La convivencia como obligación
Se está extendiendo una perspectiva errónea acerca del estado de la cuestión relativa a la paz y la convivencia. Se dice que el avance de estos procesos en el ámbito social no se corresponde con el fracaso y la falta de generosidad dominantes en el ámbito político. No creo que sea así
Es cierto que las encuestas expresan con mucha claridad que en la opinión pública vasca se ha consolidado una corriente hegemónica, con mayorías muy claras que se identifican con una línea de actuación para la rehabilitación de la convivencia que pasa por varios principios elementales y muy concretos. Se podrían citar a este respecto los siguientes: el conocimiento de la verdad y el esclarecimiento de cada violación de derechos humanos, la determinación de responsabilidades en cada causa, el desarme y disolución de ETA como factor decisivo de paz y el deseo de reconstruir la convivencia sobre unos parámetros sostenibles.
Podríamos decir que el pulso que late bajo la piel de la sociedad vasca, en su amplia mayoría, lo hace al ritmo del suelo ético. Y que, mientras tanto, parece que la política vasca no es capaz de activar una ponencia parlamentaria que teóricamente se basa en estos mismos parámetros.
Pero, hay razones suficientes -vistas a partir de los mismos planos social y político- para matizar esta primera descripción. Si observamos la situación con una lupa que nos acerque más a la auténtica realidad social podremos ver que el compromiso de la sociedad con aquellos principios de suelo ético no es tan activo como se podría creer. Hay unos sectores sociales que están ya a otra cosa, y que con total naturalidad han pasado la horrorosa página de los años de violencia. Hay otros sectores que sí creen conveniente comprometerse en la búsqueda de un nuevo horizonte de convivencia, pero que no encuentran mecanismos de participación que les den confianza o no estén contaminados. Y hay otros sectores que siguen atizando, con las palabras y los hechos, las brasas no apagadas del conflicto social.
Padecemos una distorsión similar en relación con la valoración de lo que la política vasca está aportando al avance de la paz y de la convivencia. En un sentido práctico, la gestión política de una realidad relativamente apaciguada como la que vivimos, si no concluye en un retroceso, ya es un avance que hay que celebrar cada día. Sin olvidar, además, el papel sacrificado -en la primera línea de fuego- que ha cumplido la política en el proceso que nos ha traído hasta este punto de cese de las violencias.
Es muy fácil decir que las cosas se tienen que mover en el ámbito de la política. Habrá que tener en cuenta sin embargo que son las instituciones políticas las que están marcando los tiempos y los términos del debate sobre la convivencia. Tristemente, los progresos en la esfera de lo social se están realizando en el seno de los marcos (estratégicos, económicos, etc?) que está marcando la propia política. Muchos declaran que la agenda del conflicto está bloqueada, luego es muy posible que así sea. Ahora bien, la agenda política del conflicto es una cosa que puede interesar más a unos ciudadanos que a otros, e incluso no interesar nada a unos terceros. Agenda política que, según la temática que se despliegue, crea desconfianzas que son reales. Cuestión normal en un país políticamente muy diverso, que no vive bajo la falsa expectativa de creer que en un expediente de paz se pueden resolver todas sus demandas. Lo que sí interesa y obliga a todos, sin embargo, es la recuperación de la convivencia, un marco de relaciones en el que los acuerdos y los desacuerdos políticos puedan ser encauzados sin amenazas ni extorsiones.
La convivencia es una obligación social y política permanente. Aunque, viniendo de donde venimos y teniendo tan cercana la conmoción causada por la injusticia del terrorismo, convivir exige ahora mismo un esfuerzo extraordinario. A la sociedad civil le toca restablecer el sentido comunitario que nos ha caracterizado en los momentos más duros de nuestra historia. De las instituciones se espera que acierten a la hora de estimular y abrir oportunidades a la participación comunitaria que derivaría de recuperar aquel espíritu.
Los foros de convivencia que se han puesto en marcha en Gipuzkoa presentan esa virtud. Unos más que otros. En mi comarca, hay instituciones locales que han puesto en marcha foros abiertos a la ciudadanía (Lasarte y Urnieta), aunque hayan conseguido una mayor o menor participación. Hay otros (Hernani) que los han planteado más discretos y cerrados. Un error que, más tarde o más temprano, no van a tener más remedio que corregir.
Por supuesto, ante un proceso de participación social no puede haber un temario cerrado. No creo que nadie lo pretenda. Hay muchos temas a tratar. Uno de los promotores de algunos de los foros locales citados, Iker Uson (Baketik), ha propuesto “cinco cuestiones neurálgicas” para avanzar y crear energía social. Es un cuestionario muy interesante. Pero, no se trata de desplegar un orden del día limitado ni de buscar consensos urgentes. La confianza es clave para rehabilitar la convivencia. Para convivir, hay que verificar que han cesado realmente todas las expresiones de amenaza y control social que han dañado la convivencia. No valen “los pactos sobre mentiras que sean tolerables” ni el olvido. Finalmente, una clave determinante que puede animar a la participación social en la sanación de la convivencia degradada reside en la autocrítica de los sectores que se han valido del sufrimiento para sus intereses.