Amainó la efervescencia, se apaciguó el calor, durmieron los volcanes. El humo. El paisaje después de la batalla cruenta sobre el asfalto crepitante del Macizo Central. Fuego sobre el fuego. Pello Bilbao, desatado en Issoire, un dragón, saludó la mañana con una sonrisa serena y con la ampliación de contrato de dos campañas en el Bahrain. “Hemos alargado el contrato dos años más. Hasta 2026. No tenía ninguna duda que mejor que aquí no iba a estar en ningún lado. Ha sido la mejor decisión”, expuso.

El de Gernika era una buena noticia. La mejor en años en el Tour. Posó en el selfie con Vingegaard, Pogacar, Philipsen y Powless. La foto del inicio. Un souvenir para siempre. Sólo quien vence tiene el derecho a esa orla con los propietarios de los maillots del Tour el día después. “Fue un día muy intenso, lleno de emociones. Sentir la alegría de los compañeros fue muy especial”, dijo Pello Bilbao antes de partir hacia Moulins.

Allí esperaba otra foto. Una tomada a toda velocidad. Cada frame en el esprint es un asunto urgente. Afortunadamente la foto de la agitación no salió movida. Retrató a Jasper Philipsen, que es una costumbre. Un habitual.

El belga fue el primero en salir en la foto, pletórico, dominante, enérgico. Se podría hacer un cuadro solemne con Philipsen, que extendió su imperio. Rey de la velocidad. Se exhibió el belga, que no contó con la pértiga de Van der Poel para dar el gran salto. Le sobró energía.

Superioridad aplastante

En realidad, le alcanzó con su plenitud. Despachó a Groenewegen y Bauhaus sin miramientos. Venció escapado. Su superioridad es aplastante. Una apisonadora con la velocidad de un bólido. Nadie más rápido que Philipsen en el Tour. Almacena cuatro coronas en los debates veloces.

Es un rayo. Fulminante. No cesa. Sólo Mads Pedersen pudo con él días atrás en una llegada muy exigente. En Moulins, donde la tierra es plana, no confundir con el terraplanismo, venció con varios cuerpos de ventaja.

El Daguerrotipo es muy rápido, exacto y detallista en los tiempos modernos. Congela la velocidad. Hasta los poros de piel, esos que nunca se ven en los anuncios de las cremas porque los anuncian modelos jóvenes que incluso se corrigen con photoshop, aunque el público al que quieren captar sean mujeres de mayor edad. Lo natural está bajo sospecha.

Conviene el artificio, el disimulo y el camuflaje. Philipsen que viste de verde, el maillot de la regularidad, no puede taparse en el caleidoscopio del esprint. Se le ve a distancia. Es lo mismo. Recorre antes que nadie las distancias. Es el anuncio la victoria. Remontó con tal facilidad el belga, que llegó escapado.

Fuga sin esperanza

Amador, Oss y Louvel quisieron adelantarse a la photo finish pero el trazado no concedía ese capricho. Tampoco los velocistas, que para correr mucho, para subirse al relampagueo, padecen horrores en otros territorios. El Tour que prendió en Euskadi ha ido despiezando a los velocistas, que solían chapotear felicidad en aquellos Tours con comienzos sin apenas relieve. Se agarran a la esperanza tras gatear en los Pirineos.

Salieron con prisas, en busca de aventuras. Difuminados. El pelotón no quiso concederles demasiada fama. Jugaron con ellos. Marionetas. Su eco era el de los descamisados. No era un grito. Apenas era audible. Un murmullo. El peso del poder, su sombra, alargada, siempre presente. Al menos, no les frenó el miedo. Combatieron con dignidad la teoría del shock. Esa que paraliza. Insumisos.

Asomó perezosa la lluvia, tan tímida que era y no era. Lluvia escasa hasta que se hizo persistente y tenaz. Ametralló el cielo. Tormenta. El caprichoso juego de las nubes. El aroma del petricor.

Se alteraron las muecas de los rostros. Para enfurecerlos. Corrió veloz el pelotón, con el boceto del esprint en la cabeza. El engranaje que da cuerda al reloj de los guepardos. Los favoritos se anudaron entre ellos. Es una liturgia. El costumbrismo en el Tour.

Los favoritos, atentos

No hay espacio para las distracciones. Los nobles enraizaron los unos cerca de los otros. Vingegaard y Pogacar comparten la placenta. Hindley respiraba próximo a los dos fenómenos. Carlos Rodríguez no perdía detalle y Pello Bilbao, aún dichoso, recordando su hazaña en Issoire, se adentró en la sala de los nobles con el apoyo de los muchachos del Bahrain.

"Estoy quinto y es una posición que no se puede desaprovechar, quiero seguir siendo regular. El top 5 está difícil, pero lo voy a pelear hasta París", expuso. Oss fue el último en claudicar, el pasajero final del viaje a ninguna parte. Desvanecido como lágrimas en la lluvia.

Apedreaba la tormenta, que iba y venía. Una cortina de agua. Tensión, estrés. Ni un día sin rotondas. El esprint llamaba a sus feligreses a voces. Los codos abiertos, ocupando espacios, se trenzaban. Quería reclutar a los tipos corajudos y rápidos. Dispuestos a lanzarse al vértigo. Estampida.

Un polvorín de adrenalina. El choque de estrellas fugaces. Nadie más rutilante y ni más fugaz que Philipsen, la luminaria que iluminó Moulins para gritar su cuarta victoria. Mostró cuatro dedos. Póquer. Philipsen no necesita a Van der Poel. Alfa y Omega de la velocidad.