Ya estamos de vuelta. Los inicios en el deporte de elite nunca fueron fáciles. Los equipos todavía no están preparados del todo para la alta competición y arrastran las secuelas de un mercado más parado que nunca porque salvo tres o cuatro todos tienen miedo de quedarse con una mano delante y otra detrás. Lo malo es que ya nada es como antes. Cuando yo era un chaval la Real contrataba a uno o dos jugadores como mucho en verano, un Arrien de la vida, y reconozco que me daba un poco de envidia ver cómo el resto de clubes peinaba el mercado en busca de fichajes que, como es lógico, cuando procedían del extranjero, salvo las rutilantes estrellas que incorporaban los grandes, apenas teníamos información sobre ellos. Yo de verdad espero y confío en que entre mi reconocida envidia y la locura psicótica que se respira hoy en día en el que parece que si no vienen muchos refuerzos la Real estará cerca del descenso (más les gustaría en el planeta de los ofendiditos), podamos encontrar un término medio. Más que nada, para intentar volver a recuperar esa felicidad perdida. Esas ansias por volver a ver a nuestra Real. Esas mariposas por ver lo que cambia un nuevo entrenador, de la casa, como debe ser, porque encima lo único que ha hecho a lo largo de su formación y trayectoria en las categorías inferiores ha sido ganar, ganar y ganar. Y si no intentas explotar o al menos darle una oportunidad a un técnico que parece tocado por una varita mágica, es que algo no funciona bien en las tuberías del club. Más aún con la filosofía de la Real basada y forjada en la producción y explotación de su propio talento. No me puedo identificar más con una persona al que le tiembla la voz en su presentación cuando cumple el sueño de ser entrenador de su equipo del alma, que no conozco a nadie que diga una mala palabra sobre él, y de un jugador que, lo vi con mis propios ojos en el campo, hizo un caño en el primer balón que tocó en su estreno con la blanquiazul en el Calderón. Los que me conocen bien saben el enorme placer que me pudo generar la jugada…

Recuperar la ilusión

Insisto, todo va a ir mejor si recuperamos la ilusión por ver jugar a nuestro equipo, por sentir cómo hierve nuestro sentimiento, por recuperar el gol y los abrazos al desconocido txuri-urdin de al lado, por volver a esperar la pregunta de los más mayores regresando al centro desde Amara ataviados con emblemas blanquiazules para, más que contárselo, proclamar a los cuatro vientos que la Real ha vuelto a vencer. Que como nuestro equipo, al menos para nosotros, no hay ninguno. Y cuando gana, ni te cuento. Esa noche dormimos viendo brillar las estrellas. Y el que siente nuestros colores como yo sé que es muy consciente de lo que le hablo.

Los inicios no son fáciles

Pero regreso a la casilla de salida. No, no son fáciles los inicios. Y la mejor receta para paliar las limitaciones físicas actuales se basan en el sentido de pertenencia. En la motivación y el deseo de victoria. En el ansia por hacer sonreír a tu gente después de la decepción y el disgusto de la temporada pasada. Rescato una anécdota que me gusta contar de José Antonio Camacho antes de un Chequia-España sub’19. Los checos, que imponían mucho porque eran el doble de grandes, cantaron a grito pelado su himno. Fue tan impresionante, que al sentarnos en la modesta tribuna, el murciano no pudo reprimir decir con ese tono tan de Torrente: “Es que no puede ser, si es que empezamos perdiendo 1-0 todos los partidos”. Lo recuerdo porque el otro día otro de mis jugadores preferidos, el Payasito Aimar, que tantos caños dibujó en Mestalla con el Valencia, se refería a la importancia del himno para la albiceleste: “En la selección rescatamos la última parte del himno para que tuviera el trozo cantado ya que termina de una manera que te dan ganas de chocarte contra una pared. El primer Mundial que recuerdo fue el del 86 y cuando veía a los jugadores durante el himno yo pensaba estos locos tienen abuelas, hermanas, esposas que deben estar emocionadas viendo ese momento y yo me decía quiero ser como ellos. Hay unos himnos maravillosos como el de México, que me sé hasta la letra de su primera parte en el que dicen Vamos a la guerra, porque dicen eso y te impresiona cuando les escuchas cantarlo en el campo, sobre todo si necesitas ganar y llegas mal dormido”.

El himno de la Real en Nagasaki

En Japón, en el primer partido en Nagasaki, se dio la curiosa circunstancia de que colocaron a los jugadores como en los partidos de los Mundiales y tocaron el solemne himno de Japón que cantó todo el estadio. Cuando llegó el turno de la Real, después de un momento de lógica incertidumbre y expectación por razones obvias, sonó el txuri-urdin. Y qué quieren que les diga, no me importó que fuese un amistoso, yo me emocioné. Escuchar nuestra canción, la de todos los realistas, tan lejos de casa, puestos en pie… De verdad, no quiero que suene cursi, pero solo nos faltó ponernos la mano en el corazón.

Y precisamente creo que es eso lo que necesitamos potenciar e impulsarnos desde nuestro propio sentimiento. Nuestro himno, nuestros colores, nuestro escudo, nuestra bandera, nuestra identidad… Recuperar las ganas de amar a nuestro club, de sentirnos especiales que no distintos, porque todos adoran a su equipo a pesar de que algunos se crean que tienen la patente, de querer más que nadie disfrutar todos juntos. Es el momento de unir filas, hacernos fuertes, reforzar los valores tan especiales que cuida y defiende la Real y saltar al verde como lo hacen checos, argentinos o mexicanos con espuma en la boca después de escuchar su himno. Porque yo también volví a pensar al escuchar el txuri-urdin que hubiese dado muchas cosas en mi vida por ser uno de esos locos que están ahí abajo. Salgan y disfruten, señores, defiendan esa camiseta como si fuera la última vez, aunque siempre sintiéndose privilegiados.

El célebre Bill Shanckly se equivocó al decir que el “fútbol es una cuestión de vida o muerte”. Pero no era el fútbol, hombre, era la Real. Cuidémosla entre todos los que la queremos. Ya habrá tiempo para analizar lo malo, que sin duda lo hay, pero ahora centrémonos en ayudar en lo que podamos para ganar. Pónganse cómodos, que esto empieza. Txuri-urdin, txuri-urdin maitea… ¡A por ellos!