“Siempre voy a pescar solo, pero estoy vivo porque el domingo fui con un amigo”
Javier pudo haber muerto de hipotermia, o contra las rocas del ‘Ratón de Getaria’. Dos olas le arrastraron mar adentro cuando recogía la caña. La intervención de su compañero de trabajo y de Cruz Roja resultó providencial
Javier ha vuelto a nacer. Es un recién nacido de 32 años que el domingo por la tarde se entregaba a su pasión, la pesca, en una zona de rocas entre Zumaia y Getaria. Ese día hizo algo que no es habitual en él y gracias a ello vive para contarlo. “Siempre voy a pescar solo, pero estoy vivo porque el domingo fui con un amigo”, admite este guipuzcoano que se presta a contar su experiencia por si pudiera servir de ayuda en otros casos.
Todo ocurrió el domingo por la tarde en esa franja horaria en la que miles de corredores de la Behobia se entregaban a una sobremesa intercambiando anécdotas sobre la carrera. Para las 16.00 horas Javier y su amigo, compañero de trabajo, ya habían lanzado las cañas. Iban a por sargos, a boya y con langostino de cebo.
Aunque la tarde prometía pronto hubo que rebajar las expectativas. “Nos comieron un par de langostinos tímidamente, pero no se notaba picadas ni nada”. La pareja iba y venía entre las rocas, buscaba el lugar idóneo, allá donde las olas crean espuma y el sargo se desenvuelve como lo que es. En la cabeza de Javier, un experimentado arrantzale,estaba muy presente el parte meteorológico: una altura de ola de 1,7 metros con la previsión de que bajara a 1,5 a lo largo de la tarde.
Sabía que el pedrero que frecuenta se caracteriza por una corriente que siempre pega de izquierda a derecha. Continuaba moviéndose de roca a roca: un par de picadas tontas pero poco más. Definitivamente, no era el día, como pudieron comprobar durante las tres horas previas a pleamar. Pronto iba a caer la noche, y con ella un desenlace que pudo ser fatal.
"Esto se está poniendo feo"
“Iba a anochecer en diez minutos. Siempre que voy a pescar estoy dispuesto a mojarme. Voy con botas con clavos para andar por las rocas y son habituales las olas que te pegan a la altura de las rodillas”, relata. Ése era el escenario. Se encontraba en esos momentos junto a su amigo sobre una roca a dos metros de altura, cuando impactaron con fuerza dos olas que les mojaron hasta media cintura. “Ya ha llegado la primera ducha”, se dijeron. Y posteriormente la segunda.
“Esto se está poniendo feo, nos vamos a ir ya, saco la caña y nos vamos”, le avisó a su colega. Javier se disponía a hacerlo cuando un nuevo golpe de mar lo engulló. Literalmente. “Vino una ola y me llevó mar adentro. Fue como esa secuencia de las películas en la que se ve a alguien hundiéndose y son todo burbujas y desconcierto. No sabía donde estaba la superficie. Transcurrieron unos quince segundos bajo el agua. Yo repetía que no salgo que no salgo, hasta que conseguí hacerlo”. Recuerda el arrantzale que respiró hondo y que pensó: “Estoy vivo”.
"Transcurrieron unos quince segundos bajo el agua. Yo repetía que no salgo que no salgo, hasta que conseguí hacerlo"
La ola le había arrastrado lejos de su compañero de trabajo, se encontraba a unos veinte metros de costa. Se propuso ir nadando hasta las rocas. Las botas le pesaban. Al menos contó con la complicidad de la mochila estanca que portaba llena de aire, en la que guardaba sus aparejos, y que le ayudó a ganar flotabilidad.
Se propuso volver a tierra como fuera. “Fui nadando hasta las rocas. Yo me repetía: tengo que salir, aunque sea sangrando salgo de aquí.Alcancé una roca pero justo en ese instante llegó una segunda ola que me zarandeó de nuevo para adentro”, narra el accidentado arrantzale.
Su amigo entretanto le gritaba. “¡He llamado a los de salvamento! ¡He llamado a los de salvamento!”. Y a partir de ese momento recuerda que dejó de luchar, en mitad del mar y bajo el silencio de la noche. No quería cansarse nadando. Dice que es lo peor que puedes hacer. Y de este modo se dejó mecer por el vaivén del oleaje hasta que llegara el rescate.
Mirando al cielo, mientras la corriente se lo llevaba
¿Temiste por tu vida? Javier reflexiona por unos instantes antes de responder a la pregunta de este periódico. “Sé que me pude haber quedado allí, pero la verdad es que no. Opté por estar tranquilo. Mantuve la calma. Tenía algo de frío, eso sí. Me coloqué hacia arriba, mirando al cielo, mientras la corriente me llevaba cada vez más adentro”, rememora. De vez en cuando tragaba algo de agua, y la escupía.
El cuerpo flotante en el que se había convertido Javier vio poco después las luces de dos patrullas de la Ertzaintza. ¿Pero dónde está la lancha?, se preguntaba. La zodiac llegó poco después. A bordo de ella viajaban Imad El Hannoui, que ejerció de socorrista acuático y su compañero Manu Sanz, que hacía de patrón. Los dos voluntarios de Cruz Roja en Gipuzkoa regresaban de la Behobia, donde habían trabajado durante todo el día. Volvían a la base de Getaria a recoger sus pertenencias cuando recibieron un aviso de Salvamento Marítimo. Eran las 18.35 horas. La ambulancia trasladaría sano y salvo al hospital a Javier a las 20.10 horas, pero en esos momentos no había ninguna certeza de nada.
“Un pescador se había caído al agua, es la primera información que recibimos. Como estábamos en la base, fue cosa de minutos cambiarnos, ponernos los neoprenos y los chalecos, coger los talkies de mar, la manta térmica y el botiquín por si había que intervenir”, enumera El Hannoui.
La referencia que tenían era el kilómetro 24, entre Getaria y Zumaia. “Nos pasaron las coordenadas, que es algo fundamental, pero claro, eran las coordenadas de la ubicación del amigo. Sabíamos que íbamos a tener que hacer un rastreo y una búsqueda de noche, por lo que cargamos el material adecuado”.
Cruz Roja: "Lo primero que encontramos fue la gorra"
Tardaron unos diez minutos en llegar a la zona. “Lo primero que encontramos fue la gorra. No escuchábamos ningún ruido. Estaban las patrullas en la carretera y su amigo gritando, pero a él no se le oía. Era un día de muchísima corriente, y el mar se lo había llevado hacia el ratón de Getaria, estaba a unos 150 metros”. Dicen los socorristas que de haber llegado diez minutos más tarde Javier habría acabado en el ratón, donde las olas son inclementes. “Es sabido en la zona que aquello que entra en el ratón ya no se vuelve a recuperar, y la corriente le estaba llevando hacia allí”.
Así, continuó la búsqueda con linterna, hasta que escucharon una voz: ¡Aquí, aquí! “Nos acercamos. Mi compañero Manu hizo la maniobra para poder recogerlo, pero él estaba afectado por el frío y no tenía movilidad ni sensibilidad en ninguna de las extremidades. Manu se tiró al agua, consiguió remolcarlo y yo les recogí a los dos con la embarcación”.
De haber llegado diez minutos más tarde Javier habría acabado en el 'Ratón de Getaria', donde "es sabido que aquello que entra ya no se vuelve a recuperar"
Javier presentaba una hipotermia “bastante potente” y varios traumatismos y heridas en la espalda. Le trasladaron a puerto. Cinco minutos más tarde llegó una ambulancia de soporte vital avanzado (SVA) con Enfermería. Fue inmobilizado como medida preventiva.
“Fue muy importante el tiempo de respuesta. Fue rápido porque estábamos en la base de Getaria. Desde que llamó el amigo hasta que llegamos pasaron unos trece minutos, no más. Y en ese tiempo la corriente le había arrastrado unos 200 metros”.
Javier reconoce que en ningún momento perdió la consciencia. Al llegar a puerto, una ambulancia le trasladó al Hospital de Donostia. Él decía que no era necesario, pero insistieron en que había que hacerlo por protocolo. “Me metieron en la camilla, en calzoncillos y tapado con unas mantas térmicas. No tenía ningún golpe importante. Eso sí, en la espalda parece que me he peleado con un puma. Ahí sí que tengo una rozaduras importantes, pero vamos, que he tenido un ángel de la guarda”, reconoce.
Superó el chequeo médico en el hospital sin mayores contratiempos, y esa misma noche pudo regresar a su domicilio en su propio coche, que el amigo le había dejado aparcado en el hospital.
"Seguiré yendo a pescar"
Javier respira cuando se le pregunta qué va a hacer a partir de ahora. “Seguiré yendo a pescar porque es mi pasión”, confiesa. Ahora está bien, pero reconoce ha habido años “jodidos” en los que su salud mental pasaba horas bajas, y la pesca siempre salía a su rescate. “Es lo único que me motivaba para levantarme de la cama, lo que me ha salvado la vida”, la misma pasión que el domingo a punto estuvo de arrebatársela.
“Me ha pasado porque apuré hasta al anochecer; no hay que arriesgar por una puta lubina, un sargo o lo que sea”
Su madre se llevó un gran disgusto. Dice que la pobre no pudo ni dormir. “Me ha ocurrido porque apuré un poco hasta el anochecer, algo que no es muy conveniente hacer. No hay que apurar tanto. La verdad es que llevo muchos años yendo a pescar y muchas veces la confianza es casi peor que el hecho de ser principiante. Tuve mucha suerte porque, por casualidad, el otro día fui con un compañero del trabajo. Por él estoy vivo. Si llego a estar solo, o bien muero de hipotermia o aparezco en el ratón de Getaria, ya que me había quedado sin móvil”, reconoce.
“Que la gente, a poder ser, vaya a pescar acompañada y siempre deje en casa el aviso de la zona en la que se encuentra”
Los socorristas le recomendaron que se haga con un reloj inteligente de agua para poder dar el aviso en estos casos. Él ha tomado nota. “Me gusta ir solo a pescar porque me meto en mi mundo y me olvido de todo, pero es verdad que igual no es lo más adecuado”, admite. “Que la gente, a poder ser, vaya acompañada y siempre deje en casa el aviso de la zona en la que se encuentra”.
Una última recomendación: no ir nunca a las rocas con vadeador, esos pantalones que protegen del agua hasta la cintura o el pecho y que son habituales en la pesca de río. “Hay quien los lleva al mar, pero si te pilla una ola los pantalones se llenan de agua y ahí sí que te hundes sin remedio”. Insiste Javier en que, si es preciso, se lleve reloj inteligente para poder dar la señal de alerta. Lo que tiene claro es que “no hay que arriesgar por una puta lubina, un sargo o lo que sea”.
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