En esta era digital que nos ha tocado vivir, tiene muchas ventajas ser Apple. Es una empresa sólida, cuenta con una plantilla de excelentes ingenieros e ingenieras, tiene varios productos icónicos, y, sobre todo, gana mucho dinero sin depender de la industria de los datos. Es lógico así que Tim Cook -su director general- haga propuestas muy loables hacia la confianza y transparencia en el uso de datos personales. Ese juego, de momento, no va con ellos.
En una columna suya publicada en la revista Time, Cook decía que 2019 tendría que ser el año en el que las empresas velaran por cuidar la privacidad de los usuarios. Que no se podían repetir los escándalos que se habían producido en 2018. En esa pieza, introducía una serie de principios con los que buscaba dar más protagonismo y responsabilidad al usuario, y menos derechos a la empresa que recogía los datos. Sin embargo, creía que con la ética y el marco del derecho, no iba a ser suficiente.
Y estoy muy de acuerdo con esto. Quizás por ello muchos hemos apelado a medidas más estructurales hacia el control de datos. Cumplir e incumplir leyes, está a la orden del día en el sector. En muchas ocasiones, incluso sale muy rentable no cumplirlas. Además, no podemos ejercer nuestros derechos de protección de datos personales de actividades que ni siquiera sabemos que existen. En esta economía de los datos, hay acciones digitales que ejecutamos que conllevan actividades colaterales automáticas. Por ejemplo, que compremos un artículo en una tienda online, y que ese dato, sea automáticamente vendido a un mayorista de datos. Imagínate comprando un electrodoméstico en Amazon, y que ese dato, de alguna manera, acabe en manos de Carrefour.
Por ello, cuando hablo de medidas estructurales me refiero a cuestiones como la que Cook propone en su artículo: que los gobiernos diseñen e implementen una especie de cámara de compensación donde se registren todas las empresas que quieran trabajar con datos personales. Cualquier transacción que se realice con datos de índole personal, debiera registrarse en dicha cámara. De esta manera, cualquier consumidor, podría consultar en ese único espacio dónde están sus datos, qué se ha hecho con ellos, a quiénes les ha interesado, etc. De manera gratuita, fácil y accesible, los consumidores podrían controlar todo lo que ocurre. Esta medida, ayudaría adicionalmente a generar confianza entre los consumidores.
Esto me parecería un paso adelante importante. Necesario, pero quizás no suficiente. Cambiar el almacén de datos hacia uno centralizado controlaría qué se hace con ello. Pero nos seguirían faltando otras partes de la cadena de valor del dato. Por ejemplo, la generación del propio dato en sí. En esta línea, José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, sugería también hace unas semanas, que quizás las empresas debieran empezar a pagar a los usuarios por sus datos. Es decir, además de disfrutar de ingresos del trabajo y de las inversiones que hacemos, que también empecemos a tener ingresos pasivos por lo que se hace con los datos que producimos. Unos ingresos que conviertan a los datos en un nuevo factor de producción. Que es lo que es ahora mismo, realmente. Pero siendo un factor en manos de unos pocos. Estaríamos así reconociendo los derechos intrínsecos que tenemos cada uno de nosotros y nosotras en lo que respecto a los datos de nuestra actividad diaria.
Que dos pesos pesados de la industria tecnológica como Cook y Álvarez-Pallete propongan asuntos tan innovadores alrededor de la economía de la confianza y transparencia de los datos nos deja entrever que necesitamos un marco general de derechos y responsabilidades alrededor de los mismos. Durante estos primeros 20 o 25 años de era digital, hemos ido aprendiendo y probando. Pero ya se ha visto que el libre albedrío y la confianza hacia los mayoristas de datos (Facebook, Google, etc.) no ha generado siempre mejoras para nuestras sociedades. Y ahí es donde debemos incidir en los cambios que vengan.