Eijer Olano tiene 17 años y Garazi González, 26. Eijer quiere llegar a ser enfermera y Garazi es farmacéutica, porque ambas tenían claro que querían cursar estudios del ámbito de sanitario. En ello tiene que ver, y las dos jóvenes así lo entienden, el hecho de que ambas fueron diagnosticadas de cáncer cuando tenían nueve años.

Hace ya mucho tiempo que los duros tratamientos quedaron atrás, pero no se olvidan y de aquella experiencia hablan con NOTICIASDEGIPUZKOA en la sede de Aspanogi.

El diagnóstico de Eijer Olano llegó en 2015. Recuerda que fue en marzo. Tras pasar un fin de semana con sus primos comenzó a sentirse mal y así se lo dijo a sus padres. Tenía mala cara ya al mediodía y a la noche empezaron los vómitos. Subieron al hospital y enseguida, tras una analítica, supieron que lo que tenía era cáncer.

“Estoy bien, hago vida normal pero hay cosas que se han quedado por el camino”, afirma esta joven que reconoce que le ha costado comenzar a hablar de lo vivido, aunque los encuentros con jóvenes de Aspanogi que superaron circunstancias similares le han ayudado.

A la misma edad que Eijer supo Garazi que tenía cáncer en el año 2007. “Tuve dos tumores distintos. Inicialmente creyeron que tenía metástasis pero finalmente se descartó”, explica.

Un día se tocó cerca de la oreja y notó que tenía un bulto. Junto a sus padres acudió al médico aunque, en el caso de Garazi, el diagnóstico tardó más en llegar. “Al principio decían que era un ganglio, que tenía una infección y así pasamos meses. Me derivaron a otro médico que coincidió con este diagnóstico, y lo atribuyó a alguna infección por una caries que yo no había tenido”, evoca.

Pero se cruzó cierto componente de suerte, por lo menos a la hora de obtener el diagnóstico correcto. El dentista al que Garazi acudía de forma particular estaba realizando una suplencia en su centro de salud. Con él acudieron al pediatra, que insistía en la valoración de infección. Por contra, el dentista tenía claro que nunca había hallado una caries en la boca de Garazi y esa insistencia, junto a la de la madre, consiguió que otra especialista nada más tocarle asegurara: “Está muy claro, es un tumor”.

No recuerda la cara de su madre, sí que a ella lo del tumor le sonaba a chino. Y no fue uno, sino dos. En las sucesivas revisiones le encontraron otro en la faringe. No era metástasis pero uno de los tumores, tras serle extirpados los dos, resultó ser muy agresivo.  

Estos son los dos momentos de los diagnósticos, que en el caso de Garazi se demoró meses. Después llegaron los tratamientos, que “en cada caso son diferentes”. 

Eijer Olano pasó en torno a medio año en tratamiento. “Mientras lo estaba recibiendo no estaba nada bien y se retrasó el tema escolar. Estuve un año más sin ir a clase”.

Garazi tardó menos en volver, en torno a un año, tras recibir quimioterapia y radioterapia entre septiembre y febrero. Mientras, recibió clases en casa y consiguió no perder el curso.

Eijer también lo logró pese a la oposición de uno de sus docentes, que quería que repitiera. Tenía solo 9 años. Su madre se reunió con responsables del centro y finalmente logró que no perdiera el curso.

“Estoy bien y hago vida totalmente normal, pero hay cosas que se quedaron por el camino"

Eijer Olano - Joven que superó un cáncer infantil

Lo que sí perdieron fueron meses de vivir su infancia con normalidad. Garazi González recuerda que preguntaba a su madre por los motivos por los que estaba ingresada “si yo no tenía nada”. “Mi madre me preguntaba: Pero, ¿sabes lo que tienes? y yo le respondía ufana que sí, que dos tumores. No entendía qué era y me dijo que era cáncer”.

Entonces llegó la pregunta que estas dos jóvenes, entonces niñas, plantearon a sus madres y padres: “¿me voy a morir?”. En ambos casos les explicaron que no, que había que pelear, que había un tratamiento. Así ha sido.

“Yo después de esta respuesta me quedé tranquila, seguí yendo a mis revisiones y punto”, señala Garazi Gónzalez que, reconoce, fue consciente después de lo que su enfermedad supuso en su entorno.

Tampoco Eijer, algo lógico por su corta edad, fue muy consciente de lo que ocurría. Sus padres comenzaron, poco a poco, a explicarle lo que quedaba por delante. “Se te irá cayendo el pelo y te sentirás mal, pero con la quimio se tratará de curar tu enfermedad. Pasarás un tiempo en el hospital”, le dijeron. 

Años después, al abordar el tema, cuando se les pregunta, no hacen la misma valoración, porque la forma en la que las personas y las familias sobrellevan el diagnóstico del cáncer es diferente.

De ahí que Aspanogi afrontara el Mes de Sensibilización del Cáncer Infantil, septiembre, con la campaña Menos Típicos: Un intento de dejar claro que cada familia recibe el diagnóstico y plantea su día a día posterior de forma muy diferente. 

Hablar de la enfermedad

Recientemente Aspanogi organizó un encuentro entre jóvenes que pasaron cáncer en su infancia, cita que les dio la oportunidad de compartir experiencias.

Eijer reconoce que “muchas veces” se le hace duro hablar de la enfermedad. “Te vuelven a la memoria las cosas malas que pasaste”. “Se me hacía difícil, pero cada vez me está resultando más sencillo hablar del tema”, añade.

Garazi González está ya “en otra etapa”, porque han pasado más de quince años. “Ahora solo pienso en las cosas buenas que me ha traído. En Aspanogi hemos creado un grupo y cuatro o cinco que nos hemos hecho súper amigos y quedamos de vez en cuando”.

“Si no me gusta hablar del tema es por la reacción de la gente, que pone cara de pena”

Garazi González - Joven que superó un cáncer infantil

Pero, admite, si por algo no le gusta sacar el tema es “por la reacción de la gente”. “Siempre ponen cara de pena, tono de pena. Y lo mejor es cuando te dicen eso de pues parece que no lo has pasado”, abunda. “A veces me cuesta hablar del tema, pero no por mí, sino por la reacción del resto de las personas. Tengo 26 años y más la mitad de mi vida ha estado relacionada con el cáncer que pasé. No es nada malo”.

Tanto Garazi como Eijer pasaron en torno a seis meses en tratamiento, aunque arrastraron por más tiempo las consecuencias del mismo. Garazi señala que en su día incluso le dijeron “que había admitido muy bien” la dura terapia, pese a la agresividad de uno de sus tumores.

Las amistades

Fueron momentos difíciles también para mantener la relación con las amistades. “Durante este tiempo no tuve mucho trato, porque te recomendaban que no te juntaras con la gente por no tener defensas”, explica Garazi que, por contra, asegura que su madre sí recibió llamadas de las madres de sus amigas y “ahora son ellas las que son amigas”.

“Como no podían venir a casa, mi padre me acercaba cada viernes a la escuela y así veía a mis amigas”, recuerda. Cuando finalizó la quimioterapia, aún sin cabello, empezó a juntarse con gente pese a que admite que “le costaba mucho” acudir a los sitios sin pelo.

Eijer sí tuvo una oportunidad de juntarse con sus amigas en esos meses duros. “Cumplí diez años estando ingresada y me mandaron a casa el fin de semana, recomendándome que tuviera cuidado”, añade. Pese a todo, su madre y su padre quisieron darle una sorpresa e invitaron a dos amigas a casa. “Por lo menos pasamos un buen rato”, apostilla.

Reunirse con personas que han pasado trances similares ayuda. Lo dice Eijer: “Contar lo que he pasado a personas que lo han pasado y que entienden lo que he sentido me ha ayudado mucho”. Y es que, coinciden, no es lo mismo compartirlo con amigos que no lo han vivido.

“Con los amigos de Apanogi puedes compartir algo que ha sido muy importante durante años”, destaca Garazi . “Llegamos a bromear con frases como, ¿Que has pasado eso? Bah, pues no es nada comparando con esto y esto otro que pasé yo. Si nos hubiera oído gente de fuera pensaría que estamos locos. Pero nosotros simplificamos lo pasado. Éramos niñas y lo hemos superado”, reproducen entre risas.