A cualquier analista político que conozca la realidad hispánica no debería sorprenderle que, tras varios siglos de convivencia forzada, los pueblos y nacionalidades de la península no hayan llegado a un consenso para formar una unión política que satisfaga a todos. El problema de convivencia persiste, basta ver el pulso que siguen manteniendo las nacionalidades periféricas con ese poder central heredero directo del Reino de Castilla, que ha impuesto su lengua, su cultura y sus leyes al resto de los antiguos reinos y naciones. Hoy estamos asistiendo al desafío de la nación catalana al Estado castellano. Hasta hace poco, eran los vascos los que desafiaban a ese mismo Estado. El problema no es nuevo, en el año 1640, Portugal y Cataluña se independizan de la monarquía hispánica con resultados dispares: la república catalana es reconquistada por los castellanos doce años después, mientras que Portugal sigue independiente hasta el día de hoy. Surge, inevitablemente, la pregunta de por qué Portugal sí y Cataluña no. ¿Acaso Cataluña tiene menos derechos que Portugal para constituirse en Estado independiente? La realidad es que los portugueses son tan hispánicos como el resto de la población peninsular. Pero también deberíamos preguntarnos el motivo de por qué no hemos alcanzado una armoniosa unión política entre todos los pueblos que vivimos aquí, en nuestra península. Si todos compartimos un espacio común, sería deseable que todos quisiéramos pertenecer a una misma entidad política. ¿Quién lo impide?
Empecemos por admitir que la actual España tiene graves problemas de convivencia interna porque está compuesta por naciones insatisfechas con su posicionamiento dentro de ese Estado que no les reconoce sus derechos históricos. A los que sostienen que habría que prohibir los partidos nacionalistas porque buscan la desintegración del Estado, habría que decirles que España es la suma de reinos y naciones, y que ese Estado centralizador castellano que tanto adoran, debería reconocer que no puede tener el monopolio del Estado ni del nombre de España, porque tan española es una Cataluña independiente como Castilla. O Portugal. Ya lo dijo el gran poeta lusitano Luis de Camoes: “Hablad de castellanos y de portugueses, porque españoles somos todos”. Habría que empezar a considerar que el término España no es sinónimo de Castilla ni puede reducirse a una sola nación. España abarca la totalidad de la península.
Hay que identificar el problema, y éste no es otro que la forma en que la hegemónica Castilla se ha adueñado de la mayor parte de la península para formar una sola nación, la suya, que concibe a España como elemento unitario. Castilla ha liderado tradicionalmente el proyecto de unión de todas las naciones peninsulares, pero lo ha hecho sin respetar a las demás nacionalidades. No olvidemos que el Reino de Navarra fue invadido y conquistado en 1512 por los ejércitos del duque de Alba.
Pese a que algunos historiadores datan la creación de España en época de los Reyes Católicos, lo único que puede constatarse históricamente es la existencia de un conjunto de reinos en la península Ibérica. Los Reyes Católicos en ningún momento adoptaron el título de Reyes de España. Hablar de Carlos I, Felipe II o Felipe V como reyes de España es impropio porque no existía el reino de España. Pese a que siempre ha existido una conciencia de España, lo cierto es que han convivido durante siglos en la península varios reinos y hay que esperar al siglo XIX para asistir al nacimiento de la nación española como tal. En el texto constitucional de 1812, por primera vez se acredita a España como nación política. El diputado asturiano Argüelles, al presentar la Constitución de 1812 declaró: “españoles, ya tenéis patria”. Esta constitución tuvo una vigencia efímera. Arturo Campión, político navarro, jurista notable, lingüista, fundador y académico de la Real Academia de la Lengua Vasca y académico de la Real Academia Española, afirmó que la Constitución de 1812, “al tiempo que encarecía y ponderaba los fueros en el preámbulo, los abolía y extirpaba de cuajo en el texto, fabricando con los sillares derruidos nuevos templos al ídolo horrendo de la llamada unidad constitucional”. El regreso de Fernando VII supuso volver al Antiguo Régimen en el que España solo era una realidad geográfica, no jurídica. Una prueba: la pervivencia del Reino de Navarra.
Que el Consejo de Castilla fuese abolido en el año 1834 -y sustituido por el Ministerio de la Gobernación y por el Tribunal Supremo- prueba la pervivencia de un Estado plurinacional hasta mediados del siglo XIX. El Consejo de Castilla era una institución político-administrativa que extendía su actividad por toda Castilla. En Navarra existía el Consejo Real de Navarra, con sus funciones ejecutivas y de justicia, y fue abolido, junto al Reino de Navarra, en el año 1841. Por lo que puede concluirse que hasta mediados del siglo XIX coexistían las instituciones de dos reinos, porque España, jurídicamente, no existía. En 1833, Isabel II fue proclamada reina tanto por las Cortes de Castilla como por las Cortes de Navarra (Isabel I de Navarra). Tras su destitución en 1868, las Cortes eligieron en 1870 a Amadeo de Saboya como nuevo rey. Amadeo I de Saboya fue el primer rey con el título de rey de España, el primero en recibir esta denominación.
En la última convocatoria de las Cortes de Navarra de 1929, en que se debatió la modificación de las aduanas del Ebro a los Pirineos, participó como síndico Ángel Sagaseta, que criticó la abolición del Reino de Navarra y sus instituciones, oponiéndose y criticando el proceso abolicionista del Reino de Navarra puesto en marcha por el constitucionalismo español. En sus informes sostiene la legitimidad de las instituciones del Reino para cualquier modificación en las competencias y soberanía.
No fue hasta mediados del siglo XIX cuando comenzó a sustituirse el término reinos de España por el término de nación española para designar la nueva realidad política. Nos encontramos por vez primera con un nacionalismo español, un movimiento social y político que empieza a conformar la identidad nacional de España y que construye un relato histórico de España como nación, pero lo cierto es que la nación española, como tal, solo tiene 176 años de vida, existe desde 1841: el año en que a Navarra le usurparon su condición de reino. Hasta ese año, Navarra fue un reino, una nación con mil años de historia, su mera existencia impedía la existencia de una única nación española. No tuvieron escrúpulos en destruir nuestra nación navarra para crear la suya.