Antes de adentrarme en la city me detengo en un punto de la carretera que me resulta familiar, no en vano aquí estuvo Antonioni rodando Zabriskie Point. Nada de extraño, porque a partir de ahora todo sabe a cine. Es Hollywood. ¿Qué marco de la ciudad no ha sido utilizado aún como decorado exterior? Desde aquellas persecuciones de las películas de Charlot y las comedias de Mack Sennet hasta El halcón maltés y El mundo está loco, loco, loco, para mayor gloria de Humphrey Bogart y Spencer Tracy, respectivamente.

Centro mi atención en un obligado punto de referencia, el Teatro Chino de Grauman, alrededor del que se encuentran estampadas en el suelo las firmas, huellas y algunos detalles personales de todos los que en el mundo del cine son y han sido. El edificio no pasa desapercibido cuando se llega al 6.925 del boulevard de Hollywood porque, efectivamente, tiene unas características arquitectónicas de avanzado y monumental estilo oriental.

Pruebe a entrar en él si se acerca por la mañana y no hay proyecciones. Gracias a la amabilidad de un portero latino consigo asomarme al interior durante unos minutos. Los suficientes para admirar la magia de una decoración extraordinaria que me sirve para evocar los años gloriosos del cine, cuando proyectar una película en su pantalla suponía el inicio de una carrera mundialmente exitosa.

Sid Grauman, el constructor de esta maravilla, nació en 1879 en Indianápolis, en el seno de una familia judía que se ganaba la vida haciendo vodevil en teatros de la zona oeste norteamericana. Sid llegó a trabajar junto a Chaplin en algunas de sus primeras comedias hasta que un día le salió la vena comercial y se dedicó a la construcción de grandes cinematógrafos, confiando plenamente en el triunfo de la industria del cine.

Suyos fueron el Million Dollar Theatre, que se estrenó en 1917 con The Silent Man, de William S. Hart, y el Teatro Egipcio, inaugurado el 18 de octubre de 1922 con Robin Hood, de Allan Dwan. Matizo estos detalles porque fueron dos acontecimientos en la época que encumbraron a Grauman hasta el punto de codearse fraternalmente con el mismísimo Douglas Fairbanks Sr.

El origen de las huellas

Animado por la respuesta popular a estos locales, Fairbanks y sus amigos Mary Pickford -la novia de América- y Howard Schenk, se asociaron con Sid para construir otro macropalacio del cine, el Teatro Chino, en pleno boulevard. Un día de 1927, Grauman les invitó a ver el estado de las obras, ya a punto de finalización. La pareja fue acompañada de la también actriz Norma Talmadge, que tuvo la mala suerte de pisar sobre cemento húmedo cuando se apeaba del coche. A los comentarios de “¡Uf, cómo me he puesto!” y “Estos zapatos ya no me sirven para nada” se unió el ingenio de Sid, que sacó a la muchacha del apuro diciendo que se había adelantado a la idea que tenía: cada famoso que pasara por el Chino tendría que dejar marcadas sus huellas para la posteridad.

El incidente, convenientemente aireado por las feroces cotillas de Hollywood, tuvo una buena acogida y el 18 de mayo de 1927, cuando la sala se inauguró con el estreno de Rey de reyes para mayor gloria de Cecil B. de Mille, todos preguntaban por las huellas de Norma.

A partir de aquel momento, el Teatro Chino fue una máquina de hacer dinero. Pickford, Fairbanks y Chaplin, con otros, eran también copropietarios de la productora United Artits y sus películas se estrenaban en una sala de su propiedad. Era el ciclo completo: coincidían productores, intérpretes y exhibidores. Ante la rotundidad del negocio, Sid vendió sus acciones y se quedó en el Chino como programador y administrador.

Aquel descuido de Norma Talmadge inició una serie de rituales para inmortalizar a los famosos y famosillos que han sido y son en el cine. De ahí que la colección de huellas constituya hoy una atracción universal: No eres nadie en Hollywood si no las dejas bien estampadas.

Doy un paseo por la zona casi de puntas. No me atrevo a pisar a Alan Ladd. Ni a Charles Laughton, Dean Martin o Peter Sellers, que los tengo cerca. ¡Cómo hacerle esa faena a mi inolvidable Shane, al Enrique VIII por excelencia, al borrachín de Río Bravo o a quien tanto me hizo reír en El guateque! Sería una profanación. ¿Y qué decir del recién desaparecido Sidney Poitier, el Rao-Ru de La esclava libre? Y con él otros muchos que conforman la historia del cine.

El teatro más famoso

Junto a las firmas, el visitante puede ver las huellas de pies, manos e incluso piernas de las estrellas de cine más renombradas. Sin duda, este es el cinematógrafo más famoso del mundo. Desde su inauguración, millones de cinéfilos han disfrutado en su delicioso interior asistiendo a los estrenos mundiales de las películas que están en el ánimo de todos. Una premier en este teatro es un evento que se recuerda durante mucho tiempo. “En ningún otro lugar se puede igualar el esplendor de un estreno mundial aquí. La industria lo tiene claro: No es éxito si no se ha estrenado en el Chino”, se dice en Hollywood. La propia visita al local es toda una experiencia.

Grauman supo aprovechar el glamour que siempre estuvo unido a la entrega de los Oscar. De hecho, las estatuillas se repartieron en el Chino en tres ocasiones. El administrador rodeaba su templo con carteles y fotografías de los premios al Mejor Actor, Mejor Actriz y Mejor Película. Las imágenes representaban a todas las estrellas ganadoras del Premio de la Academia, comenzando con Janet Gaynor y Emil Jannings en 1928 y continuando hasta el presente. Cada año, el actual ganador del Premio de la Academia tiene su placa agregada a esta ilustre exhibición del evento más renombrado de la industria cinematográfica.

Sid Grauman, que por cierto también tiene placa en el suelo de Hollywood, mereció un Oscar Honorífico en 1948. Murió dos años más tarde y el Teatro Chino sigue siendo su monumento perdurable, donde millones de admiradores han venido a contemplar este producto de su previsión.

Imprescindible para cualquier amante del cine la visita en Hollywood a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la que organiza los premios Oscar. Situada en 9038 Melrose Avenue, dispone de la más completa biblioteca temática del mundo. Como está abierta al público te puedes colar en ella y fisgar por los alrededores. Si tiene curiosidad por ver alguna película determinada esta es la ocasión, pues permiten el visionado de archivos completos, sobre todo de los primeros días de la industria cinematográfica.

Visito como complemento el Wax Museum, en el 6767 del boulevard, una réplica moderna de aquel otro museo de ficción que nos ofreció el cine, donde Vincent Price se salía de la pantalla. Literalmente, en esta ocasión. Contiene más de cien figuras de cera esculpidas a mano, entre las que están representados The Beatles, Marilyn Monroe y Charlton Heston en plan Moisés, con los diez mandamientos en las manos, tal y como lo plasmó Cecil B. de Mille en la pantalla. No creo que para hacer las figuras hayan seguido el mismo método que se utilizaba en aquella famosa película en relieve.

A unos cinco minutos en coche desde el centro del barrio se encuentra el Griffith Park, el parque municipal más grande del mundo. En su recinto se debe ver el magnífico Observatorio, la Sala de Ciencias y los Museos de Transporte y de la Naturaleza. Si no le van estos temas puede distraerse en el Teatro Griego y el Zoo de Los Ángeles que están en el mismo recinto, amén de campamentos para niños, canchas de tenis, lugares donde acampar… Vamos, un parque como pocos.

La piscina de la Swanson

También es singular el Capitol Records Building, situado en la 1750 North Vine St. y que, inaugurado en 1955, tiene un diseño único, original de Louis Naidorf. Internacionalmente reconocido como el primer edificio de oficinas circular del mundo, fue construido por Welton Becket, un arquitecto muy acreditado, sobre todo en la costa occidental de Estados Unidos donde hizo gran parte de su obra. Suyo fue el Los Angeles Memorial Sports Arena, un impresionante campo de fútbol que fue derribado hace seis años.

Callejeando un poco es seguro que se va a encontrar con el mundialmente famoso Sunset Boulevard, inmortalizado en el cine por la fastuosa historia que presentó Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses con una maravillosa Gloria Swanson y la sorprendente narración de un cadáver.

Todo es cine en este barrio de Los Ángeles. Todo parece estar bendecido por esa enorme palabra situada en las colinas. Todo es grande, suntuoso, epatante… Como el llamado Tazón de Hollywood, el famoso auditorio situado en la Highland Avenue que debe su apodo a la forma escalonada y cerrada que posee, gracias a la cual dispone del mejor sonido natural del mundo. Reconozco que la mezcla de música y luces que se presenta es una sinfonía. Los conciertos que se ofrecen al anochecer, bajo las estrellas, son extraordinarios, aunque los más famosos son los que se programan en Pascua. Alguien me los ha comparado con los de Año Nuevo en Viena, pero sin la exclusividad de los valses.

En esa parte fabulosa, fantástica y frenética de Los Ángeles llamada Hollywood, puedes encontrar un poco de todo. Es posible que nunca reconozca a una de sus estrellas favoritas en las calles, pero en la explanada del Teatro Chino de Grauman encontrará sus firmas estampadas en cemento. Es su ración de glamour: la materia de la que están hechos los sueños.