Corría el año 1469 en Oñati. Un pastor, Rodrigo de Balzategi, oriundo del barrio de Uribarri de la citada localidad guipuzcoana, de travesía con sus animales se encontró una imagen de la Virgen María en un espino blanco, junto a una campana irlandesa, seguramente, de comienzos del segundo milenio. Y sobre ese milagro se construyó lo que hoy conocemos como Santuario de Arantzazu, un templo que en algo más de cinco siglos ha cambiado ostensiblemente de forma, configuración, tamaño e, incluso, cota. El diseño actual, de hecho, corresponde a la construcción de la nueva basílica en la década de los 50 del siglo pasado, un proyecto dirigido por Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga y que convirtió el emplazamiento, además de un enclave espiritual, en un icono del arte vasco con aportaciones de, entre otros, Eduardo Chillida, Jorge Oteiza o Nestor Basterretxea. Pero, ¿qué fue de la ermita de madera original y de la posterior capilla que se levantó en la ubicación exacta de la aparición? ¿Dónde se encontraban exactamente, en relación con el templo actual?
El arquitecto, diseñador y artista Santos Bregaña y los arquitectos Emiliano Varela y José Javier Zunda, en base a las investigaciones del arqueólogo David Cano, han ido en busca las “coordenadas (x, y, z)” en las que se levantó una “capilla de la aparición”, un construcción gótica compuesta por una nave coronada por cuatro bóvedas de arista. Esta construcción se situó, piensan, donde ahora se encuentra la parte baja del coro, después del nártex –el vestíbulo de la iglesia– e iría algo más allá hasta los límites marcados por la cripta inferior que decoró Basterretxea.
Bregaña y Varela charlan con este periódico, en el estudio de diseño que el primero tiene en Donostia, sobre este proyecto que arrancó en junio de 2024 y, según confiesan, “sin un objetivo” determinado, más allá de ampliar el conocimiento. Varela lleva muchos años trabajando con la comunidad franciscana de Arantzazu. De hecho, hace unos años, desde el Colegio de Arquitectos organizaron una exposición sobre el proyecto de Oiza y Laorga y a raíz de ello surgió el Breviario de Aránzazu, que Varela publicó hace un par de años.
De forma natural, ese itinerario les ha llevado a este proyecto que definen como la “arqueología de un milagro” y que ha sido posible solo gracias al apoyo económico del Grupo Ormak. Sus innumerables visitas al Santuario, cargados con lo último en tecnología, les ha llevado a confeccionar un “gemelo digital” del edificio, logrados, en argot técnico, “a través de trabajos de metrología dimensional por escaneado láser 3D con nube de puntos y modelado paramétrico” del templo. Todos estos trabajos les han llevado a concluir que Arantzazu es como una “matriosca”, una sucesión de construcciones que fueron creciendo. Esa “nube de puntos” revela vestigios que el ojo no llega a ver y que, también, son desconocidos porque no se han estudiado hasta el momento.
Las labores tecnológicas se sustentan, por otra parte, en una labor de investigación en los propios archivos de los franciscanos de Oñati, que han corrido a cargo del experto en arqueología de la arquitectura David Cano. “Con él hemos encontrado documentos verdaderamente mágicos”, cuenta Bregaña. Se refiere, por ejemplo, a un plano de 1699 dibujado en piel y en el que se refleja una acometida de aguas a partir de un riachuelo que, en la actualidad, ha quedado “invisibilizado” y que pasaba por donde se situó la capilla de la aparición.
La tecnología y la documentación se combinan, claro, con un discurrir histórico que explican el distinto desarrollo de la edificación. Se refieren a los incendios de 1553, 1622 y al de 1834, provocado por los liberales durante el transcurso de la Primera Guerra Carlista.
El padre Lizarralde
José Adriano de Lizarralde (1884-1935) fue un sacerdote franciscano que dedicó su vida a estudiar las coordenadas del milagro, una ubicación que tiene que ver, a juicio de Bregaña y Varela, “con el corazón de la cultura vasca”. En este sentido, el diseñador insiste en la importancia de la aparición, no como una figura, sino como una imagen de piedra y, por lo tanto, física. “En Arantzazu se da un misterio que nunca llegaremos a alcanzar y eso nos gusta”, comenta este navarro residente en Gipuzkoa desde hace años.
En la década de 1920 del siglo XX, Lizarralde solicitó ayuda al azkoitiarra Joaquín de Yrizar (1893-1979), “pionero en los estudios de arquitectura vasca”, para trazar la localización del antiguo templo. Lo hicieron a partir de un arco ojival, que “por desgracia” desapareció tras la reforma de los años 50. De esta manera, Yrizar dibujó un espacio de cuatro bóvedas en un rectángulo de trece metros por siete de anchura y un altar orientado hacia el norte. Este templo, de unos ocho metros de altura, se ubicó en una cota entre la cripta y la base del santuario actual. A partir de esos vestigios y de los planos dibujados, han podido modelizarlo a través de sistemas informáticos y trasladarlo a ese lugar en concreto. “No podemos decir si el templo era así o no, pero eso era lo que creía Lizarralde, que en ese lugar el pastor se había encontrado a la Virgen de piedra”, añade Bregaña.
Si bien si este proyecto nació “sin un objetivo”, sus responsables esperan que en un futuro se pueda dar una manera en la que el visitante –que no el turista, matiza el arquitecto– fascinado por el misterio o los misterios que rodean este lugar puedan sentir la experiencia de que en la parte baja del coro del santuario, en otra coordenada de tiempo, pero en la misma coordenada espacial, hubo otra edificación igual de fascinante. Siguen trabajando en ello.