Comunicarse es un hecho inherente al ser humano. De hecho, lo es a prácticamente cualquier ser vivo. Lo que cambia es la forma y los mecanismos que se utilizan para lograr que se transmita la información. Obviamente, a nadie se le escapa que es el ser humano quien ha logrado hacer evolucionar, más y mejor, los canales de comunicación, utilizando cada vez sistemas más inteligentes, rápidos y complejos. Entre aquellas conversaciones a través de gruñidos y gestos de los primeros homínidos y los debates de retórica de la Grecia clásica, el salto es evidente. No digamos ya, entre las largas jornadas cabalgando por las calzadas del sistema postal romano y la inmediatez que proporcionó la extensión de las redes telegráficas. Por no hablar de la sustitución de la telefonía fija por la maraña de satélites que interconecta nuestros teléfonos móviles…

Es, precisamente, el actual sistema de comunicación digital el que nos está aportando las mayores oportunidades para comunicarnos. Ya no importa desde dónde y hasta dónde se emita, ya es irrelevante el tiempo necesario para que el mensaje llegue, no hay límite para el formato y la cantidad de información que se envíe… Y tal vez sea esta misma oportunidad la que supone, al mismo tiempo, un riesgo. Porque, casi con toda seguridad, no somos plenamente conscientes de todo lo que implica la disponibilidad permanente del sistema de telefonía, ni de la responsabilidad que conlleva el uso de los dispositivos móviles… ¿Sabemos dónde se almacena aquella irrelevante foto que hicimos ayer y que compartimos con todos nuestros contactos…? ¿Conocemos hasta cuándo se guarda ese meme que nos ha llegado desde diferentes teléfonos de amigos y conocidos, y que, a su vez, nosotros hemos reenviado a toda nuestra agenda? ¿Comprendemos las derivadas de difundir las imágenes de la ropa que vestimos cada día, la comida que consumimos, los paisajes que contemplamos o la música que escuchamos? Porque esas consecuencias existen y, más allá del empleo de materiales físicos y recursos humanos, implica un consumo de energía sin precedentes, lo cual, en el contexto de cambio climático en el que nos encontramos, conlleva, como mínimo, una pausa para la reflexión.

"El hecho de comunicar se convierte en un acto de responsabilidad personal, en un compromiso de toma de conciencia sobre las derivadas de algo, en apariencia, tan irrelevante como enviar y recibir información"

Las comunicaciones digitales, las importantes y las irrelevantes, requieren de una impresionante red de conexiones denominada “la nube”. Sin embargo, contrariamente a lo que este concepto parece indicar, de etéreo tiene más bien poco, pues requiere de infinidad de procesadores de datos, nodos de transmisión y servidores donde alojar los archivos, conocidos como centros de datos, cada vez más densos y numerosos…. Y que hay que alimentar para que funcionen las 24 horas del día.

De acuerdo con el estudio Recalibrating global data center energy-use estimates, publicado en la revista Science en 2018, en esa fecha, los servidores de datos llegaban a consumir en una hora del orden de 205 teravatios de electricidad, lo que era equivalente al 1% de la que consumía todo el mundo en un año. Si tenemos en cuenta que la actividad computacional de los servidores de datos se quintuplicó entre 2010 y 2018, de acuerdo con los datos que proporciona el Aspen Global Change Institute, con toda probabilidad y pese a que los sistemas han mejorado en eficiencia, en la actualidad el costo energético del sistema habrá crecido exponencialmente.

De hecho, un estudio de 2020 de la Comisión de Asuntos Económicos y Transformación Digital del Senado concluyó que solo el mantenimiento de la red de telefonía móvil produce al año 460 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, entre el procesado de datos y la refrigeración de los equipos informáticos. Y es que, en este asunto, no solo es relevante la cantidad de energía consumida, sino el origen de esta energía.

En este sentido, la investigación de Greenpeace Clicking Clean Virginia. The Dirty Energy Powering Data Center Alley, publicada en 2019, señalaba que el uso de energías procedentes de fuentes renovables en las grandes compañías poseedoras de servidores era muy baja: un 4% en Google, un 34% en Microsoft, un 37% en Facebook

“El uso cada vez más intenso que hacemos de los sistemas de comunicación digital no hace sino aumentar, y con él, la cantidad de energía necesaria para sustentar los sistemas”

Así pues, nunca antes comunicar fue tan sencillo… ni tan contaminante. El uso cada vez más intenso que hacemos de los sistemas de comunicación digital no hace sino aumentar, y con él, la cantidad de energía necesaria para sustentar los sistemas. Y pese a que la electrónica se diseña con criterios de eficiencia y a que las compañías proclaman su apuesta por el uso de energías limpias, los resultados de los estudios no apuntan en esa dirección. 

Así pues, en un contexto de lucha activa contra el cambio climático y sus consecuencias, el hecho de comunicar se convierte en un acto de responsabilidad personal, en un compromiso de toma de conciencia sobre las derivadas de algo, en apariencia, tan irrelevante como enviar y recibir información…

Por eso, si quieres interesarte por cómo me va la vida, prefiero que quedemos un día para charlar a que me envíes todas esas coloridas imágenes con mensajes positivos y musiquilla relajante. Yo te lo agradeceré, y el planeta, si pudiera, también.