Durante demasiado tiempo, África Occidental ha sido observada desde Europa como una frontera lejana, un paisaje de crisis humanitarias, golpes de Estado o migraciones desesperadas. Pero esa mirada miope no percibe que allí, en el Sahel y en el Golfo de Guinea, se está configurando uno de los escenarios geopolíticos más decisivos del siglo XXI. Y que su desenlace afectará, más de lo que imaginamos, a la economía, la seguridad y las oportunidades de regiones europeas abiertas al mundo como Euskadi.
Euskadi, con su tradición industrial, su proyección logística y su vocación tecnológica, tiene un perfil económico especialmente sensible a los equilibrios globales. Las rutas marítimas, la estabilidad energética, la seguridad de los flujos comerciales o el control de los minerales estratégicos son ya cuestiones que no se deciden en Bruselas ni en Washington, sino también en Bamako, Niamey o Abiyán. La región africana que se extiende del Atlántico al Sahel, y que comparte una historia profunda con Europa, atraviesa un momento de redefinición radical.
Una década de rupturas silenciosas
Desde 2012, el oeste africano vive un ciclo de convulsión política que ha transformado por completo su mapa de alianzas. Aquel año, el norte de Malí cayó bajo control de grupos armados yihadistas, desencadenando la intervención militar francesa conocida como Operación Serval, luego convertida en Barkhane. Lo que debía ser una misión de estabilización se prolongó durante una década y terminó en fracaso: Francia fue expulsada de Malí, luego de Burkina Faso y Níger. En su lugar, estos tres países formaron en 2023 la Alianza de los Estados del Sahel (AES), que en 2024 anunció su retirada de la CEDEAO, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental.
Con ello, se quebró el principal marco de cooperación regional creado tras las independencias. Lo que está en juego no es solo una disputa diplomática, es el fin de un orden poscolonial basado en la tutela francesa y en la ayuda internacional. La población, desencantada con la democracia liberal y sus promesas incumplidas, ha dado paso a un nuevo tipo de legitimidad: la del “soberanismo africano”, que busca alianzas con actores emergentes como Rusia, China e India.
Rusia ha firmado acuerdos de defensa con Malí y Burkina Faso; en Níger, su empresa estatal Rosatom avanza en negociaciones para desarrollar proyectos de energía nuclear vinculados a los enormes yacimientos de uranio del país. China, por su parte, financia la explotación de litio en el sur de Malí y grandes infraestructuras portuarias en Guinea y Senegal. África Occidental se ha convertido así en un espacio de disputa multipolar donde las potencias reconfiguran su influencia bajo nuevas banderas.
Costa de Marfil, el epicentro de una posible tormenta
Mientras los focos del Sahel concentran la atención militar, en el Golfo de Guinea se cocina otra crisis de consecuencias potencialmente devastadoras. Costa de Marfil, motor económico de la Unión Monetaria del Oeste Africano, celebrará elecciones presidenciales el 25 de octubre en un clima de alta tensión. El presidente Alassane Ouattara, en el poder desde 2011, busca un cuarto mandato, a pesar de la prohibición constitucional.
Su principal rival, Laurent Gbagbo, absuelto por la Corte Penal Internacional tras pasar años en prisión en La Haya, ha sido excluido de la lista electoral. Las protestas ciudadanas que reclaman “no al cuarto mandato” y “sí a la candidatura de Gbagbo” crecen desde hace meses. El recuerdo de la guerra civil de 2011, que dejó más de 3.000 muertos y un país fracturado entre norte y sur, sigue todavía vivo.
Una nueva crisis marfileña sería catastrófica para la región. Costa de Marfil representa el 40% de las reservas del franco CFA, la moneda compartida por nueve países. Su inestabilidad podría hundir los cimientos de la futura moneda Eco, prevista para sustituir al CFA y reducir la dependencia de Francia. Además, el país es pieza clave para el control de las rutas comerciales del Atlántico, por sus puertos pasa buena parte del cacao, del algodón y del oro de África Occidental.
Una guerra civil interrumpiría esos flujos, generando desplazamientos masivos de población y un colapso monetario con consecuencias imprevisibles. En términos geopolíticos, la caída de Abiyán alteraría también los equilibrios estratégicos. Estados Unidos firmó en 2024 un acuerdo de cooperación militar con Costa de Marfil que prevé el establecimiento de una base logística en su territorio, parte de su plan de “contención” frente a la expansión ruso-china en el Sahel.
El Sahel y el Golfo de Guinea, las nuevas fronteras del mundo
La tensión en África Occidental no se reduce a un problema local. Se trata de un laboratorio del mundo que viene, un territorio donde se entrelazan la lucha por los recursos, la redefinición del poder global y la crisis de los modelos democráticos.
El Sahel es una franja de más de 5.000 kilómetros que atraviesa el continente desde Senegal hasta Sudán. Alberga vastos recursos naturales, uranio, oro, petróleo, litio, la mayor reserva de agua subterránea y una población joven, dinámica, pero atrapada en la pobreza. En ese contexto, la democracia liberal introducida en los años noventa ha perdido credibilidad, los fraudes electorales, la corrupción, la constante estrategia de doble rasero de la comunidad internacional y la dependencia de las ayudas externas han vaciado de sentido la participación política. El discurso de los nuevos regímenes militares apela a la “dignidad” y a la “soberanía”, conceptos que resuenan en sociedades cansadas de tutelas.
Europa, mientras tanto, observa desde la distancia. Francia ha sido obligada a reducir su presencia militar, pero mantiene bases en Chad, Senegal y Costa de Marfil a pesar de las protestas de los ciudadanos. La Unión Europea, dividida entre su preocupación por la migración y sus intereses energéticos, carece de una política clara para la región. Eso muestra su incapacidad de una lectura de la nueva realidad de la región fuera de los esquemas tradicionales. Y España, pese a su proximidad geográfica, apenas aparece en los debates estratégicos.
¿Por qué todo esto debería importar a Euskadi?
Porque la estabilidad de África Occidental está directamente ligada a varios sectores estratégicos de la economía vasca: infraestructuras, energía, logística, industria naval El crecimiento de los puertos atlánticos africanos, como Abiyán, Lomé o Cotonú, abre oportunidades para empresas vascas especializadas en ingeniería, mantenimiento portuario o gestión energética. Incluso el sector agroalimentario vasco podría encontrar allí un aliado natural en la diversificación de mercados.
Pero todas esas posibilidades se desvanecen si la región se hunde en una nueva ola de conflictos. El desplazamiento de millones de personas, la desestabilización de monedas, el cierre de puertos o la militarización de fronteras repercutirán, tarde o temprano, en Europa, en sus mercados, en sus precios energéticos y en sus debates políticos internos.
Mirar hacia el sur no es una opción moral ni un gesto solidario, es una necesidad estratégica. Euskadi, con su cultura de cooperación y su experiencia en desarrollo local, podría desempeñar un papel constructivo en esa región, combinando su saber técnico con una diplomacia económica prudente.
Una oportunidad para repensar Europa
El destino de África Occidental es también un espejo de Europa. Allí se reflejan nuestras contradicciones, el doble discurso entre ayuda y control, el miedo a la migración y la dependencia de materias primas, la ausencia de una política exterior coherente.
Euskadi, que ha sabido reinventarse en momentos de crisis, podría impulsar, desde su escala, un modelo de relación con África basado en el respeto mutuo, la transferencia tecnológica y la inversión en conocimiento. No se trata de competir con las potencias, sino de tejer vínculos humanos y económicos sostenibles.
A un día de las elecciones en Costa de Marfil, todo pende de un hilo. Si el país vuelve a incendiarse, el temblor recorrerá el Sahel y alcanzará el Atlántico. Tal vez incluso nuestras costas del Cantábrico. Porque el mundo ya no está dividido entre “ellos” y “nosotros”. Y porque lo que sucede en Abiyán, Lomé o Bamako puede terminar marcando el futuro de Bilbao.