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El idioma del alcalde de Ojacastro

Aún existen jueces del TSJPV que no quieren asumir la plena oficialidad de nuestra lengua en la Comunidad Autónoma del País Vasco

El idioma del alcalde de OjacastroArnaitz Rubio

El político abertzale navarroManuel Irujo Ollo (1891-1981), a pesar de haber recibido de niño en Bilbao, clases de la mano del filólogo lekeitiarra Resurrección María de Azkue, nunca llegó a dominar el euzkera (así lo escribía él) pero amó profundamente la lengua natural del viejo reino pirenaico y de todos los vascos. Dicho desconocimiento fue una espina clavada, un anhelo de vida que le llevó a afirmar en varias ocasiones que, si lo supiera, sólo hablaría en ese idioma.

Su lucha denodada por la pervivencia, recuperación y desarrollo integral del que calificaba como lengua nacional, fue, a lo largo de su vida, una batalla sin cuartel, en pro de lo que hoy conceptuamos como normalización lingüística: “En la Euzkadi que propugnamos –decía–, el euzkera ocupará un lugar preponderante. Se utilizarán todos los medios que sean necesarios para que el euzkera sea el medio de expresión familiar, social y cultural, de todos los ciudadanos vascos. El euzkera es y deberá seguir siendo, como una verdad axiomática, la lengua nacional de los vascos”.

Para el estellés, el euskera ocupaba el lugar central de la identificación como pueblo vasco o Euskalerria, considerándolo como el elemento estructurador del hecho vasco, “quintaesencia de nuestra nacionalidad y personalidad” y “expresión más genuina del alma vasca”. Una centralidad medular que significaba la razón misma del nacionalismo vasco: “Sin la razón de la defensa del euskera –afirmaba tajante–, las persecuciones, sacrificios, torturas y muertes de tantos patriotas, no tienen sentido, hubieran sido un absurdo”.

No obstante, el euskera no tenía para el León Nabarro (con este sobrenombre se le conocía) solamente un valor intrínseco como núcleo esencial aglutinador del grupo humano vasco, sino que le concedía un rango de universalidad al calificarlo como “la mejor aportación que los vascos podemos hacer a la cultura humana”. En la labor impulsora de la lengua original, no se trataba –expresaba Irujo– de sentir únicamente satisfacción por ostentar apellidos euskéricos, sino que existía un deber inequívoco de “llevar nuestro idioma nacional a la familia, a la cultura, a la iglesia, a la calle y al mundo”; un enunciado éste que evocaba en su parte final el célebre verso de Euskara, jalgi hadi plazara, jalgi hadi mundura, recogido en la obra del clerigo bajonavarro Bernat DechepareLinguae Vasconum Primitiae (1545).

Como primer análisis de índole histórica, entendía Irujo que, –dejando de lado falsos imaginarios colectivos que niegan el efecto de la romanización en el desarrollo de nuestra lengua–, los pactos alcanzados por las tribus vasconas con los invasores romanos, estaban en la base de la pervivencia del idioma nativo. Así lo atestiguó en un artículo de 1954: “Merced a estos pactos entre Roma y los vascos, el euskera es hablado aún en nuestras montañas, a diferencia de lo que sucedió con los idiomas de todos los restantes pueblos del Occidente y del Sur del continente europeo, que fueron suplantados por el latín. Y, con el idioma, subsiste nuestra cultura, nuestra civilización”. Este argumentario no hacía más que ratificar la tesis que años atrás había formulado el insigne lingüista y político pamplonés Arturo Campión.

En sentido contrario, la pérdida de la independencia navarra en el siglo XVI fue para el político del PNV, un elemento central en la aceleración del retroceso de la presencia del euskera. Tal como expresó en Inglaterra y los vascos, “la clausura de los salones de la corte de Navarra, nos cortó la esperanza de que los reyes sus consejos de gobierno y los órganos legislativos del Estado, hubieran aplicado a nuestro país las normas que vieron poner en práctica en los restantes [por ejemplo, las lenguas vernáculas”. A la inversa, el mantenimiento de la corona navarra libre en la parte continental del reino, significó el desarrollo del euskera como lengua erudita. Tal como relata Irujo en su obra Instituciones Jurídicas Vascas, “Juana III de Navarra, soberana legítima [Juana de Albret, 1528-1572] cuyos Estados se habían reducido a los del Norte del Pirineo, abjuró del catolicismo, se hizo calvinista, ordenó la edición en euskera de la Biblio sin notas, realizando gran propaganda no exenta de presión sobre sus súbditos”.

En sus numerosos escritos de corte histórico, existió un firme afán divulgativo sobre los orígenes de las primeras expresiones del euskera, resaltando, por ejemplo, que “la primera manifestación escrita del idioma vasco, aparece en el Código Emilianense, llamado así por haber sido escrito en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, en el siglo X, cuando la Rioja era aún Nabarra”.

Teniendo en cuenta que durante el medievo formaban parte de la tierra vasca regiones como Jaca (Aragón) o Bureba (Burgos), Irujo se ocupó en sus textos de la presencia del euskera en tales territorios, animando a la ciudadanía a conocer los numerosos testimonios de toponimia euskerica más allá del río Ebro: “Si alguno apetece testimonios monumentales de mis aseveraciones que se dé una vuelta por los grandes catafalcos de la realeza navarra construidos en Oña y Nájera, donde con las cenizas de otros soberanos pirenaicos, reposan los de nuestros dos reyes cuyo cetro cubrió más extensa jurisdicción, Sancho el Mayor y García de Nájera”. Y en esta misma línea, indicó que “Santa María la Real de Nájera fue festejada pues el año 1052 por los riojanos en euskera, pues que a la sazón eran vascos –navarros– y euskeldunes”.

También recordaba que en la Rioja del siglo XIII, el alcalde de Ojacastro, localidad cercana a Nájera que cuenta con núcleos de población y aldeas con toponimia euskérica como Arviza (rabanera) o Uvarra (lodo), puso en prisión al merino de Castilla (oficial público de carácter judicial nombrado por el rey) por pretender obligar a los vecinos a prescindir del euskera y emplear el castellano como lengua oficial en sus alegaciones, “porque el fuero de un riojano era a la sazón hablar euzkera, aunque algunos de los litigantes en juicio fuera extraño al país e ignorara nuestra lengua; esa fue la invocación que para adoptar tan grave medida hizo aquel alcalde”. 

Aquel episodio histórico, que constó un proceso judicial al primer edil, no era para Manuel Irujo una anécdota excepcional sino un antecedente de defensa de los inalienables derechos lingüísticos del pueblo vasco, que las instituciones debieran respetar en todo momento: “Ojalá que las autoridades vascas supieran en lo sucesivo imitar la conducta del alcalde de Ojacastro, como las españolas han seguido la de don Morial, el merino de Castilla, en su empeño. No quisiera morir –permitidme esta expansión– sin erigir a aquel magistrado benemérito un monumento conmemorativo. Si la decisión del alcalde riojano, precursor de nuestro más auténtico renacentismo, hubiera encontrado seguidores en las demás regiones de Euzkadi, el área de nuestro idioma sería hoy notoriamente más extensa, y la tarea de reconstrucción nacional que nos hemos impuesto se habría facilitado extraordinariamente”.

Por fortuna para Irujo y para nuestra cultura como pueblo, ha habido muchos “alcaldes de Ojacastro” defendiendo la Lingua Navarrorum. Por desgracia para toda la ciudadanía de los territorios del euskera en Hegoalde, aún existen jueces del TSJPV que no quieren asumir la plena oficialidad de nuestra lengua en la Comunidad Autónoma del País Vasco; por desgracia también, aún existen en el Viejo Reyno políticos que se dejan la piel por mantener a la Navarra que dio nombre en latín a nuestra ancestral lengua, dividida en absurdas y extemporáneas zonas lingüísticas.

*Doctor en Historia