Hay quienes cogen el coche o un avión y se instalan en la playa y quienes prefieren recorrer el mundo acumulando kilómetros entre pecho y espalda. Es el caso de Goizane, Adolfo e Iñigo, que han optado por un autobús de dos plantas, una ambulancia y un camión tanto para trasladarse en sus viajes como para dormir. Lo que viene a ser carretera y manta, pero en sentido literal.

Goizane Azkunaga: Viaja en bus reconvertido a hotel

“Dormimos caliente, nos cocinan y hacen de guías”

Tras aclimatarse en Euskadi, Goizane Azkunaga emprendió este verano un viaje rumbo a Islandia con su gorro de lana y su forro polar. “Durante el día hace 10 grados, pero el viento puede bajar la sensación térmica”, explica esta viajera, que este año ha cambiado sus vacaciones habituales en la costa mediterránea por este inusual destino. Puestos a innovar, no se ha quedado corta. De hecho, ha efectuado su periplo por el sur del país en un autobús reconvertido en hotel rodante, donde se ha alojado con una amiga y otros doce pasajeros, además de los dos conductores. “Me ha sorprendido, sobre todo, la comodidad porque, aparte de que tenemos un sitio caliente para dormir, nos llevan, nos cocinan y nos hacen de guías”, detallaba en plena ruta.

En sus 13 metros de largo y 4 de alto este vehículo de dos pisos alberga un salón comedor con cuatro mesas, una cocina, un cuarto de baño, un mirador para disfrutar de las vistas y 16 camas con cortina y ventana al exterior. “Yo estoy durmiendo bien. Hacemos rutas de 12 o 15 kilómetros y al final estás cansado. Tenemos cada uno nuestro cajón para dejar nuestras cosas y no he sentido que tenga falta de intimidad. Es lo mismo que si vas a un albergue. Además, las noches las pasamos dentro del autobús, pero estacionados en un camping, y nos duchamos allí”, aclara. Aunque la experiencia no le ha resultado claustrofóbica, advierte que no es aconsejable para almas solitarias. “Tienes que venir con la mente abierta y tener claro que vas a estar conviviendo con personas y que te tienes que adaptar. No vas a venir de viaje de luna de miel, pero para visitar Islandia recomendaría esta opción sin ninguna duda”, asegura Goizane, que tiene 36 años y comparte trayecto con viajeros de 17 a 70 años. “Hay amigos, padres con hijos, personas solas... No es un tema de edad, sino de tener actitud. Como no hay asientos asignados, nos alternamos para irnos conociendo”, dice.

Tras disfrutar de paisajes impresionantes –“Cuando parece que no te puedes sorprender más, hay más y más”–, los viajeros reponen fuerzas en el hotel rodante, donde no hay bufé ni carta, pero se desayuna, come y cena “fenomenal”. “Viajas a mesa puesta. Lo cocinan todo ellos y se come muy bien. Nos están haciendo legumbres, pasta, ensaladas, pescado... Hay un plato cada día, además de fruta y lácteos”, afirma. Para conservar todos estos alimentos, el autobús dispone de un par de neveras y un congelador y cuenta también con otros electrodomésticos, como una lavadora secadora, microondas, cafetera, tostadora...

Además de no tener que deshacer y hacer la maleta cada noche, otra de las ventajas de viajar en un hotel rodante es que, “como no tienes nada reservado, van cambiando de planes en función del tiempo que haga”, destaca Goizane, encantada con su aventura. “Por el formato y por donde estoy puede ser uno de los viajes de mi vida, sin duda”, aventura.

Adolfo Morales: Recorre el mundo en ambulancia

“Yo hago al revés, vengo a Euskadi a desconectar”

No es por llevar la contraria, pero Adolfo Morales, “Fito para los colegas”, veranea a contracorriente. “Yo hago al revés, vengo a Euskadi a desconectar, que al final es lo que la gente hace cuando se va a Benidorm”, cuenta este ingeniero reinventado en viajero y creador de contenido, que ha estado nueve meses recorriendo Oriente Medio en la ambulancia camperizada donde vive y se ha tomado unas semanas de relax: “He venido con mucha ilusión a estar con mi gente. Vivimos en un paraíso, tenemos una suerte del copón”.

Licenciado en Ingeniería mecánica, Fito llegó a simultanear cuatro empleos “74 horas a la semana” para sufragarse un máster en EEUU, que “era el camino que se suponía que tenía que recorrer”, pero en el último momento decidió desviarse y tomar un atajo hacia su felicidad. En este cambio de rumbo vital tuvo mucho que ver el repentino fallecimiento de su padre: “Estás hablando con él y está todo perfecto y en cinco minutos cambia. Es la leche. Su muerte me dio el empujón a decir: La vida es ahora, ¿qué te motiva, que quieres hacer?”.

Aficionado a viajar, la respuesta estaba clara, así que en 2021 se mudó a su “suite sobre ruedas” y empezó a recorrer Europa. Que lo hiciera en una ambulancia fue casual. Acotó su búsqueda a 10.000 euros de presupuesto y le salió La Hippisténica, que es como la ha bautizado. “Del rollo jipi me gusta lo de conectar con la naturaleza, pero creo que hay que tener un pie metido en la sociedad para poder elegir en qué lado quieres estar. Como hacía calistenia en la furgo, de ahí lo de calisténica”, termina por explicar el apodo. Por la camilla, “120 kilos de puro hierro”, le dieron 20 euros y con varios retoques se convirtió en su nuevo hogar. En el suyo y en el de sus dos mascotas, Zarpas, la gata que sus amigos se encontraron en una gasolinera, y Txutxi, el perro que se les unió en una ruta en Montenegro. “Cuando subo a la montaña tengo que cargar con más peso: su camping, la comida, un saco extra... Desde fuera parece irresponsable, pero yo lo miro todo bien y lo hago con sentido para que ellos también lo disfruten. Yo veo a mi gata y mi perro y son felices”, afirma.

Viajar en esas condiciones, que “son muy perroflauta”, le hace a Fito valorar “cosas pequeñas” como “una ducha o tomar un café con alguien en tu propio idioma”. De su periplo por Oriente Medio destaca Arabia Saudí, “un país con sitios espectaculares que, además, están vacíos”. Un desierto “bestial y superbonito”, un volcán “con un cráter de 3 kilómetros de diámetro”, en el que apenas había una decena de personas, “dos de ellas sauditas tomando un té”, unas islas rodeadas de agua turquesa... “Te pasaban la furgo en barco e ibas por caminos de tierra viendo gacelas, pelícanos... Las playas eran impresionantes, había pescadores entrando al agua con las redes... Muy virgen todo”, se recrea. Tampoco faltaron las experiencias negativas. “En Irán e Irak me entraron tres tíos y uno me agarró de mis partes. No fue nada agradable”, recuerda. Para compensar, comparte una anécdota que le ocurrió en la frontera de Jordania con Israel. “Estaban revisando mi furgo y Zarpis se escapó. Imagínate, en mitad de una frontera, todo peña armada, y yo cinco minutos detrás de la gata. Se partían de risa. Por lo menos no me dijeron: Oye, chaval, si pasas por esa puerta te pegamos un tiro”, relata, a sus 28 años, con otros muchos destinos por explorar: Noruega, el norte de África en bicicleta, Kirguistán...

El donostiarra Iñigo Mendia, sentado en el sofá, con la cocina de fondo, dentro del camión donde vive.

Iñigo Mendia: Vive viajando en un camión

“En seis años he cogido vacaciones solo una vez”

Desde su sofá, el donostiarra Iñigo Mendia ha visto, por poner un ejemplo, “auroras boreales en una playa de arena blanca y montañas enormes en Noruega, que es una combinación imbatible”. La diferencia con el resto de los mortales es que él no las ha contemplado en la pantalla de la televisión, sino a través de las ventanas del camión en el que vive, después de haber jubilado la furgoneta. “Desde 2018 hasta ahora he recorrido prácticamente todos los países de Europa”, apunta este viajero y podcaster, que “vuelve a Donostia todos los años, como mínimo en navidades”, para ver a la familia y los amigos y no perderse Santo Tomás y la Tamborrada. “Pero suelo estar con el ordenador y tengo trabajo. Creo que en estos seis años me he cogido vacaciones una vez solamente”, puntualiza. De volver a hacerlo, dice que le gustaría mucho ir a Brasil o Hawái.

Desde Málaga, donde está sacándose el carné de moto, porque piensa mudarse a un camión más grande y llevar una, Iñigo cuenta por qué dejó atrás sus empleos en Fnac y tiendas de telefonía móvil para traviajar y cómo los turistas que acogía gratuitamente en su casa le abrieron los ojos. “Me di cuenta de que muchos vivían viajando y siempre me ponía excusas: él puede porque tiene una empresa de marketing, él porque trabaja en granjas... Al final me decidí porque si no lo hago ahora, igual luego me caso, tengo hijos o tengo que cuidar a mi aita”, dice.

Hacerse con un camión y habilitarlo como vivienda puede costar de 12.000 a 40.000 euros, en función del tamaño, el kilometraje, el equipamiento, si lo camperiza uno mismo o un taller... Iñigo se decantó por la segunda opción y a su hogar rodante, de 9 metros cuadrados, no le falta un detalle. “Tiene ocho ventanas, horno, chimenea, un buen equipo eléctrico...”, detalla este viajero de 38 años, cuyo próximo destino será Marruecos. “Me han dicho: Seguro que tus padres están forrados o seguro que vives de ayudas, pero yo, además de trabajar, tengo contratadas a tres personas”, aclara.

Si se le pregunta por algún percance, no se va muy lejos. “En Barcelona escuché un ruido muy fuerte, pensé que había explotado una bombona y me habían reventado con una piedra la luna de delante”, explica. Entre lo más curioso rescata aquella vez que “subió la marea en una playa de Gales, estaba trabajando dentro de la furgoneta y de repente me di cuenta que el agua había llegado a las cuatro ruedas. Tuve que esperar a que bajase la marea con sangre fría”. En el pantano de Yesa se quedó “enganchado con el camión en un barrizal” y tuvo que llamar a una grúa. Gajes del viajero, que compensa con “la libertad de poder estar donde quieras cuando quieras”.