A falta de propuestas para conseguir un alto el fuego en Ucrania, ha de ser acogida favorablemente la iniciativa del presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, quien últimamente viene desarrollando con este fin una serie de contactos en varios países con sus homólogos, entre ellos el presidente Pedro Sánchez. Hay que reseñar que con anterioridad Lula ya había tratado sobre el asunto con otros destacados dirigentes, entre los que hay que hacer una mención especial al presidente chino Xi Jinping, dado el indudable peso político que China tiene en la escena internacional. Es de desear que estas gestiones sean algo más que una bienintencionada iniciativa pasajera del recientemente reelegido presidente brasileño y que tengan la continuidad necesaria en el tiempo para hacer posible un alto el fuego, a partir del cual establecer un acuerdo que garantice una paz duradera.

Es preciso advertir, de todas formas, que en las condiciones actuales y a la vista de la posición que mantienen los principales protagonistas en este conflicto (no sólo el Kremlim y el mando ucraniano, también la Casa Blanca y la OTAN) resulta muy problemático que estas gestiones tengan éxito para lograr el alto el fuego. No sólo no hay propuestas en este sentido por parte de quienes tienen poder efectivo para hacerlas, y sobre todo para llevarlas a cabo, sino que, por el contrario, las manifestaciones que se vienen haciendo de forma reiterada van en sentido contrario, abogando por la continuación e intensificación de las actividades bélicas. A pesar de todo, esta situación adversa no debe impedir intentarlo seriamente, entre otras razones porque no hay otra salida y más pronto o más tarde va a haber un alto el fuego sin que haya victoria militar de ninguno de los contendientes. Conviene que sea cuanto antes.

Aunque lo importante es que haya iniciativas, independientemente de quien partan, para lograr el alto el fuego en Ucrania, no deja de llamar la atención que éstas provengan del dirigente de un país extraeuropeo como Brasil y que tratándose de un problema que afecta a Europa más que a ninguna otra área geopolítica, la UE esté completamente ausente en iniciativas de este tipo. La UE está perdiendo una buena oportunidad, una vez más, para jugar un papel activo y actuar con voz propia ante un conflicto que tiene lugar en el espacio europeo y cuyas consecuencias nos van a afectar a todos los europeos de forma determinante en los próximos años (y quizá décadas). Es precisamente ante situaciones como la que en este momento está teniendo lugar en Ucrania ante las que la UE tiene que reaccionar con una posición propia, afirmando su presencia y haciendo valer su capacidad para ofrecer vías que contribuyan a dar una salida al conflicto.

No ha sido ésta, sin embargo, la actitud adoptada por la UE, que ha renunciado desde el primer momento (y también antes del inicio de la confrontación bélica) a mantener una política propia que hubiese podido contribuir a evitar la prolongación de la guerra o, al menos, a alcanzar un compromiso para hacer posible un alto el fuego. Por el contrario, se ha optado por ejercer de fiel acompañante de la política desplegada por EEUU, que es quien ha marcado, y marca, la pauta a seguir ante la situación en Ucrania valiéndose del control de su instrumento militar en Europa, la OTAN; que ha sido, y sigue siendo, un factor clave en el desencadenamiento y desarrollo del conflicto ucraniano. A la UE, y en particular al órgano competente para ello, como es el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, no le ha correspondido otro papel que el de proporcionar cobertura política a las decisiones que ha venido adoptando EEUU y, en el plano operativo, el mando de la OTAN.

En este contexto, caracterizado por el aferramiento a los planteamientos exclusivamente bélicos, la iniciativa de Lula abre una vía que, de entrada, supone una importante novedad en relación con la dinámica seguida hasta ahora ya que se aboga, por primera vez, por dar pasos para lograr un alto el fuego; lo que de conseguirse abriría un escenario completamente nuevo en el que sería posible tratar sobre las cuestiones que han conducido a la situación actual. Se trata de una vía que, al menos, sería conveniente tomarla en consideración y explorar las posibilidades que ofrece para encontrar salidas a un conflicto que, en los términos bélicos en que está planteado desde que se inició la invasión de Ucrania, no tiene perspectivas de solución. Por mucho que no falten, e incluso lleven la voz cantante, quienes son acérrimos partidarios de proseguir las operaciones bélicas hasta conseguir la victoria militar sobre el enemigo.

Interesa hacer una referencia sobre la personalidad de quien protagoniza esta iniciativa, el presidente brasileño Lula, ya que reúne las condiciones más idóneas para poder llevarla a cabo. En primer lugar, por su no alineamiento con los contendientes -Rusia por una parte y EEUU/OTAN (con Ucrania como objeto de la disputa) por otra- lo que le permite tener un margen de actuación más amplio para formular propuestas que puedan ser acogidas por las partes. Y también porque este no alineamiento de partida y su condición de representante de un país importante del Sur geopolítico, además de miembro relevante de los BRICS, le permite tener unas relaciones fluidas con los países de esta amplia área geopolítica, que de otra forma no sería posible; lo que resulta imprescindible para poder desarrollar con éxito una iniciativa que no puede ser llevada a cabo si se carece de respaldo en la escena internacional.

En este sentido, tiene especial interés la forma como se plantea la iniciativa, cuando el propio Lula habla, con lenguaje gráfico, de conformar un G20 por la paz integrado principalmente por países no alineados con las posiciones de las partes en conflicto. No hace falta extenderse en muchas explicaciones sobre las dificultades que comporta una empresa como ésta, sobre todo por las presiones que pueden sufrir quienes opten por esta vía, que además de su futuro incierto supone un cuestionamiento de la política de confrontación bélica seguida hasta ahora. Pero, en cualquier caso, hay que partir de la premisa de que en la situación actual, tras más de catorce meses de guerra como consecuencia de la invasión rusa del territorio ucraniano, no hay ninguna alternativa que pueda ser considerada como buena; todas son malas o peores y la menos mala de todas es la consecución de un alto el fuego como principal objetivo inmediato.

No sería realista hacerse ilusiones sobre el éxito que pueda tener una iniciativa como ésta; entre otras razones porque en el momento presente no existe voluntad alguna de parar la guerra, ni siquiera de lograr un alto el fuego, por parte de quienes pueden hacerlo; mas bien todo lo contrario, a juzgar por las manifestaciones que las partes directamente implicadas vienen realizando. Incluso se viene proclamando ufanamente que no se quiere la paz sino la victoria, lo que es jaleado de forma irresponsable por los afines, incluidos líderes y medios pretendidamente serios. Convendría exhibir menos ardor guerrero, sobre todo cuando no se sufren directamente los efectos de la guerra, y prestar algo más de atención a las iniciativas que tratan de pararla; como la que origina estas líneas y otras que, aunque sea en un estado embrionario, se están esbozando (desde China al papa Francisco). Siempre será más beneficioso para todos explorar la posibilidad de parar la guerra, como se pretende con estas iniciativas, que optar por su prolongación hasta conseguir una victoria militar sobre el enemigo que, además, no va a darse.

No cabe descartar, en el caso de que se prolongue el impasse bélico actual sin expectativas de salida, que las cosas se compliquen y nos veamos abocados a tener que afrontar situaciones imprevistas que desborden por completo los límites en los que el conflicto está localizado aún. Conviene ser conscientes de este riesgo cierto y adoptar, cuando todavía es posible, las medidas necesarias para evitarlo antes de que la situación se deteriore más aún y evolucione hacia un punto que sea irreversible. Las iniciativas en este sentido, como las que está llevando a cabo el presidente brasileño L.I. Lula (y cualquier otra que pueda surgir con esta misma orientación) otorgando prioridad al objetivo inmediato del logro de un alto el fuego, son la aportación mas razonable que puede hacerse para poner fin a la situación de impasse bélico actual. En cualquier caso, siempre será bastante más sensato que abogar por la prolongación indefinida de una guerra a la que es preciso poner fin de inmediato.