Hace 25 años el brillante politólogo Tony Judt, fallecido prematuramente a causa de una enfermedad degenerativa en el año 2010, publicó un debatido ensayo titulado Europa, ¿una gran ilusión? (Editorial Taurus) en el que ponía en entredicho la viabilidad de una Europa unida. Judt diagnosticaba que a Europa le faltaba identidad propia, que incluso nunca la conseguiría. El debate sigue vigente. Judt no pudo prever la guerra de Ucrania que está solidificando la siempre líquida Europa más allá de lo previsible porque la inseguridad crea carácter. Así lo demuestran las adhesiones de Finlandia y Suecia a la OTAN y las solicitudes de ingreso en la Unión de diversos países balcánicos y de la propia Ucrania. Ya se sabe que en geopolítica los estados vecinos son los que preocupan más y Rusia, la influencia rusa en los Balcanes –ese cuchillo en el estómago de Occidente– y en menor medida Turquía, son motivos de preocupación.
Desde siempre, por brillante que sea, la teoría es puesta en su sitio por los hechos, ratificándola o arrumbándola. Y un hecho cierto es que la Europa que creíamos sujeta con alfileres parece hormigonada a prueba de conflictos bélicos, guerras comerciales y espionaje informático. Pero igualmente cierto es que la corrupción parlamentaria, síntoma de decrepitud institucional, empieza a asomar los pies por debajo de la manta y tiene mucho que ver con que los parlamentarios son a menudo unos don nadie sin otro mérito que la lealtad al partido que los encumbró. Y si en Grecia nació la democracia también lo hizo la cleptocracia, la corrupción institucional basada en vínculos familiares, históricamente situados siempre por delante de la ley y de los límites éticos. El escándalo de la vicepresidenta del Parlamento Europeo Eva Kaili, imputada junto a su marido, padre, mentor político y familiares, lo confirma a la espera de que estallen más escándalos.
La europa política
Casi 30 años después de la fundación de la Unión Europea (Maastricht, 1-11-1993) los ciudadanos europeos seguimos sin identificarnos con la idea de una Europa política unida. Cierto que supuso un gran paso adelante la delimitación de las fronteras del espacio Schengen que tiene como antecedente remoto el viejo Antemurale Christianitatis, “el Baluarte de la Cristiandad”, proclamado en 1519 por el papa León X como línea de frente contra el Imperio Otomano. Entonces, ¿por qué Europa carece de identidad emocional? La Europa histórica es el resultado de múltiples y complejas relaciones culturales, económicas y políticas entre cristianos, judíos y musulmanes. Este origen religioso de Europa confronta con el laicismo actual, lo que aumenta la vulnerabilidad de nuestro continente ante el choque religioso o ideológico con civilizaciones que siempre producen turbulencias cuando las lealtades políticas se pretenden constituir ajenas o en contra de las identidades nacionales. En este punto, Tony Judt afirmaba: “Construir unas lealtades prudentemente desprovistas de la identidad asociada a la unidad nacional histórica no funciona. Europa es más un concepto histórico que una respuesta. Es un concepto demasiado amplio y nebuloso para forjar en torno a él una comunidad humana coherente y convincente”. Ahí creo que está el núcleo del asunto. La Europa desnacionalizada y burocrática es insatisfactoria para la gente que quiere algo más sólido con lo que identificarse. La nación es la que encarna una memoria común y una comunidad humana y amable, más grande que la ciudad, más pequeña que la identidad global. Siempre será necesario el cimiento de la identidad que sienten instintivamente quienes no forman parte de las elites intelectualizadas. Es un sentimiento de pertenencia, un sentimiento de identidad que tenga un sentido que Europa se muestra incapaz de establecer.
En palabras de Anthony D. Smith, de la London School of Economics, ese sentimiento de pertenencia nos salva del “olvido personal”, de la dilución de nuestra cultura en el magma de la posmodernidad. Y algo más grave: “La pérdida de la memoria histórica que se disuelve en cuanto una ola de noticias se olvida ante la llegada de la siguiente. No es pues extraño que entre los elementos más reaccionarios de la población no te encuentres a la gente mayor que alberga muchos recuerdos, sino los jóvenes que tienen un sentido muy limitado del pasado” (Robert D. Kaplan, Adriático-Claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa).
Para poder conseguir ese sentimiento de pertenencia europea, la Unión deberá desarrollar en su seno una mayor diversidad, algo así como unas “regiones estado” con fundamento en sus respectivas instituciones político-parlamentarias, lengua y cultura propias, atributos de los que Euskadi dispone. Y poner en conocimiento de los jóvenes europeos los “lugares de la memoria”, los nexos y lazos comunes de nuestra historia continental.
Nuestra generación ha disfrutado de lo que llaman los estadounidenses una “Moral Luck”: suerte moral, es decir que sin el menor esfuerzo hemos sido una generación suertuda. Las guerras las hemos contemplado desde lejos, las crisis económicas no han truncado el progreso, mantenemos por el momento una cierta cohesión social que nos permite vivir más y mejor. Pero eso está cambiando. La fortaleza Europa está más débil donde los estados son más inseguros institucionalmente, países como Polonia y Hungría, sumergidos en un nacionalismo reaccionario o populismo de derechas –al gusto del lector–.
Unión Europea, cuestión de paz
La seguridad institucional precisa de un orden, porque sin orden no hay libertad; y de unos intereses económicos, porque sin intereses nuestros valores no pueden hacerse realidad. Pero la Unión Europea no es solo una cuestión de comercio y economía, debe sobrevivir porque cuando hablamos de Unión Europea estamos hablando de paz, de paz en Europa y en la medida de los posible en el mundo. Una Europa cada vez menos protegida por los EEUU tiene ahora la oportunidad de forjar el bien en un mundo asolado por las dificultades y el mal que causa la política de Rusia. El mapa geopolítico de Europa se está desplazando hacia el este, por el conflicto en Ucrania y hacia el sur por intereses económicos.
“China dará forma a Europa cuando el puerto del Pireo (ya lo son el de Gioia Tauro en Italia y de Rijeka en Croacia) se conviertan en un anclaje occidental de la emergente Ruta de la Seda china” (Kaplan, Adriático). África alcanzará en 2050 los 2.400 millones de habitantes, el doble que ahora. Asistimos a nuevos descubrimientos de gas natural en el Mediterráneo y a la lucha por el petróleo en Libia con los consiguientes posicionamientos militares para ver qué consorcio controla los futuros gasoductos y oleoductos.
Ya nos advirtió San Agustín de que todos somos santos o pecadores dependiendo de las circunstancias. Estos posicionamientos generarán conflictos que pueden acabar en grandes enfrentamientos, de forma impredecible. La guerra por muy localizada que sea puede llegar a desatar enormes demonios, lo estamos viendo en Ucrania.
La identidad europea, la gran ilusión de la Unión, será el resultado de cómo integramos las naciones, sus culturas, lenguas; de cómo gestionamos nuestros intereses y defendemos nuestros valores y de cómo mostramos a quienes se interponen que no es aconsejable enfrentarse con nosotros. Dicho de otro modo, identidad y defensa de nuestros intereses y valores son las dos caras del euro.