ser sencilla de solucionar", sentencia Lola Álvarez.

¿No es nuestro propio ajetreo personal el culpable de cómo se comportan y responden a veces los adolescentes?

Quizás lo que hace es que no tengamos mucho tiempo para pensar. Mi intención al escribir el libro fue ayudar a pensar a los padres, de una forma más amplia, en lo que les puede estar ocurriendo a los adolescentes. No quiero decirles lo que tienen que hacer; mi pretensión es ayudarles a entender lo que puede haber detrás de cada conducta de los jóvenes, porque este es mi trabajo como psicoterapeuta: saber lo que ocurre con un chaval o una chica, qué les puede haber pasado para que las cosas hayan acabado de una forma inesperada. O por qué el trato con los padres no es el que ninguno de los tres quiere. Lo que quería y quiero es estimular la curiosidad de los padres para averiguar qué puede estar pasando con sus hijos.

¿Y hay que mirar a nuestro propio pasado?

Sí, los adultos solemos olvidar que fuimos adolescentes, y este es uno de los problemas: que los padres no se acuerdan de su propia adolescencia, y cuando lo hacen solo se refieren a las trastadas que hicieron, pero no recuerdan cómo se sentían, la sensación de confusión, de incertidumbre, de incomprensión... Son todas esas cosas que cuando eres adulto, y en una posición de padres y madres, se te han olvidado.

Porque si algo define a la adolescencia es el espíritu cambiante, ¿no?

Además de una transformación física muy radical que se pasa en esa época. En ese periodo se enfrentan a un cambio físico enorme, una variación muy visible porque les sale pelo en el cuerpo, les cambia la voz, crecen€ Y además, internamente el desarrollo cerebral es muy marcado y también está el desarrollo hormonal. Estas cosas influyen mucho en el cambio de conductas.

¿Es mejor acercarse a los adolescentes de una forma comprensiva sin olvidar la exigencia?

Hoy en día la gente está más concienciada de que hay que entrarles preferiblemente sin sangre. Hay un poco más de comprensión, pero sigue siendo un gran desafío para algunos, porque los adolescentes tienden a comportarse de distintas formas. Eso no debe de ser problemático una vez que te pones en su situación. Ellos están en medio de un cambio tan grande que muchas veces ni saben por qué hacen las cosas. Lo cierto es que se hallan en una edad bastante impulsiva. Cuando les pregunto a los chicos y chicas por qué se les ocurren determinados comportamientos, su respuesta es que no saben por qué actuaron así. No siempre tienen una explicación racional para todas sus conductas, porque son inseguros. Suelen hacer las cosas porque en ese momento concreto les sale de ese modo.

No son conductas premeditadas...

En muchas ocasiones, no. Y luego hay ideas que no tienen por qué ser malas, a pesar de que sean distintas a las de la mayoría de la gente que les rodea. Esto se ve en las familias. Algunas son convencionales y el adolescente se rige por otras ideas diferentes, que suele adquirir en el colegio o por influencias externas. No es que sean malas, sino distintas a la cultura familiar, y eso tampoco tiene por qué llevar a un enfrentamiento. Hay que ayudar a los adolescentes a saber quiénes son. Y el por qué les gusta el enfrentamiento; probablemente va a discrepar de su familia, pero eso no es un crimen.

Durante esta pandemia se está culpando a los jóvenes de tener un comportamiento insolidario con los mayores. ¿Esto es injusto?

Como tienen un poco de mala fama, de inconformistas y rebeldes, se les echa la culpa de todo, pero también es cierto que ellos están en una edad en la que necesitan sentirse invencibles para poder salir adelante en la vida, precisan creer que pueden con todo. Luego, la vida les va inyectando una dosis de realidad que les demuestra que no es así, pero están en una edad en la que tienen mucho ímpetu y grandes ganas de tirar hacia adelante. La idea de su propia vulnerabilidad no es algo que tengan muy a mano. La idea de verse ellos mismos en una UCI ni se la imaginan, porque están en pleno vigor físico.

¿Y es una parte sana de su desarrollo?

Pensar que se pueden comer el mundo, sí. Esta idea de por sí no esta mal, aunque a ese hijo adolescente hay que recordarle y hablar con él sobre la pandemia, porque hay gente a su alrededor que sí puede ser muy vulnerable. La mayoría de los jóvenes están muy concienciados, lo que pasa es que cuando se juntan lo natural es que graviten unos con otros, que se abracen, se rían... Eso es la vida misma. Es una cosa muy natural en ellos, pero hay que recordarles las medidas de prevención, ya que los tiempos han cambiado, pero como tienen fama de inconformistas se les ha colgado esa imagen de insolidarios.

¿Durante esta pandemia han empeorado los choques generacionales? ¿Ha aumentado la violencia intrafamiliar?

Ha crecido mucho el maltrato entre parejas, se ha incrementado el número de hijos que insultan a sus padres y al revés, también. Desde luego, la pandemia está afectando a los adolescentes, a las familias y a la sociedad en general. Los padres tienen un grado de estrés muy alto: están intentando trabajar, educar a sus hijos, preocupándose por los abuelos que no están bien, por los ingresos para poder pagar el alquiler, y esto conlleva una situación muy preocupante. La familia está en una situación sin precedentes, no sabiendo si la cosa va a cambiar, cuándo va a mejorar; desconociendo si finalmente va a haber una gran crisis económica ni de qué tipo va a ser.

Hay muchas cosas en la mente de los padres en estos momentos...

Es posible que no tengan las necesidades del adolescente como prioridad número uno, y probablemente tengan cosas muy acuciantes que resolver en estos momentos. Y estar encerrados en un hogar, cuando hay una vida fuera€ Estar encerrados, a veces en un espacio pequeño no es fácil.

La mal llamada nueva normalidad

Depende. Lo que recomiendo siempre a los padres es que se comuniquen con sus hijos y que lo hagan desde la infancia, mientras comen en la mesa, cuando van en coche o cuando ven una película. Que estén abiertos, que estén atentos a sus hijos y les pregunten cosas. De este modo irán sabiendo las cosas que les mueven, las que les preocupan. Y esto, en la adolescencia, tiene que continuar si quieren saber más de su vida.

¿Cuándo se necesita ayuda profesional?

Cuando los padres tienen un conflicto perpetuo con los jóvenes, cuando no saben cómo actuar. Intento señalar en el libro cuáles son las conductas más preocupantes. Generalmente son los cambios radicales, cuando el joven empiezan a hacer una cosa que no ha hecho nunca o se vuelve muy hermético, u hostil, o cuando se da una variación de conducta muy marcada, o cuando tiene muchos secretos. Tanto para chicos como para chicas, cuando empiezan a hacer cosas nada corrientes. Hay que estar vigilantes por si se muestran muy reservados, si eluden la conversación€ Todos estos detalles son síntomas de que algo puede estar yendo mal para ellos, y tal vez entonces hay que pedir ayuda.

¿Se trata de atreverse a preguntarles pero sin interrogarles?

Exacto. Sentarse a decirles que estamos preocupados, que queremos hablar con ellos, y encontrar un momento para hablar, no para tenderles una emboscada de ningún tipo, porque suelen reaccionar mal. Hay que cuestionarles sobre lo que les pasa y decirles que les podemos ayudar. La comunicación es la forma más productiva de abordar este tipo de cosas, y por eso tiene que haber un hábito de toda la vida, aunque si no existe se puede empezar a tener. Siempre se puede empezar, no es una cosa de que hayas perdido el tren para siempre.

¿Cuándo hay que controlar el uso de las redes sociales?

Supervisar tendría que ocurrir casi siempre, y saber cómo las usan, no en plan de invadir su vida privada, porque tienen sus derechos, pero sí saber el uso de las redes sociales que están haciendo, para hacerse una idea. Aquí entra de nuevo la comunicación. No hay muchos adolescentes que tengan una doble vida. Habría que saber en qué están metidos y conversar con ellos sobre las redes que usan. Porque puede haber cosas preocupantes que pasan online. Los padres están en desventaja porque las redes han hecho el salto generacional mucho mayor. La mayoría de los padres no crecieron con las redes sociales ni están acostumbrados a relacionarse así.

¿Por qué califica de gran engaño lo que llaman el tiempo de calidad

Lo encuentro un pelín falacia, porque para tenerlo hay que disponerlo en cantidad. Una cosa no sustituye a la otra. Si los padres pasan una hora de tiempo de calidad con sus hijos es mejor que cero, claro, pero lo que también es cierto es que esa hora no sustituye a la importancia del día a día, a saber qué es realmente lo que pasa en sus vidas, comprobar si han hecho los deberes, lo que les parece fácil o difícil, lo que les preocupa... Porque los adolescentes tienen que saber que pueden acudir a sus padres. El llamado tiempo de calidad disfraza un poco lo que es la relación; un tiempo idealista, como si eso sustituyera la importancia del día a día.

¿A qué se refiere con desvirtuar los roles en casa?

A que todavía son las madres las que se responsabilizan más de la crianza de los hijos, y es una pena, porque los hijos ganan mucho en la crianza con los padres. Siempre animo a los padres a que se involucren en la crianza de los hijos, que no lo dejen todo para las mujeres. Los padres tienden a pensar que su rol es mayor cuando los hijos crecen, y eso es un error; el padre y la madre tienen puntos diferentes y está bien que sus hijos tengan presentes los dos. Es una experiencia más completa para el niño.

También habla de los padres colegas. ¿Una figura cada vez más presente en nuestras sociedades?

Es una cosa que se puso de moda, como lo del tiempo de calidad. Muchos padres de determinada generación habían estado muy lejos de los suyos, a los que tenían un grandísimo respecto pero había una gran distancia entre ellos, y querían no repetir lo que les había ocurrido, pero así se puede pasar al otro extremo. Cuando eres colega de tu hijo eso te puede dificultar las cosas para sentar límites o ejercer la autoridad como padre o madre. De momento eres un colega, pero luego les tienes que decir que hagan sus deberes, o ponerles un horario de vuelta a casa... Los jóvenes ya tienen amigos, no necesitan que sus padres sean sus colegas.

¿Qué consejo final daría a los padres y madres de jóvenes adolescentes?

Que se comuniquen con sus hijos, que no se amedrenten, y que si tienen preocupación sobre ellos aborden el tema con delicadeza, que les den tiempo. Lo malo de la adolescencia es que los padres solo hablan con ellos cuando les están echando una bronca por algo mal hecho, y ese no es un buen momento para dialogar. Se ha de encontrar una buena situación, en la que las dos partes puedan dialogar y escucharse. Les recomendaría también que no se desanimen porque han hecho algo mal; siempre hay un modo de reconducir las cosas, el vínculo con los hijos dura muchos años y siempre hay oportunidades para hacerlo mejor. Y lo importante es estar junto a ellos. Aunque no siempre se acierte, es igual: hay que estar ahí, ayudándoles a solventar problemas y a buscar soluciones para que se puedan enfrentar a la vida de la mejor manera posible.

PERSONAL

Nacimiento: Barcelona.

Formación: Licenciada en Pedagogía por la Universidad de Barcelona y graduada en Psicoterapia en Londres.

Experiencia: Lleva más de treinta años trabajando como psicoterapeuta con niños, adolescentes y familias.

La publicación: Acaba de lanzar Pero ¿qué me pasa? Diez claves para comprender a los adolescentes (Editorial Planeta) , su primer libro, aunque según dice no será el último.