El caso de Rashid, uno de sus personajes, resulta muy elocuente, al no tener dónde obedecer las órdenes del Estado de Alarma. ¿Qué recuerda de aquellos días tan inciertos para las personas sin hogar?

La pandemia nos puso a todos en una situación de fragilidad, pero aquellos que ya vivían anteriormente esa situación la padecieron doblemente: no tener dónde confinarse. Qué triste que se tenga que llegar a una situación así para advertir que hay personas que no tienen casa. Como aspecto positivo, fue una experiencia muy bestia para colocarnos en una situación de proximidad. No digo igualdad, pero sí proximidad. Todos vivíamos encerrados, cada uno con sus circunstancias. Fueron días de estupor. En este mundo tan efímero, de repente estábamos todos en casa sin saber muy bien qué hacer.

¿Y que queda de todo aquello?

Se planteó una ocasión espléndida para repensar las cosas, para reflexionar sobre la solidaridad entre las personas. Se hablaba por aquel entonces de que de esta saldríamos mejor, y hemos salido bastante peor de lo que ya estábamos antes. Una situación excepcional que no hemos sabido aprovechar.

¿Por qué?

La salida de la pandemia ha sido abrupta, con un deseo de salir cuanto antes para olvidarnos de lo ocurrido y volver a vivir la vida. El problema es que nos hemos puesto a vivir la vida sin mirarla de frente. El filósofo Daniel Innerarity comentaba el otro día que es imposible estar bien cuando el de al lado tuyo está mal. Sigue faltando empatía, y echar una mano al de al lado.

El de al lado no está bien, y quizá nosotros tampoco. ¿Esa huida hacia adelante para olvidar cuanto antes la pandemia tiene que ver también con el deseo de no mirarse a uno mismo?

Claro, y además es algo muy masculino, en el mal sentido de la expresión. Si nos encontramos mal, nuestra reacción es la huida hacia adelante, sin pararnos a buscar ese amigo que te escucha y al que escuchas. Las mujeres en ese sentido nos llevan varias generaciones de ventaja. Evidentemente, tenemos que estar bien para poder echar una mano al de al lado. Y no se trata de hacerlo al revés, es decir, de echar una mano para estar yo bien. Como decía el otro día el escritor Santiago Alba Rico, hay que reivindicar la ingenuidad.

¿En qué sentido?

En el sentido de dar importancia a todos esos pequeños actos de nuestro día a día que hacen posible que el género humano siga existiendo: cambiar el pañal a un niño, podar un árbol o llevar la compra a una señora que no puede salir de casa. Pequeños gestos sin ninguna ideología política detrás. Solo es sentido común. Empatía. Solidaridad.

'Universos Paralelos': el valor de las pequeñas cosas

Algo que, de alguna manera, reivindica en ‘Universos Paralelos’.

Al menos, lo he intentado con historias y pequeñas metáforas que pueden permitir que cada uno se sienta reflejado. El valor del aplauso, el chico que le lleva fresas a su madre porque sabe que le gustan, la alegría que siente Luciana, una ecuatoriana que se quita un tapón del oído y puede escuchar el latino de su corazón, lo que le hace sentirse viva en medio de la pandemia. Pequeñas cosas que hacen que el ser humano pueda seguir existiendo, más allá de todos esos enemigos que cada uno puede tener en su interior.

Karlos Ordonez Javier Colmenero

Imaginemos futuros posibles. ¿Ve al argelino Rachid algún día como candidato a la alcaldía de una ciudad como Donostia?

Es evidente que, hoy por hoy, no. En un futuro hipotético, quién sabe. El relato de Rachid es de los pocos que está basado en hechos reales. El caso de un chaval que iba en bici y fue atropellado por un coche que se dio a la fuga. La víctima se convirtió en victimario por el mero hecho de ser de otro origen. Hasta tal punto, que la policía le llegó a decir que colaborara para que no le aplicaran la Ley de Extranjería. Hoy por hoy Rachid no podría ser alcalde de Donostia. La inclusión y la acogida tienen todavía largo recorrido por delante.

¿Cómo andamos de tolerancia, usted que trabaja en SOS Racismo?

De entrada, tolerancia es un término que no me gusta. No se trata de tolerar, sino de reconocernos. No hay culturas mejores o peores sino diferentes tipos de culturas. No hay sociedades ni culturas puras que nos hagan plantearnos al diferente en clave de tolerancia. Lo fundamental es el encuentro, la acogida, el trabajo por la inclusión. Y no solo para que estas personas se incluyan en nuestra sociedad, sino también para hacer lo propio nosotros en esa suma de culturas que es el mestizaje. Todo un reto. En Euskadi no se está haciendo mal, pero queda un largo camino. Hay sectores de la administración que trabajan de manera interesante, aunque existe un elemento muy negativo, como es todo ese tema de los rumores y prejuicios.

Algo que también refleja el cuento de Rachid.

Sí. Esa señora del chiguagua que lo primero que ve en el joven es un delincuente, sin preguntar nada más, cuando lo que le ha ocurrido al joven es que le han atropellado. Por eso digo que no es imposible que un joven como Rachid pudiera llegar a ser alcalde de Donostia, pero todavía hace falta bastante para ese escenario. En todo caso, independientemente de su nacionalidad, lo relevante es que la persona candidata reúna las cualidades necesarias para gestionar la ciudad adecuadamente. Lo demás sería simbólico, anecdótico, quedarnos en lo exótico.

La soledad de familias monomarentales

La soledad es otra constante en los personajes de libro, como la que padece Ester.

Sí, la pobre Ester vive encerrada durante el confinamiento con sus dos hijas y con ese robot que se convierte casi en el cuarto miembro de la familia. Representa, de alguna manera, la lucha de tantas familias monomarentales invisibilizadas. Ligado a ello está la soledad digital. Hay jóvenes que creen haber encontrado en lo digital a un amigo o amiga y, a pesar de sus bondades, no deja de ser una relación dependencia.

¿Vivimos en ‘Universos paralelos’, como ha titulado el libro?

El título debería haber sido Universos paralelos que a veces se cruzan y crean nuevos universos. Pero, claro está, era demasiado largo (sonríe). Lo importante es subrayar que esos universos que han estado paralelos y que no se han podido ver, se pueden llegar a cruzar. A partir de ahí se generan nuevas realidades.

Le suelo ver frecuentemente camino de casa, en ese bidegorri de La Concha de trabajadores de Glovo que van y vienen con la caja amarilla a las espaldas. ¿Qué piensa cuando les ve?

Es un sentimiento contradictorio. Por un lado indignación, pero a su vez muchísimo respeto. Lo más preocupante es que se normalice esa precariedad. Que nos acostumbremos a que la juventud trabaje por una mierda. Es bastante peligroso. No sé si los sindicatos son hoy en día la mejor herramienta, pero el esfuerzo debe estar dirigido precisamente en no normalizar esas condiciones de trabajo tan penosas. No puede ser que haya tanta gente pobre a pesar de trabajar.