Lunes 10 de julio

Me encuentro con Conchi, discreta, eficaz y leal colaboradora de mi época laboral. Debe beber de la fuente de la eterna juventud, pero no me desvela si se encuentra en Oñatz, barrio de su Azpeitia natal o en Zarautz, su villa de adopción. Me hace ilusión saludarle. La tarde no podía comenzar mejor.

A Pamplona

Un año más, acudo a Iruña invitado por mi compañero y sin embargo amigo Blas, a pasar una tarde de toros, merendar y gozar una pizca del ambiente festivo.

Hemos quedado en la cochambrosa Estación de Autobuses. En un fotomatón, reconvertido en Mohamed Boutique, tres moritos han instalado su garito para el trapicheo. Y eso que, durante la campaña, nos aseguraron que era una zona muy vigilada. La terminal es uno de los fracasos del odonato. Tras marearnos durante años, con sus ubicaciones y la dichosa intermodal, gastando dinero público y ajeno. Incómoda, pequeña desde el día de su inauguración, con aspecto de permanente suciedad e inseguridad y una cafetería sauna, en la que hay que formar cola para que, unas empleadas displicentes te atiendan, como si de un economato soviético se tratara.

Accedemos a una de los tres Roncalesas de sesenta plazas que desplazarán a un contingente, mayoritariamente juvenil, limpitos y vestidos para la ocasión. El número del asiento es orientativo. Cada uno se sienta dónde quiere, dando comienzo a la anarquía sanferminera.

Al inicio de la autovía, un muchacho de buen aspecto, se dirige angustiado al chófer para, respetuosamente, preguntarle si funciona el servicio. Está clausurado. Incomprensible. Tenía que haber montado con los deberes hechos, como le recuerdan los de su cuadrilla. No es el caso. Su compañero de asiento, periódicamente consulta el móvil y le informa sobre el tiempo que falta para llegar a destino. El protagonista, situado justo en la fila posterior a la nuestra, ensaya diferentes posturas. Las féminas del entorno, acostumbradas desde niñas a aguantar las ganas, sonríen.

El ambiente festivo del bus, anima con todo tipo de propuestas y posibles soluciones para tan incómoda situación. Uno, sugiere miccione en las escaleras de salida ubicadas en la mitad del vehículo, porque, para cuando lleguemos, afirma con criterio técnico, ya se habrá secado y el posible olor lo socializamos. Incluso hay quienes, solidariamente, se ofrecen para hacer de cortina humana, si el pudor le impide relajarse. No me parece descabellado. Otro, ofrece una botella de agua vacía. El muchacho agradecido, manifiesta que no le cabe y que la tesitura no se presta a afinar la puntería. La carcajada de los viajeros es general. Antes, cuando había mili, eran los de Artillería los que tenían fama de gran calibre, aunque, doy fe, que los de Caballería no nos quedábamos atrás, en lo que a envergaduras se refiere. Pero esta chavalería, afortunadamente, no sabe de tamañas sutilezas castrenses. Lamento que, después de haber dudado entre unos zapatos de verano y unas alpargatas, haya optado por las segundas, porque si se alivia en el asiento, como es de prever, seré el primer afectado por la copiosa riada y el espacio entre asientos, no favorece las contorsiones.

Ya sólo faltan diez minutos, le comenta su amigo con aire tranquilizador. Lo que el Google no le informa es de la existencia de un control de la “madera” a la entrada de la ciudad y que, los numerosos semáforos hasta llegar al destino, los pillaremos en rojo.

Accedemos a una estación de autobuses digna, moderna, luminosa, espaciosa, propia del siglo XXI. Nada que ver con la que dejamos en Donostia. Le recomendamos al joven, cuya vejiga debe de estar a punto de estallar, se acerque a la puerta de salida, antes que un cojo bastante mayor y torpe que viaja en la fila cuarta, dificulte la evacuación del bus. El mozo accede, soportando la bronca del conductor que le recuerda que, nadie debe moverse hasta que el vehículo detenga su marcha.

En cuando abre la puerta, desciende raudo, pero, aún debe sufrir por unos segundos, el olisqueo del belga malinois policial, a la caza de hachís, que, compadeciéndose de su situación, apenas le presta atención, para dirigirse corriendo al fondo a la derecha.

Fuente Ymbro

La ganadería gaditana de encaste Jandilla, es propiedad de Ricardo Gallardo, persona afable y sencilla con la que compartimos mesa, mantel y canciones en la logroñesa sociedad La Becada hace unos años. Dicen que comenzó de guardia civil, para pasar a la construcción de contratista, luego a la industria del mueble en Córdoba y en 1996 formó la ganadería que ha adquirido notable prestigio. A mí también me habría gustado tener mi propia ganadería de bravo y cerdos ibéricos que aprovecharan bellotas y rastrojos, aunque nunca pensé en hacerme picoleto y, a estas alturas, me temo que sea un poco tarde.

Toros muy bien presentados que fueron protagonistas de uno de los encierros más bonitos de los últimos años. En el coso, tuvieron un comportamiento desigual, salvo el primero, un jabonero -capa de color blanco sucio- que dio juego y permitió lucirse al matador.

La plaza pamplonesa se caracteriza por el ruido ensordecedor en los tendidos de sol, que impiden al respetable de sombra, formado por gentes de orden, escuchar los pasodobles que interpreta La Pamplonesa, que se arrancó con Amparito Roca, trasladándome por un momento a Zestoa, cuya banda y público, debo admitirlo, le ponen mucho más sentimiento. Por lo demás, los cánticos de la mocina bullanguera apenas han sufrido modificaciones en los últimos cincuenta años: La chica yeye, el rey y la melodía de eurovisión. Como novedad, la del miedo que les dan las tetas. Hubo algunos gritos fuera de lugar, de los que utilizan las extremas, derecha e izquierda. Se repartieron inmerecidas orejas, como si no hubiera un mañana, para premiar unas estocadas fulminantes, de libro. Una bonita tarde.

Hoy, domingo

Tomate de Getaria en ensalada. Rabo de toro en salsa de vino tinto. Fresas con helado de yogur. Vino rosado Gran Feudo. Agua del Añarbe. Infusiones. Petis fours.