En casa no lo pueden hacer, no sacan el tema, porque a sus familiares se les sigue haciendo muy duro. “Mi hermano no lo ha podido superar, no puede hablar de ello. Es 20 años mayor que yo y era muy consciente de lo que pasaba. Fue muy duro y sigue sin hablar de ello”, afirma Garazi.

“Aspanogi nos viene bien para hablar de forma más cordial del cáncer. Es mucho más duro para nuestros padres, que recuerdan muy bien lo que pasó y el sufrimiento”, añaden.

“El cáncer deja marca, incluso física, la que deja el reservorio”, señala Garazi. Eijer, además, lo tiene guardado y, señalan, hay quien se ha llegado a hacer un colgante con el mismo como recuerdo.

Eijer tiene tres hermanos y hermanas más, uno mayor y dos menores. “Mi hermano tenía 11 años y mis hermanas siete y seis cuando enfermé. Visitarme en el hospital les impresionó y no quieren acordarse, porque fue duro verme en la cama y con tubos”, afirma.

Con una familia numerosa a la que atender, la ayuda de los abuelos y abuelas fue imprescindible. “Me hacía ilusión verles, pero era consciente de lo que sufrían y me deba pena”, apunta.

Menos conscientes

De si tuvieron que madurar antes no tienen una opinión muy clara. “Teníamos nueve años, no éramos conscientes de lo que nos pasaba. A posteriori sí te das cuenta de lo que superamos”, afirma Eijer.

Garazi lo reconoce: “No fui consciente de lo que pasaba, no quería quejarme, siempre decía que estaba bien aunque no lo estuviera. Creo que he borrado muchas cosas. Hablando con mi madre hay situaciones que le digo que no viví y que sí pasaron”, afirma.

El padre de Garazi, por contra, lo vivió de forma muy dura. Tenía 64 años cuando enfermó, a punto de jubilarse. Vio cómo su madre estaba pendiente de Garazi en el hospital, su hermano vivía fuera de casa. Llegaba del trabajo y no había nadie. Decidió “irse al paro y jubilarse” para cuidarle. “Ahora me doy cuenta de lo duro que fue”, dice Garazi, que habla con gran cariño del esfuerzo realizado por su padre ya fallecido.

“Quiero decir que el cáncer fue como una oportunidad para darle otra perspectiva a la vida”, apostilla Eijer. El haberlo pasado tan joven “hace que te des cuenta después de que hay que valorar la vida”.

“Yo creo que lo que a mí me ha hecho perderles el miedo, tanto a la palabra cáncer como a lo que significa. El miedo y el tabú existen. Yo creo que no haberlo pasado no sería quien soy”, destaca Garazi, que está convencida de que su enfermedad le influyó en la elección de su carrera. 

“Gracias al cáncer y a Aspanogi tenemos nuevos amigos”, coinciden ambas. “Hay que verlo así, si no mal andaríamos”, reflexionan.

Aspanogi ha sido importante para ellas pero también para sus padres y madres. En los momentos de tratamiento se acercaron a otras familias que pasaban por el mismo trance.

Viajaron juntos, inolvidables salidas a Port Aventura. “No sabemos de lo que hablaban, porque nosotros íbamos a jugar y a disfrutar, pero seguramente se ayudarían mutuamente”, apunta Garazi.

En el caso de Eijer, cuando estuvo ingresada “la mayor parte del tiempo lo pasé aislada” y no hubo mucha comunicación entre las familias. Pero ya curada, en su pueblo otro niño fue diagnosticado de cáncer, ya superado. “Ahora sus padres y los míos son muy amigos. Mi experiencia les ayudó”, asegura. – A.L.