Vaya con el comisario Villarejo. Una grabación por aquí, una confesión por allí y ya eres el dueño de las cloacas del Estado. Algo que podría haber generado una comedia televisiva de lo más divertido, resulta ser real. Por un lado es algo gracioso, pero por desgracia es sobre todo escandaloso y deplorable. Y el asunto nos lleva a muchas y variadas conclusiones.

Primera conclusión, el tema de los puestos y las jerarquías. ¿Cuándo comprenderán las personas que ocupan puestos de alta responsabilidad que son antes un ser humano que un presidente, un alto ejecutivo o un director general? No hay forma. Entiendo que debe ser difícil, con tantas cámaras detrás y con un grupo de amigos que espera sacar tajada de una u otra forma. Y que conste, en este sentido, que no me refiero solo a puestos políticos. Deportistas o artistas famosos también están en esta tesitura: muchos de ellos tienen un séquito que les escolta siempre de un lado para otro. Y el fin de la historia, que solo sale en los medios cuando alguien se arruina, tiene una separación traumática o una desgracia. Es el mundo mediático que nos ha tocado vivir. Eso sí, cuando alguien se decide a contribuir a la comunidad después de una catástrofe como las recientes inundaciones de Mallorca (Rafael Nadal), todavía recibe palos de algunos medios. Han sido minoritarios, pero son cosas de la hipocresía de nuestro mundo. Si el personaje público no ayuda, “está en una burbuja y no tiene corazón”. Si ayuda, “solo quiere salir en la foto”. ¿En qué quedamos? ¿Cómo no recordar los palos que recibió Amancio Ortega cuando donó aparatos a hospitales para ayudar a la lucha contra el cáncer? Es fácil decirlo, difícil cumplirlo. Lo mejor es ser uno mismo: así desaparecen muchas preocupaciones.

Un último matiz respecto de las personas famosas, en especial los ídolos o referencias de un país. En una reciente entrevista a José María García (los más jóvenes no lo recordarán: un periodista deportivo que en los años 80 y 90 ejerció una influencia impresionante; su programa nocturno tenía un título humilde: Supergarcía), éste recordaba que las dos principales exclusivas que tuvo no se atrevió a publicarlas. La razón, eran deportistas muy queridos y conocer sus miserias hubiera roto muchos corazones. Sí. Todas las personas somos más parecidos de lo que creemos.

Segunda conclusión, el tema de las grabaciones. Ahora que se ha reformado la Ley de Protección de Datos (aunque pese a todo seguimos firmando autorizaciones sin leer la letra pequeña, lo cual tiene lógica: menudos rollos nos meten?), ¿cómo puede ser que grabaciones realizadas hace años en conversaciones informales pongan en juego la carrera de un político? Por supuesto, más grave es que dicho político mienta después. Pero una persona puede ser un capo de la droga y muchas veces pruebas grabadas, claras y precisas, no se tienen en cuenta ya que el método de obtención de las mismas no ha sido autorizado. Menudo cambio de rasero, ¿no?

Tercera y principal conclusión, el tema de la “información vaginal”. Era la tesis que Villarejo explicó a la ministra Dolores Delgado. Muy, muy fuerte. Chicas que se acostaban con altos cargos y sonsacaban información que podía llegar a ser incluso un secreto de Estado. ¿Cómo puede ser? Desde luego, el error viene determinado por la conclusión número uno: como tengo un puesto alto, sé cosas. Si me parece, te las cuento. ¿A que soy un chico interesante? Pues lo que es interesante, no lo sé. Pero que te falta autoestima y te dedicas a fardar del puesto, está claro. Otra cosa es que un trabajo nos fascine (sea política, medicina, jardinería o limpieza, no importa) y en consecuencia nos encante contar detalles del mismo.

Por fortuna, en la vida cotidiana no es común esta historia. Pero sí llegamos a decir cosas en momentos poco adecuados que luego se pueden volver en nuestra contra. Estos aspectos tienen el mismo efecto que la información vaginal. Una crítica muy dura contra alguien de nuestra familia, un amigo íntimo o un compañero de trabajo siempre se corre de una persona a otra. Ya se sabe que un secreto solo es tal si lo conoce una persona. Si alguien recibe una información delicada cuesta mucho no contarla. Además, tiende a llegar tergiversada. Delicado, ¿verdad? Nos encanta el chismorreo. Por eso, es muy recomendable aplicar la siguiente idea: criticar a los comportamientos, no a las personas. Así logramos disociar una cosa de la otra. Todos tenemos información, cosas de nosotros mismos o de los demás que están mejor bajo llave. Por eso, debemos cuidar lo que decimos e incluso lo que enviamos en la red (que además, deja huella). Lo dice la sabiduría popular: “somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras” o “es mejor pensar lo que se dice que decir lo que se piensa”.