Llegó a Gipuzkoa con una etiqueta. Mohamed Fares fue un mena, ese acrónimo acuñado por amplios sectores de la sociedad para referirse a menores extranjeros no acompañados que llegan sin la protección de un adulto o familiar. Hay quien dicen que no es más que una forma de categorizar, ocultando en ocasiones el aspecto más humano. “Te ponen esa etiqueta como si fuéramos todos iguales”, lamenta este vecino de Hernani de 41 años, un menor que dejó de serlo para convertirse dos décadas después en un padre de familia que lleva más tiempo viviendo en Gipuzkoa que en su Marruecos natal. 

En un agitado contexto social en el que un sector de población parece vincular inmigración irregular con delincuencia, este periódico ha querido conocer de cerca el sentir de quienes son protagonistas de un complejo proceso de adaptación, y habitualmente no tienen voz en medio de la refriega dialéctica. “Me da rabia que por los errores que haya podido cometer una minoría se manche la imagen de todo el colectivo. Me da rabia que nos responsabilicen a todos de ello”, confiesa Fares, días después del enfrentamiento de concejales del PP con voluntarios, y la posterior decisión del Ayuntamiento de Donostia de prohibir, "por motivos de seguridad", el reparto de cenas a personas sin hogar del colectivo Kaleko Afari Solidarioak (KAS)

Fares llegó a Gipuzkoa con 16 años tras colarse en un barco como polizón y cubrir los casi 2.000 kilómetros que distan entre Casablanca y Marsella

Fares llegó a Gipuzkoa con 16 años, poniendo tierra de por medio al futuro incierto de su Marruecos natal. Se coló en un barco, y cubrió así como polizón los casi 2.000 kilómetros que distan entre Casablanca y Marsella. “Era un chaval que no tenía futuro y me tuve que buscar la vida. Elegí probar suerte con un barco mercante que transportaba camiones, y sin saber muy bien a dónde iba llegué a puerto”, rememora. 

Su llegada a Donostia

Sobre el papel, podía haber sido uno de tantos chavales condenados a la invisibilidad y a la exclusión social. De hecho, así se sintió en el primer centro de menores que pisó, en Valladolid, donde el trato no fue precisamente bueno, por lo que decidió un día coger el tren hasta Donostia. Lo hizo sin referencias y sin recursos, pero con buenas dosis de amor propio por abrirse paso ante la adversidad. 

Más de dos décadas después, Mohamed se visualiza así mismo a su llegada a Donostia. “No dominaba el idioma. Fui a donde los municipales y me dijeron que tenía que ir a un centro de menores, pero allí me mandaron de vuelta otra vez. Me decían que me tenía que traer la policía porque no había cumplido la mayoría de edad”, recuerda. 

Fue una época en la que Fares pasó por dos centros de menores, primero en Irun y después en Martutene. Tiempos en los que fue necesario un ejercicio de adaptación constante por parte de todos, usuarios, y también instituciones, que comenzaban a verse ante la necesidad de hacer frente a la nueva realidad que llegaba de la mano de chavales de origen extranjero. Tiempos en los que se sentó la base del sistema de acogida que se conoce actualmente. “Entre que no conocía bien el idioma ni tampoco la zona, en un principio prácticamente no sabía ni dónde estaba”, reconoce. 

"Nunca me ha faltado trabajo"

Eso sí, puso mucho de su parte. Estaba interesado en tomar clases de castellano. Se propuso estudiar también un curso de mecánico de automoción, aunque las plazas se habían agotado y tuvo que decantarse por la cocina. Desde entonces no se ha alejado de los fogones. “La verdad es que nunca me ha faltado trabajo. Por aquel entonces estudiaba cocina por las mañanas y castellano por la tarde. Tenía todo el día ocupado”, hasta que casi sin darse cuenta llegó el momento de pasar abruptamente de la infancia a la madurez

"Cuando la situación de exclusión se alarga en el tiempo, hay quien acaba perdiendo la cabeza o juntándose con otras personas que les llevan por mal camino"

Se convirtió así en uno de los primeros jóvenes en estrenar en Gipuzkoa el proyecto 'Acompaña' de Cruz Roja, que celebró el viernes su 25 aniversario. Encontró en este programa de ayuda a la emancipación el apoyo que necesitaba, y lo supo aprovechar.

Un sonriente Fares, junto a un compañero, en el estreno del primer piso de acogida de Cruz Roja, hace 23 años. N.G.

En una foto de la época se ve al joven en pose sonriente junto a un compañero de piso, ambos con el delantal de cocina, como anticipando lo que iba a ser su vida laboral. “Es una pena. Muchos jóvenes vienen aquí con la misma ilusión que lo hice yo en su día, con muchas ganas de abrirse paso, buscando un futuro. El problema es que cuando la situación de exclusión se alarga en el tiempo, hay quien acaba perdiendo la cabeza o juntándose con otras personas que les llevan por mal camino. En la calle acabas aprendiendo todo lo malo”, lamenta. 

Una oportunidad

Fares, que trabaja de cocinero en un restaurante de Astigarraga, vive actualmente en Hernani con su familia, viendo crecer a sus tres hijos nacidos en Gipuzkoa. “No me puedo quejar. Tengo familia, tengo trabajo, tengo casa. Creo que es muy importante señalar que a la gente que venimos de fuera hay que darle una oportunidad. A mí me la dieron, y llevo ya casi veinte años cotizados en Gipuzkoa. Aporto a la sociedad como cualquier otra persona nacida aquí: pago mis impuestos, pago la Seguridad Social, consumo y gasto como cualquier otro ciudadano, algo que es bueno para la economía del país. He venido a aportar sin esperar a que me den ninguna ayuda ni nada por el estilo. Siempre he trabajado”, recalca. 

La inmigración, sin embargo, repite como el principal problema de la ciudadanía, según el Barómetro de octubre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), con un 28,1% de menciones. “¿A la gente sólo le preocupa la inmigración? ¿Ahora mismo no es más preocupante el problema de la vivienda? Soy inmigrante y creo que no molesto a nadie. ¿A quién le puede estar molestando ahora mi presencia? Más preocupante me parece querer buscar una vivienda en Donostia y alrededores y no encontrar la manera de dar con un piso”. 

La imagen del colectivo

“Me da rabia que por los errores que haya podido cometer una minoría se manche la imagen de todo el colectivo. Me da rabia que nos responsabilicen a todos de ello. Si hay delincuentes reincidentes, que actúe la justicia, pero no creo que el resto tengamos que pagar por ello. Mis hijos han nacido aquí, pero siempre oyen comentarios negativos hacia nosotros, eso de que "han pillado a un moro robando". Y ellos me preguntan que por qué hay marroquíes que roban, o se pelean. Y yo les intento explicar que sólo llega a hacerlo una pequeña parte de los casi 900.000 marroquíes que viven en España. La sociedad debería ver que es la gran mayoría de todas esas personas las que están ayudando a levantar el país. Siempre se destaca algo malo, es como si la gente no viera, o no quisiera ver, todo lo bueno que hacen”, dice este vecino de Hernani. 

Ahora, pese a haber obtenido la nacionalidad española, Fares sabe lo que es sentirse rechazado al buscar una vivienda. “Ocurrió hace unos años. Teníamos apalabrado el piso, y cuando quedamos con la de la agencia para firmar el contrato, la dueña se echó para atrás al saber que era de Marruecos. La chica de la agencia, que me conocía desde hace tiempo me dijo que lo sentía mucho, y que después de lo ocurrido iba a dejar de buscar inquilinos para esa propietaria. Yo tenía mi trabajo indefinido, le iba a pagar sin problemas”. Al final, dice Fares, “está claro que la que perdió fue ella”.