ENTRAMOS en época de elecciones con la previsible saturación de soluciones infalibles para afrontar cualquier crisis. Antes de la apertura del cotejo político conviene cerrar un verano que comenzó con el anuncio, entre otras noticias, del descubrimiento de una partícula, el bosón de Higgs, imaginada hace más de medio siglo, cuya existencia validaría las afirmaciones de la física teórica sobre la estructura de la materia, vía que a veces nos acerca de manera asintótica a lo inmaterial.

Arriesgando el "rollete", recordamos conceptos publicados, incluso en revistas no especializadas, sobre la arquitectura de la materia formada por átomos que a su vez se componen de partículas constituidas a su vez por otras partículas. A esas partículas, o ladrillos de la materia con masa, llamados fermiones se añaden otras partículas sin masa, llamadas bosones, fuerzas generadoras de las interacciones de los fermiones.

A mitad del siglo XX el formalismo matemático del sistema llegaba a "su" conclusión reconociendo que no se había razonado a fondo sobre lo que representaba la noción de masa. En 1960 algunos investigadores propusieron, como postulado, la existencia de un bosón, redefiniendo la masa, desprovista esta vez de propiedad intrínseca. El bosón así "postulado" estaría presente en todo el Universo y formaría un "campo uniforme", proposición a la que quizás convendría añadir "en un sistema estructurado". Ese bosón sería, simplificando al máximo, el transportista de masa a las partículas elementales hasta entonces carentes de ella. Una vez recibida la masa, las partículas receptoras se transformarían en "fermiones".

Esa mutación de lo inmaterial, o sin masa, a lo material ha sido poetizada en las religiones del libro, entre otras. Tratando la relación de o de los dioses con el ser humano.

Se admite que otros investigadores, Brout y Englert, habían llegado a las mismas conclusiones que Higgs, razón por la que este último rehusa que el bosón de Higgs lleve su apellido.

En 1958 un joven estudiante de matemáticas en París, donde completó su formación en cursos de Filosofía, lo que explica su escrito, publicó a sus 23 años, en una revista modesta francesa, de cuyo nombre, parece ser, no puede ni quiere acordarse, un artículo en el que daba su versión imaginada del paso de la no materia a la materia o como escribía, de la nada al algo.

En su descripción, la hipótesis de origen consistía en afirmar que lo que existe, de siempre, es el tiempo y el vacío, incluso la nada, hasta el punto que la materia estaba constituida por "agujeros del vacío". La materia sería el cáncer del vacío y el virus de ese cáncer sería transportado por una partícula cuyo conocimiento "regentaría", era su expresión, el paso de la nada al algo, de la partícula sin masa a la partícula con masa o virus del cáncer del vacío. El artículo desarrollaba su proposición recurriendo, entre otras nociones, creo recordar, a la función de Dirac que prescindía del tiempo, esa variable fisgona e "incombustible", para pasar del vacío a la materia en un sistema atemporal.

Ya los filósofos presocráticos discurrían sobre la nada. Entre Parménides que afirmaba que "el no ser no es" y Demócrito que, al contrario, proponía que el no ser existe, discurriendo sobre el vacío entre átomos se situó Epicuro apoyado en el "cómodo" indeterminismo y confiando su justificación de la materia al azar y, a la necesidad, tema que retomaría, a su manera, el Premio Nobel francés Jacob (1965). El debate no se limitó a los presocráticos pero siguió con tintes filosóficos. Leibnitz afirmaba que la vida no surge de la vida. El tema merece también una reflexión laica y razonada de construcción de puentes entre lo inmaterial y lo material. El campo de reflexión sigue amplio. Quedan preguntas sin respuesta tales como ¿dónde encuentra el bosón la masa que va a transportar (vulgarizando el tema)?

Ya el joven estudiante antes citado intentaba buscar y encontrar, si había suerte, respuestas a preguntas sin excluir, si necesario, recurrir a conceptos inmateriales pero evitando aquellos que estuvieran relacionados con una teología cargada de explicaciones místicas humanamente improvisadas.

Los avances científicos procuran cierta tranquilidad al ser humano porque, cuando surgen, acaban siendo explicados.

La angustia proviene de explicaciones ascéticas sobre lo inmaterial destiladas de manera precipitada sin dar satisfacción quizás porque se utilizan razonamientos materiales para explicar lo inmaterial.

Oponer lo material y lo inmaterial no solo estiriliza sino que mutila la aventura humana que surge del vacío para retornar seguramente al vacío. Nada éramos y en nada nos convertiremos. Quedarán conceptos perecederos como nuestro recuerdo y nuestra obra, si la hubo.