donostia - Cada individuo tiene derecho a actuar de acuerdo a su propia voluntad a la hora de elegir el modo de morir, en tanto que su decisión no perjudique o dañe a otros. La vocal de la Asociación Derecho a la Muerte Digna de Euskadi (DMD) Marta Barandiarán Forcada, cree que la autonomía del individuo es el valor principal y el papel fundamental del Estado debería ser proteger su decisión...
Un papel que, en esos términos, parece aún lejano?
-Tal y como están las cosas, entendemos que es un poco duro que uno se tenga que lanzar a las vías del tren, que se tenga que despeñar o ahorcar. Pedimos el derecho a una muerte voluntaria y no traumática como ocurre ahora mismo en tantos casos, tal y como refleja la estadística.
No se ha regulado la eutanasia para patologías terminales, pero ustedes van aún más allá. ¿Defienden el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libremente el momento y los medios para finalizarla?
-Sí, por supuesto. Puede haber de por medio un sufrimiento físico o psíquico, pero el derecho a decidir no solo tiene por qué plantearse en el final de la vida por causa de una enfermedad. De hecho, puede llegar un momento en la existencia de una persona en el que tenga la sensación de que ya ha hecho todo el camino, y siente que ya no hay nada que lo ate a esta vida. Uno puede desear su muerte voluntaria dentro de ese contexto en el que ha realizado una profunda reflexión en torno a ello.
¿Pero quién y cómo establece el límite?
-Uno mismo. No hablamos ya de muerte digna sino de muerte voluntaria. Es curioso. Según el contexto en el que naces, tienes derecho a contraer matrimonio o no, a la educación, al trabajo... Tomamos infinidad de decisiones que son determinantes en nuestras trayectorias. Sin embargo, ¿por qué al final de la vida no tenemos derecho a elegir cómo morir? Si durante toda la existencia he seguido mi propia línea biográfica, ¿por qué al final tengo que aceptar lo que otros digan? Toda la vida nos la pasamos tomando decisiones, pero resulta que la más determinante, la de la despedida, resulta que no es cosa nuestra. ¿Por qué la única manera de hacerlo en la sociedad actual tiene que ser tan traumática?
En Holanda, por ejemplo, uno de los países donde está legalizada, se habla con naturalidad de la eutanasia, a la que se debe solo el 4% de las muertes. ¿Qué opina al respecto?
-Que no es cierto que por legalizarla vaya a aumentar el número, más bien al contrario. Observamos que en otros países, como puede ser el caso de Suiza, el suicidio asistido es una práctica normalizada y no medicalizada. Aquí sigue pendiente la regulación de la eutanasia, uno de los compromisos de Pedro Sánchez cuando llegó al Gobierno. No ha llegado a ser aprobada todavía, pero en todo caso aborda exclusivamente situaciones concretas y referidas a enfermos terminales. Parece que siempre tiene que haber una patología de por medio, y médicos que decidan por nosotros, cuando vemos que en otros países no es así.
Un argumento sólido para oponerse a la eutanasia suele ser la llamada ‘pendiente resbaladiza’, según el cual, si se permite para los pocos casos en los que es éticamente aceptable, pronto se acabará aceptándola para otros menos claros y será imposible ponerle coto...
-No estamos de acuerdo. Aquí el suicidio asistido y la eutanasia siguen estando castigados en el Código Penal y, en ese sentido, el argumento de la pendiente resbaladiza se presenta a menudo como contrapeso de la eutanasia voluntaria, que se entiende que debe ser prohibida desde el comienzo porque de lo contrario nos veremos empujados a aceptar otros tipos de eutanasia que son injustificables. Se trata de una falacia que, en realidad, nos impide actuar con libertad para elegir. Hoy por hoy la regulación que se ha planteado en el Estado es muy restrictiva y medicalizada. Ni siquiera se ha aprobado, ¿pero por qué tiene que haber tanta evaluación sobre una decisión tan personal e íntima? Nos dicen que la vida es lo más sagrado del mundo. Para unos es fuente de gozo, pero hay quienes pueden vivirla como un calvario. ¿Por qué tengo que seguir adelante si la vida ya no me ofrece nada?
¿El poso religioso sigue siendo determinante a la hora de aceptar la manera en que morimos?
-Sin duda. No hay mas que ver lo ocurrido en Italia, tras el fallo histórico del Tribunal Constitucional, que sentenció que ayudar a morir a un enfermo con una patología irreversible no siempre se puede punir. Fue histórica porque significa que la eutanasia dejará de ser condenada automáticamente siempre y cuando se cumplan unas condiciones muy concretas. Si en cualquier país este debate es delicadísimo, en Italia el arraigo de la Iglesia católica y su frágil sistema de partidos hace que sea una odisea. Aquí vemos lo mismo. Es un tema que se sigue escondiendo, que se tapa, que queda al margen, y que mucha gente evita. Por eso hay algunas personas que hemos decidido dar un paso al frente y decir sin miedo que nacemos para morir. No buscamos la muerte, pero la aceptamos.
La muerte como parte de la vida?
-Claro, y queremos decidir, sin permisos ni imposiciones. Hay un montón de rituales alrededor de la muerte, y cada cual tiene que ser libre para elegir su despedida. En todo caso, hay que dejar claro que no estamos en contra de los cuidados paliativos, todo lo contrario. Pero una cosa no quita la otra. Son realidades complementarias.
La legalización del testamento vital ha sido uno de los grandes logros de la asociación. ¿Se hace uso de ella?
-Euskadi y Navarra destacan como comunidades en las que más testamentos vitales se hacen. Es una manera de reflexionar muy recomendable en torno a todas estas cuestiones. Aconsejamos a los usuarios que indiquen explícitamente las preferencias a largo plazo y que, en caso de que se haya aprobado en un futuro la ley de Eutanasia, se deje bien claro que se opta por su aplicación si se ha perdido, por ejemplo, la capacidad de decidir. Es importante anticiparse?
Usted que es médica, sabe hasta que punto pueden complicarse las decisiones en la recta final cuando no se han dejado las cosas claras?
-En cada familia encuentras de todo, no somos más que un reflejo de la sociedad. Hay quienes tienen un posicionamiento muy claro a favor de la eutanasia. Otros se pasan al otro extremo, y hay personas que se sitúan en un punto intermedio. Hay ocasiones en las que se dan situaciones muy difíciles en el seno de las familias, y desde luego que para evitar esos trances es mejor que las cosas se hayan especificado.
¿Ahora mismo cuál es la principal actividad de la asociación?
-Seguimos en la misma linea. Desde que comenzó a trabajarse en 1984 los esfuerzos se han centrado en tratar de impulsar la despenalización de la eutanasia, y el derecho de cada persona a morir cuándo, cómo y dónde quiera.
¿Realizan labores de asesoramiento?
-Por supuesto. Informamos telefónicamente sobre múltiples cuestiones: cómo hacer el testamento vital, problemas legales o derivados del ingreso de algún familiar en una residencia? Hay consultas de todo tipo. En Gipuzkoa estamos asociadas algo más de 200 personas, y en la medida que aumentemos el número más capacidad tendremos para influir en la toma de decisiones.
¿Habiendo un posicionamiento favorable tan claro a la eutanasia, en torno al 80% de la sociedad, por qué tanto freno?
-Analizando los porcentajes casi se puede hablar de estafa a la sociedad. Se está privando del derecho de una persona a descansar, y hacerlo dignamente, una vez que ve que su ciclo ha terminado. Afecta a la vida diaria de muchísima gente. Si alguno de estos políticos asistiera a diario a tanto sufrimiento evitable cambiaría de opinión. Somos más compasivos con los animales que con las personas. Si tenemos al perro enfermo, lo llevamos al veterinario, le ponen la inyección y no hay mayor problema. A veces da la sensación de que los perros tienen en ese sentido más derechos que las personas.
¿Tiene hecho el testamento vital?
-Sí, y además no hay ningún problema para rehacerlo conforme avanza la sociedad y las leyes. Tenemos que dejar de verlo como un tabú.