La limpieza de la casa es algo que hay que atender cada día, y entre todos los estantes a mantener, los muebles son esenciales.

Muchas veces, en el intento de dejarlos relucientes, se comete un error común: usar productos inadecuados.

Existen limpiadores eficaces para desinfectar ciertas superficies, pero que resultan demasiado agresivos para la madera y los acabados que la protegen. Comprender cómo afectan estos productos y qué alternativas existen es clave para prolongar la vida de nuestros muebles.

La madera es un material noble, natural y poroso, sensible a los cambios de temperatura, humedad y a las sustancias químicas fuertes. Por eso, los muebles suelen estar protegidos con barnices, lacas o aceites que forman una capa sellante.

Esta capa no solo embellece la superficie, sino que evita que la humedad y la suciedad penetren en las fibras.

Mueble suspendido sobre la pared Metallbude

El amoniaco elimina el brillo

El amoniaco es un potente desengrasante que puede disolver el acabado de la madera. Aunque elimina la suciedad rápidamente, también arrastra los aceites naturales del barniz o de la propia madera, dejando la superficie opaca, áspera y sin brillo.

En algunos tipos de madera, como el roble, puede incluso alterar el color debido a una reacción química con los taninos, provocando manchas oscuras difíciles de eliminar. El uso frecuente de amoniaco seca la madera y, con el tiempo, puede causar grietas o deformaciones.

La lejía deteriora el barniz

Por su parte, la lejía es un desinfectante muy agresivo que contiene agentes oxidantes. Estos deterioran el barniz, blanquean el color y pueden producir manchas irrecuperables.

Además, al entrar en contacto con la madera sin una capa protectora adecuada, la lejía penetra en las fibras, alterando su estructura y debilitándola. Su uso reiterado puede provocar la pérdida del tono original del mueble, dejando zonas más claras o desgastadas.

Ambos productos —amoniaco y lejía— son útiles en la limpieza del hogar, pero no en la de los muebles. De hecho, combinarlos entre sí es peligroso, ya que generan gases tóxicos.

Por tanto, su empleo debe reservarse exclusivamente para superficies resistentes, como azulejos, suelos de cerámica o sanitarios, nunca para madera ni materiales delicados.

Para limpiar los muebles de manera segura y eficaz, lo recomendable es optar por productos específicos para madera, formulados para eliminar el polvo y la suciedad sin dañar el acabado.

También se puede recurrir a una solución casera más suave: agua tibia con unas gotas de jabón neutro. El paño debe escurrirse bien para evitar que el exceso de humedad penetre en la madera, y siempre se debe secar la superficie con otro paño limpio y seco.

En conclusión, cuidar los muebles implica mucho más que limpiarlos con frecuencia. Supone entender que no todos los productos sirven para todas las superficies. La madera requiere atención y delicadeza: evitar el amoniaco y la lejía no solo preserva su brillo y color, sino que garantiza que los muebles se mantengan en buen estado durante muchos años.