Este lunes nos dejará el Tour, un romance con Euskadi cuya brevedad e intensidad lo asemejan a los amores de verano, y que, como ellos, se va, pero nunca se olvidan, dejando un recuerdo imborrable, y una semilla plantada, encapsulada, que brota para reverdecer de cuando en cuando, echándolos de menos, queriéndolos reanimar para revivir. Es lo que experimentaremos desde el martes, añorando los colorines de los corredores, la emoción de verlos pasar al lado, la cercanía del aliento de los campeones. Tenía ganas de comprobar, como pasa también con los amores vacacionales, si el tiempo había cambiado al Tour. De la salida del 92, que viví de cerca, recordaba sobre todo la enorme caravana publicitaria, colorida, con los coches portando grandes muñecos, que me recordaron a las Fallas, interpretadas por los franceses. Y comprobé que eso continúa, lo que me reconfortó. Siguen los coches con los ninots enormes sobre el techo, algunos representando ciclistas, otros con Asterix y Obelix. Así que no está todo perdido. Somos los mismos, soy el mismo -me dije-, y acaricié de nuevo la vieja semillita de los veranos, llena aún de posibilidades, donde lo que fui no está perdido y late en los sueños presentes.

De los dos favoritos he visto mejor a Vingegaard, aunque diciendo esto quizá vaya a la contra, porque el resto opina lo contrario

Las etapas de Bilbao y Donostia han estado a la altura de lo esperado. Incluso más. Con una batalla ciclista de la que no se han ausentado los grandes favoritos, que para nadie es un secreto que son Pogacar y Vingegaard. Y un Jaizkibel que dictó sentencia, subido a tal velocidad que dejó a una docena de corredores en cabeza. Ambos, el esloveno y el danés, y también sus equipos, UAE y Jumbo, están muy por encima de los demás, y me recuerda una expresión que se acuñó en los años de Armstrong y Ulirich, “un ciclismo de dos velocidades”. Con una gran diferencia entre las dos figuras, sus equipos, y el resto. Vimos un hecho bello y simpático, la llegada de dos hermanos gemelos escapados a la meta de Bilbao, Simon Yates y Adam Yates, con victoria de Adam. Es algo inédito en el ciclismo salvo el caso protagonizado por ellos mismos años atrás, cuando eran aficionados, llegando escapados, solos, en una etapa del Tour del Porvenir, cambiando en aquel caso el orden e imponiéndose Simon. De los dos favoritos he visto mejor a Vingegaard, aunque diciendo esto quizá vaya a la contra, porque el resto opina lo contrario. Creo que está gestionando mejor la carrera, Pogacar está cometiendo los mismos errores que en el año 2022, disputándolo todo, las bonificaciones, atacando por unos segundos, y exponiéndose a un desgaste excesivo, mientras que Vingegaard está agazapado, esperado dar su zarpazo.

No quiero ser una aguafiestas, pero mi reacción ante todo exceso de triunfalismo, de patriotismo, es tomar distancia. Como decía el poeta y cantautor Georges Brassens, a quien conocimos sobre todo porque Paco Ibáñez popularizó sus temas, en su canción La mala reputación: “No pienso hacer ningún daño/ queriendo vivir fuera del rebaño. Cuando la fiesta nacional/ yo me quedo en la cama igual. La música militar/ nunca me supo levantar”. Igual que él, en esos excesos, necesito distanciarme, subjetivizar las cosas, cribarlas con mi propia formación y valores. Y aquí entra en escena Jaizkibel, al que en alguna crónica llamé, junto a Erlaitz, montaña ciclista, y que hoy debe ser también montaña de la memoria. De Erlaitz conté más, de Jaizkibel poco, y hay que saberlo. Los franceses le llaman el “devoir de memoire”, cuya traducción más correcta al castellano sería el “deber de contarlo”.

No es muy conocido que la carretera de Jaizkibel fuera construida por presos republicanos. Antes de la guerra, la única carretera existente era la que subía desde Hondarribia a Guadalupe, donde había un fuerte construido en 1900. El franquismo, entre 1939 y 1945, edificó muchos búnkeres y construcciones militares en nuestros montes, en Jaizkibel, Peñas de Aia, Aritxulegi, ante el miedo a una invasión aliada o guerrillera, tras la victoria sobre los nazis en la II Guerra Mundial. Y empleó esclavos para construir las carreteras que llevaran hasta ellos, o para conectar con alguno existente, como el de Guadalupe. Al pie de Jazkibel, donde terminó la bajada, aún se ven restos de los muros de los barracones donde vivían los 500 presos que construían la carretera por la que descendieron los ciclistas. 

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La segunda etapa del Tour de Francia a su paso por Guadalupe Javi Colmenero

Y aún es menos conocido que las avenidas de Tolosa y Zumalakarregi, por un tramo de la cual pasarán los corredores hoy, también fueron construidas por presos republicanos, adscritos a la empresa constructora ABC, de la cercana cárcel de Ondarreta. Todas las mañanas, a las siete y media, se ponía en marcha una columna de un centenar de presos. Su trabajo consistía en acarrear piedra durante todo el día. Entre cuatro presos empujaban una vagoneta llena de piedras sobre una vía estrecha. Desde un extremo a otro del recorrido había quinientos metros. Constantemente. A las 12 y media paraban, les servían la escasa comida que llegaba desde la prisión en las perolas. Tenían que comer muy rápido para ponerse a trabajar de nuevo. A empujar la vagoneta. Hasta las 6 y media. Llegado el fin de la jornada, en formación, a lo largo de la nueva vía, de nuevo volvían a la prisión. 

Pues eso, ahora ya puedo sumarme a la fiesta. ¡Viva el Tour!