Villamanca es un barrio del municipio alavés de Kuartango situado frente al Marinola o Mendikat, según el idioma que se utilice. Este monte de casi mil metros de altura preside cuanto ocurre en el pequeño valle y es testigo de la vida sosegada que hacen sus escasos vecinos en derredor de la iglesia de Santiago. Esto es así desde hace cientos de años, cuando a un patricio del Imperio Romano se le ocurrió montar una villa en las cercanías para solazarse y a partir de entonces comenzó la población. 

El templo, de construcción anterior al siglo XV, se me antoja curioso. Al parecer, en su etapa inicial, su modesta feligresía no podía costear un retablo, por lo que se apañaron para pintar uno simulado que cubría en su totalidad la pared frontal interior. Eran unos trabajos humildes e ingenuos realizados al temple en los que se utilizaron preferentemente tonos ocres, rojos, blancos y negros. 

La iglesia de Santiago en Villamanca. Begoña E. Ocerin

Estas pinturas, que representan a Santiago Matamoros y la Crucifixión, quedaron ocultas en reformas posteriores y así permanecieron durante siglos bajo revestimientos de yeso blanco hasta que se han redescubierto en época reciente de forma casual. Evidentemente quien o quienes las hicieron no crearon escuela, pero el conjunto en sí tiene un gran interés iconográfico y patrimonial. De hecho, están en espera de restauración.

La torre apenas si sobrepasa la altura del tejado. El sonido de la única campana que tiene, y hay hueco para otra más, es familiar para todos los vecinos del valle. La estructura arquitectónica de la iglesia es toda una sorpresa, sobre todo sus ventanas. Cuando se derrumbó una pequeña sacristía que cerraba el pórtico quedaron al descubierto tres capiteles de estilo románico de finales del siglo XII. 

Primeros aperos de labranza. Begoña E. Ocerin

HACIENDO HONOR AL NOMBRE

“Aquí, con esta tranquilidad y sin pretenderlo, se pueden sobrepasar los cien años”, le digo en plan de guasa a Generoso Salazar. Gene, como le llaman la familia y los amigos, no oculta el cariño que profesa al campo en todas sus variantes: desde el cultivo de la tierra al cuidado de las magníficas reses que pacen en las proximidades. 

Generoso Salazar. Begoña E. Ocerin

Nació en Artzua, aunque como él mismo asegura “el hombre nace donde nace y muere en el pueblo de su mujer”. En modo alguno representa los 85 años que tiene. “Será por el aire y la calma que se respiran en este rincón de Kuartango, porque yo no he parado de trabajar en toda mi vida”, asegura. 

Esa labor la ha compaginado a la perfección con la afición que le surgió allá por la década de 1950 de coleccionar aperos de labranza y que más tarde tuvieron sus variantes. Gene me muestra con orgullo un arado romano que, en su momento, cumplió su misión tirado por bueyes. “Fue el principio de la agricultura, sin duda. Luego el sistema se fue complementando y perfeccionando. Observe esta guadañadora que tenía varias funciones y ahorraba mucho esfuerzo humano”, añade mientras vamos haciendo el recorrido por su particular museo en el que no faltan varios tipos de arados metálicos de distintas épocas y diferentes cometidos.

Colección de tractores. Begoña E. Ocerin

En una de las antiguas cosechadoras aún luce en su palanca de accionamiento la marca que la hizo famosa: Ajuria, de Vitoria. “Uno de los tractores más sólidos y solicitados del mercado fue éste de la firma Ebro. Podría volver a sacarlo al campo a cumplir su misión, ya que, como el resto, funciona a la perfección”, me insiste.

Se muestra ufano cuando llegamos a la altura de un ejemplar Universal 800 DT de nacionalidad rumana. “Tiene un gran motor. Es terrible y arrastra todo lo que se le ponga delante”. Me quedo de piedra cuando abre otro pabellón que contiene diecisiete tractores más perfectamente cuidados. Cada uno tiene su propia historia.

UNA BODA AHUMADA 

Aquí se encuentra un magnífico ejemplar fabricado por Lanz Ibérica allá por la década de 1950 según el modelo creado por la firma Heinrich Lanz AG en 1921. En el ambiente agrícola se le ha conocido siempre como el bulldog alemán porque trabajando debe ser tremendamente eficaz. “Tiene un pistón tumbado y arranca igual hacia adelante que hacia atrás”. 

Gene sonríe al recordar la gran anécdota protagonizada por esta máquina: “Me la pidieron para participar con ella en una boda que se celebró en Salamanca sin tener en cuenta que su motor utiliza petróleo y eso tiene consecuencias. Por lo que me dijeron debió ser el acontecimiento del año porque el denso humo que desprendía la chimenea del tractor ensució los vestidos de lujo de los asistentes de forma harto espectacular, especialmente el blanco de la novia. También el aceite que perdía dio lugar a todo tipo de comentarios”. 

Vamos recorriendo el pabellón donde se guarda buena parte de la colección en perfecto orden. Se detiene ante otro ejemplar “con historia”. “Este tractor es ruso y perteneció a una comunidad de monjas. Está en perfecto estado. De hecho, participé con él en una peregrinación a Santiago de Compostela que se organizó en 2009 en la que los romeros teníamos que ir en tractores viejos. ¡Y vaya cómo respondió!”. El tractor en cuestión luce en su frontis una concha de vieira en recuerdo de aquel peregrinaje.

EL TRACTOR AMARILLO SE RESISTE

En realidad, Gene no le da mucha importancia a esta recopilación porque a lo largo del tiempo le ha servido como distracción en los pocos momentos de ocio que te permite el trabajo del campo. Me muestra uno de los primeros tractores que sacó la marca Barreiros, aunque se le van los ojos ante una magnífica máquina Nuffield 342 fabricada en 1961 en Birmingham por una filial de la Morris Motors. 

“El mayor trabajo que me han dado algunos de estos tractores ha sido conseguir las piezas de recambio. Lograr algunos repuestos me ha costado más que las propias máquinas. En tiempo y dinero. Claro que luego, cuando los ves flamantes y operativos, olvidas los malos momentos… Sólo hay uno, fabricado en Sevilla, que no funciona y me trae por la calle de la amargura: a pesar de que es un modelo moderno no encuentro los recambios que precisa. Pero no desespero”, me dice dolorido señalándome un tractor amarillo, como el de la canción.

Galería de vehículos de guerra. Begoña E. Ocerin

HAZAÑAS BÉLICAS

Las joyas de esta colección de Gene tienen pasado militar y no agrícola, ya que son vehículos que fueron utilizados por el ejército norteamericano en la II Guerra Mundial: desde jeeps marcados con tres estrellas a camiones de transporte. Uno de ellos, un Chevy 15CWT, incluso, luce un impacto de bala junto a uno de sus faros. 

“Se lo he respetado por tratarse de un recuerdo de campaña. ¡Vete a saber dónde se lo hicieron y en qué batallas participó! Otro camión, cuando lo compré en Valladolid por doscientas mil pesetas, tenía la caja destrozada y tuve que rehacerle los arquillos y ponerle lona nueva siguiendo el modelo original”. 

Su propietario ha cuidado estos vehículos con auténtico esmero hasta el punto de, no sólo cambiarle las piezas deterioradas por otras nuevas, sino de confeccionar exprofeso aquellas que ya no se fabrican. Por supuesto que las máquinas están listas para nuevas correrías, esta vez en son de paz.

“Los jeeps posiblemente fueron utilizados por militares de alta graduación por el número de estrellas que lucen. ¡Tendría gracia que estuviera cuidando un vehículo de Patton, por ejemplo! Estos los compré en Yurre por 60.000 pesetas”, añade sonriendo.

Es ésta, sin duda, la parte más curiosa de la colección de Gene, un hombre pendiente del campo que un buen día se encontró con aperos de labranza que habían quedado obsoletos y pensó que tal vez convenía guardarlos para que futuras generaciones conozcan el esfuerzo realizado por sus aitites: “Fueron tiempos de gran esfuerzo físico cuando nuestros campos fueron surcados por arados tirados por mulos o bueyes… La trilla… Cuando llegaron los tractores fui almacenando todo el material anterior, lo limpié y cuidé… Ciertamente los dejé como nuevos. No sé qué dineral me habré gastado en la colección ni el tiempo que me ha llevado la localización de los elementos en subastas. Los doy por bien empleados, porque han servido para ocupar mi tiempo de ocio”. 

GASTRONOMÍA

Una buena jornada se puede completar con un suculento almuerzo. Les recomiendo al respecto el restaurante Ondondo, en Zuhatzu de Kuartango, junto al frontón. No busquen lujos, porque lo que van a encontrar es excelente cocina. Desde hace tres años, el matrimonio compuesto por Iñaki Álvarez y Begoña Fernández atiende, él en la cocina y ella en la sala, hacen las delicias de una clientela adicta.

“¿Qué es lo que ofrecen?”, me preguntarán. Me he dejado llevar por los consejos y he encontrado en el menú dos delicias que les transmito: alcachofas guisadas con caldo de pollo, taquitos de jamón y ajos como entrante; y de segundo, una de las especialidades de la casa: costillas de cerdo asadas con miel y cerveza negra. Ambos platos son sobresalientes y la proporción calidad/precio excelente.