Alfredo Irusta, al igual que el eibartarra Jon Etxezarraga y el oñatiarra Aitor Gil, integrantes ambos de Intxorta 1937 Kultur Elkartea, ha sufrido la amputación de un miembro mientras desactivaba un obús de la Guerra Civil.

Irusta no era un neófito, llamémosle mejor, un experto al que uno pueda consultar, con una práctica extendida sin reconocimiento oficial, pero y que, con dilatada experiencia, es capaz de reconocer un trozo oxidado de txatarra en cualquiera de nuestros montes, y saber con fiabilidad su calibre, fabricación y país comprometido de origen, como nos sirve hoy a nosotros para la denuncia por ejemplo de las potencias fascistas implicadas en nuestra guerra y el armamento novedoso que usaron en la destrucción en los lugares más comprometidos en la defensa de Bizkaia, incluidos Durango y Gernika.

Su curiosa actividad, poco entendida para muchos, reúne años de experiencia trabajando en la recuperación de un patrimonio enterrado y años olvidado por la administración. Y a estas alturas de las actuaciones de esta labor desinteresada, se hace necesario un protocolo de actuación, que necesaria y urgentemente requiere la colaboración entre los grupos de detección, al que pertenecía Irusta (como asistente habitual de los entes antes señalados), la Administración, así como con la Ertzaintza en su apartado de desactivación de explosivos.

Todos los elementos de guerra que pueblan los subsuelos de Europa son considerados hoy en día en ella como parte del patrimonio arqueológico a recuperar, al igual que las fosas con miles de individuos desaparecidos en la guerra y la represión tras ella, que en el caso español, resulta ser un caso muy particular con notables problemas administrativos para su resolución.

Asimismo, no podemos olvidar el valor de la Arquitectura, que ligada a fortificaciones de mayor o menor envergadura, nos transmiten documentación de primer orden, y por supuesto, todos aquellos objetos personales de su vida cotidiana, que nos ayudan a completar la visión antropológica de su día a día y en la que muchos colectivos y particulares seguimos trabajando, y en la que Irusta ha colaborado desinteresadamente.

El Centro de Interpretación de la Memoria Historica en Elgeta es una muestra de ello, mostrando una bomba aérea italiana exclusiva e intacta de la Aviazione Legionaria italiana lanzada sobre el Sector de Elgeta que Irusta nos proveyó. Es única que sepamos. Junto a ella el visitante puede observar una bomba de 50 kilos de la alemana Legion Cóndor encontrada en las trincheras de los Intxortas y desactivada igualmente por Alfredo. Todo ello es trascendental, salvo aquí, en el Estado español y en Euskal Herria en particular.

Y desde nuestra larga experiencia en Intxorta Kultur Elkartea, no podemos dejar que traten a Irusta injustamente como un simple acumulador de explosivos, amigo además de una afición excéntrica que ni siquiera se puede explicar en el contexto de una ley obsoleta que le acusará injustamente de tenencia de explosivos, cuando en realidad, este tipo de trabajos en el resto de Europa está regulada y sirve para recuperar, impulsar desde las iniciativas particulares y asociaciones como la nuestra, la conservación y puesta en valor de estos restos como una parte más del patrimonio de la historia general.

Un obús o cualquier otro proyectil, incluyendo aquel casquillo de bala que encontramos durante una excursión montañera, no es chatarra militar que deba acabar en una fundición como pretende la administración vasca con todo el material desactivado en Muskiz. Hacerlo, sería un gravísimo error.

Y todo porque este material recuperado y fuera de peligro ya, no es un ente mudo y pesado objeto, oxidado por el paso del tiempo y obligado a desaparecer mediante una carga adosada a ella habitual, práctica de los Tedax del territorio, o diluido metal en una desconocida fundición, sino un vestigio que necesariamente hay que tratar como parte del patrimonio arqueológico que la ley por otro lado les obliga a proteger a las instituciones que nos representan. Una vieja contradicción para los que sabemos de lo que hablamos.

Aquí, sí que podemos, si queremos? Deberíamos tomar parte como en el resto del continente, en el que las heridas aún sin curar y en los escenarios de las batallas que siguen abrazando y envolviendo en la tierra que les vio descansar a sus y nuestros antepasados, muchos de ellos aún anónimos, podamos arropar legalmente a gente como a Alfredo Irusta, que en estos momentos en la UVI del hospital de Cruces se recupera de graves heridas, con su labor callada, desinteresada y hoy a falta de una interpretación justa y adecuada, llena un hueco por cubrir por nuestras instituciones.

En definitiva, deberemos afrontar tarde o temprano la labor de individuos como Irusta dentro de una actuación que enfoque la guerra 1936 desde una perspectiva arqueológica normalizada para que no sigan ocurriendo más desgracias.

Irusta, Etxezarraga y Gil, al igual que el resto de grupos de detección, están dispuestos a seguir colaborando con las autoridades, no ya puntualmente como lo han hecho en varias ocasiones, sino arropados por unas normas que alejen de toda sospecha un práctica hoy considerada criminal.