donostia - Treinta años después del incendio de Vandellós I, Carlos Bravo es rotundo y asegura que sigue faltando cultura de seguridad a nivel mundial sobre la energía nuclear que requiere gigantescas inversiones para garantizar la seguridad.

Exresponsable de las campañas sobre energía nuclear de Greenpeace España durante varias décadas, Bravo resalta los riesgos relacionados con la antigüedad de las centrales nucleares, pese a los programas de mantenimiento y al discurso de la industria de renovación de componentes.

El principal impedimento para mejorar la seguridad en estas instalaciones es para el veterano ecologista que “se sigue anteponiendo el ganar dinero vendiendo electricidad a tener que invertir en seguridad nuclear”.

La energía nuclear es “muy cara” porque “tarda mucho tiempo en amortizarse” debido a que los sistemas fallan, envejecen, y necesitan una inversión en renovación y seguridad, pero las empresas “tratan de retrasar las inversiones y de gastar lo menos posible”, eso sin contar con el problema, no resuelto, de los residuos nucleares de alta actividad.

Aunque Bravo vivió el accidente como un ciudadano de a pie, pues se incorporó a Greenpeace en 1991, tuvo acceso a muchos de los “documentos oficiales sobre el accidente de Vandellós”, un incendio en la sala de turbinas que “estuvo a punto de convertirse en una auténtica tragedia si no fuera porque de forma milagrosa algunos aparatos comenzaron a funcionar”, rememora. “Lo viví con mucha preocupación porque tenía la conciencia tras haber conocido lo que había pasado en Chernóbil, pero no fui realmente consciente de la gravedad del accidente hasta acceder a la documentación oficial”, recuerda.

Por ello opina que el presente y el futuro está en las renovables, ya que por mucho que pueda aumentar el nivel de seguridad, “la tecnología nuclear ha sufrido graves accidentes, demostrando su peligrosidad intrínseca”. La única solución es “el cierre progresivo pero urgente de las centrales nucleares”, dice. - Efe