El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha lanzado una nueva alerta: las medidas actuales no son suficientes para frenar las consecuencias del cambio climático y la Península Ibérica, por su ubicación geográfica y características climáticas, será una de las zonas europeas más afectadas.
Nos encontramos cada vez más con datos preocupantes y contundentes: escasez de agua y sequías; olas de calor extremas; graves inundaciones, que aumentarán la exposición de personas y bienes a riesgos costeros y fluviales; y efectos sobre la salud, con un incremento de la mortalidad por calor, especialmente entre los grupos más vulnerables. No se trata de una predicción lejana en el tiempo, ni mucho menos, y ya se están dando las primeras señales.
¿En qué medida cada vez que ocurre una ola de calor, una inundación o una sequía tiene relación con el cambio climático? Según los investigadores y profesores Ricardo García-Herrera, Bernat Jiménez Esteve y David Barriopedro Cepero, en un artículo publicado en The Conversation, “la ciencia de la atribución responde a esa pregunta analizando cuánto ha influido el calentamiento global en un fenómeno específico. No se trata de afirmar que el cambio climático es el causante, sino de estimar cuánto más probable o más intenso se ha vuelto por las actividades humanas. Entre los fenómenos extremos, las olas de calor son los más fácilmente atribuibles al cambio climático, porque se cuenta con buenos registros históricos, modelos capaces de simularlas y bases físicas para relacionarlas con el calentamiento global, aunque hay que mejorar en muchas cuestiones”.
Otra cuestión importante es plantearnos si estamos preparados para actuar con la urgencia que exige la ciencia. Los datos comienzan a confirmar por qué han fallecido tantas personas por causas relacionadas con el calor en el Estado español en los últimos meses. Tal y como publicaba este diario el pasado 14 de julio, el sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III ha atribuido a las olas de calor 1.180 fallecimientos en España en el periodo comprendido entre el 16 de mayo y el 13 de julio de 2025, de ellos 39 en Euskadi. El año pasado, en ese mismo periodo, murieron por calor 70 personas en toda España y solo una en el País Vasco. A nivel estatal, los 1.180 fallecimientos suponen un aumento del 1.300% respecto al mismo período del año pasado, 2024. El pasado mes de junio fue el más caluroso del periodo estudiado entre 1960 y 2025.
Las comunidades autónomas más afectadas han sido Galicia, La Rioja, Asturias y Cantabria, zonas que generalmente han experimentado veranos de temperaturas moderadas y que presentan actualmente un incremento notable en su vulnerabilidad climática. Esta circunstancia, según Sanidad, podría estar relacionada con una menor adaptación estructural y social frente a estos episodios de calor extremo. Los datos constatan, según el mismo organismo, un “episodio térmico de intensidad excepcional” con un aumento “sin precedentes” de las temperaturas medias y un incremento notable de la mortalidad atribuible a las olas de calor.
Durante los últimos veranos hemos vivido en la Península Ibérica sucesivas olas de calor con temperaturas récord en el Estado, pero también en el resto de Europa. Esto debería ser una llamada urgente para poner en marcha medidas de adaptación que minimicen los efectos de las altas temperaturas y las olas de calor.
Las medidas dirigidas a la reducción de emisiones —lo que se conoce como mitigación— son enormemente importantes, pero estamos viendo que resultan insuficientes para mantener la temperatura media del planeta por debajo de los umbrales de seguridad propuestos por el Acuerdo de París, que establecen no sobrepasar los 1,5 grados. En base a ello, la adaptación y la gestión de riesgos son herramientas fundamentales para reducir el impacto de las altas temperaturas en la mortalidad. Es necesario estudiar por qué la población de unos lugares se adapta mejor que la de otros a las olas de calor, qué variables influyen y cuáles pueden modificarse.
En urbanismo, muchas veces las malas prácticas ignoran las políticas de adaptación al calor extremo. Si analizamos varios municipios, veremos que conviven dos modelos urbanísticos diferentes: unos que siguen dando la espalda a los efectos del calor extremo, y otros que son conscientes de la necesidad de aplicar soluciones de adaptación.
Un aspecto muy relevante es cómo orientar la investigación hacia aquellos factores urbanísticos y sociales que puedan mejorar la vida en las ciudades y municipios. La receta completa, según los expertos, incluye al menos estos ingredientes: rehabilitación climática de viviendas y edificios, presencia de arbolado, espacios verdes y jardines, reducción del tráfico privado y suelos permeables con capacidad de drenaje. En Euskadi ya se están implementando acciones en estos ámbitos, aunque cabría preguntarse si a la velocidad requerida y si en todos ellos.
Hay expertos que consideran que, en la renaturalización de las ciudades y municipios, los árboles son el instrumento fundamental. En verano, las zonas resguardadas por árboles solo reciben entre un 10% y un 30% de la energía solar. La transpiración del agua a través de las hojas también tiene un efecto refrescante que, combinado con la sombra, puede reducir la temperatura en hasta 4 °C.
Muchos expertos sostienen que las respuestas y las políticas de adaptación deben basarse en soluciones basadas en la naturaleza, y no en soluciones individuales y tecnológicas. De ello ya hemos hablado en otras ocasiones, así como de la publicación de la Sociedad Pública de Gestión Ambiental Ihobe, del Gobierno Vasco, Soluciones basadas en la Naturaleza.
Recientemente, un estudio publicado en The Lancet ofreció una cifra impresionante y, a la vez, esperanzadora: 400.000 europeos seguirían vivos si se aumentara en un 30% el arbolado urbano. Pero, además de hablar de la enorme importancia de los árboles, también habría que señalar otras muchas cuestiones, como por ejemplo el “urbanismo de proximidad”, que permite reducir desplazamientos y acceder a servicios básicos en un radio de acción corto; y, a otra escala, actuaciones como la instalación de pavimentos permeables (sistemas urbanos de drenaje sostenible), capaces de drenar el agua hacia el subsuelo, lo que reduce la temperatura del pavimento y previene inundaciones.
Una cuestión muy importante es que las políticas de adaptación deben diseñarse pensando especialmente en las personas más vulnerables, aplicando criterios de justicia social.